CAPÍTULO 31. PASADO/PRESENTE

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Rateel Maddcro

Pasado: 31/03/2016

La muerte. Nadie es inmune a ella, algún día nos tocará a nosotros o a alguien que amamos. Para otros un descanso, para otros una transformación, otro paso o lo que sea, cada quien la ve de distinta manera.

Los funerales no son para los muertos, son para los que siguen vivos, para despedirse y decir lo que en vida no pudieron. Mi padre decía que cuando eres soldado, la muerte es tu única compañera, siempre te acompaña; también me decía que no hay por qué llorar por aquellos que ya no están.

Hoy, aquí de pie, puedo decir que eso es una porquería. La muerte duele, especialmente si es de la persona que más amabas en todo el puto mundo. Hace 3 días mi padre no llegó a casa, hace 2 días me enteré que murió y hace 1 día realice los preparativos para el funeral, lugar donde me encuentro ahora. No hay nadie más, solo estamos nosotros dos.

Siempre fuimos nosotros dos, mamá se fue y él me crio como pudo; un soldado rudo que podía desactivar bombas con una sola mano, pero que no sabía cómo cambiar un pañal, aquel hombre que tuvo que aprender a cocinar, aquel hombre que leyó libros de maternidad y luchó para siempre volver a casa conmigo.

La ceremonia acabó hace 1 hora y sigo delante de su lápida, no siento nada, no pienso en nada, solamente existo. Esa sensación de sentirte vacía, ese jodido nudo a mitad de la garganta que no te deja pasar nada, esa puta sensación amarga en el estómago que hace que quieras vomitar, el puto temblor de manos, la picazón en la nariz y el ardor de ojos.

El viento en mi rostro debió sentirse como una caricia en el rostro, aliviando el ardor que rodea mi alma, pero no fue así. Ese viento se sintió como un golpe, como el de un tornado derribándome, alimentando el ardor en mi garganta. No lo soporté más, juro que lo intenté, pero no pude más "lo siento, papá".

Caí de rodillas al suelo, liberé mi alma de su encierro y rompí las cadenas que rodeaban mi corazón, dejándolos ser uno solo. Lágrimas caían de mi rostro, mi pecho ardía en el intento por respirar y haciendo puños el pasto, deje salir un grito desde lo más recóndito de mi ser. Para cuando terminé, la garganta me dolía y 5 minutos después sentí unos brazos rodearme.

No supe quién era en ese instante, pero cuando me habló, supe que no estaba tan sola como pensaba.

- Vamos a casa, cariño – era Erick.

Mis piernas no se mueven, mi cerebro no recibe órdenes y yo no respondo. Siento elevarme en el aire y terminar en unos brazos, me abrazo a esa persona como si fuera mi bote salvavidas. No registro nada, ya no grito, pero las lágrimas siguen su curso de forma silenciosa.

Un olor familiar me saca de mi trance, estoy en lo que es nuestro hogar, lo que era nuestro hogar. Mis amigos están detrás mío, todo huele a él, todo me recuerda a él y no puedo con esa sensación. Siento mi cuerpo sacudirse violentamente y me desconecto, a la lejanía escucho gritos pidiendo detenerme, pero no obedezco.

Vuelvo a mi cuando la misma calidez me rodea, miro a mi alrededor y es un desastre. Los sillones están volteados, los cuadros rotos, las sillas en la cocina y las ventanas están rotas. Miro mis nudillos y están sangrando, no dejo de llorar y no puedo respirar. Pongo mis manos en mi cuello intentando quitar lo que sea que me esté asfixiando.

- ¿Qué te pasa? – la mirada de Erick es de desespero y yo no encuentro mi voz para pedirle que me quite la cuerda que me ahoga.

- ¡No está respirando, necesitamos hacer algo! – Fernanda llega a mi campo visual con lágrimas en su rostro "¿por qué llora?".

KrovozhadnyyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora