ℭ𝔞𝔭𝔦́𝔱𝔲𝔩𝔬 4

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Por la mañana al despertar, Laurus sintió algo pesado sobre la mitad de su cuerpo, no se quejó, solamente cerró los ojos unos minutos más, se sentía demasiado cómodo estar así. Poco después sintió a Argos alejarse con cuidado para después removerla.

—Se te hará tarde, levántate

Laurus se talló los ojos y los mantuvo entrecerrados por el sueño. Podía ver a Argos observando el techo sin ninguna emoción, mientras tanto ella también observaba su mejilla, su cuello... En ese momento despertó por completo, había algo que pasaron por alto ¡Qué tontas habían sido de olvidar ese detalle!
Se giró hacia Argos y se acercó lo suficiente para que su rostro estuviera tan cerca del cuello, con la mano izquierda lo tomó y entonces puso su boca en él. Fue tan rápido todo que Argos sólo puedo abrir completamente los ojos sin entender qué estaba pasando, nerviosa.
Había enrojecido en cuestión de segundos, sentía un nudo en el estómago y un cosquilleo en el vientre, cerró los ojos sintiendo calor, un gemido ahogado salió de su garganta, algo que Laurus tomó como protesta, se separó de inmediato estudiando el cuello.

—Disculpa si fui muy atrevida e invadí tu espacio personal. Es que... Se supone que tuvimos una noche salvaje, pero en tu piel no hay marcas de ello y...

Argos la cortó, su voz suave, como si no le importara... O como si estuviera decepcionada.

—Descuida. Ve a bañarte o en serio se te hará tarde. Le pediré a Rachelle que saque la ropa de cama y la nuestra. Iré a supervisar que el desayuno esté listo y que mis padres... Ya sabes

Se puso de pie como con desgana, se quitó la pijama y se colocó una bata, asegurándose de que su hombro desnudo pudiera verse y salió de la habitación.
Laurus había visto todo en silencio, le restó importancia y se metió al baño, tomaría una ducha rápida para que no se le hiciera tarde, su clase era a las ocho y debía estar puntual o le dejarían afuera.

En el momento que Argos salió de la habitación sus padres se dirigían a las escaleras también, Vladimir no pudo quitar su vista de la lencería que estaba en el piso cerca de las escaleras, su expresión seria denotaba irritación, seguro no había dormido bien y la expresión de Petra, su esposa, era casi un poema, veía a su marido con ganas de darle un golpe ¿Porqué no podía ser así?
Argos sonrió disimulada por la situación que veía, Rachelle pasó junto a ellos con las sábanas y la ropa que no dejaba nada a la imaginación.

—Buenos días, familia

—Buenos días, hija ¿Qué tal la...?

Petra fue interrumpida por su esposo que habló con voz seca.

—Nos vemos mejor en el club... No queremos saber lo que pasó anoche... Las estaremos esperando

Aunque Petra sí quería saber, necesitaba saber que la había pasado muy bien.

—No creo que sea posible, mi amorcito tiene asuntos pendientes desde temprano y luego está su trabajo, dudo que pueda acompañarnos hoy. Pero quizás esté a la hora de la cena

Argos sonrió alegre, los acompañó a la puerta y los despidió. Al cerrar sintió que se había quitado un peso de encima, en verdad era cansado fingir y tener que cuidar cada detalle.
De camino a la cocina se tocó el cuello recordando lo que había pasado en la habitación, por un momento creyó que Laurus... Sonrió burlándose de sí misma.

—¡Qué absurdo!

Se dijo, pensando en que de haber sido esa la intención de Laurus le habría arruinado de un golpe la maldita sonrisa perfecta que tenía.

Ella misma hizo el desayuno, estaba tan metida en sus cavilaciones que había olvidado que sus padres ya se habían ido.
Subió a la habitación con la bandeja de panqueques, huevos, jugo y fruta. Laurus se sorprendió por el gesto, sobre todo al saber que ella sola lo había hecho.
El desayuno pasó la mayor parte en silencio y una que otra risa cómplice al hablar sobre la cara de los adultos al ver ropa íntima en el pasillo.

Poco después se despidieron, faltaba poco para las ocho.
Al menos Laurus pudo llegar justo a tiempo. Había sido una buena mañana, todo estaba saliendo bien, además que no podía olvidar el desayuno de Argos.
Sí, definitivamente la mañana había iniciado bien, estaba de buen humor, aún cuando se había pasado la clase de caligrafía haciendo garabatos y logrando que le doliera la muñeca.
Nunca se había sentido así de bien, al menos no en los últimos dos años y era increíble pensar que parte de su buen humor, si no era que la mayoría, se lo debía precisamente a Argos.

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Nos leemos el próximo viernes, esperamos que les esté gustando la historia.

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