Narrador omnisciente
Dentro de una mansión la gente va de un lado a otro preparándose para una guerra de dominio, en donde nadie descansará hasta proclamarse victorioso. Dentro de una habitación nuestra protagonista se coloca su ropa para salir a pelear: sus pantalones negros, sus botas de combate, blusa negra pegada a su cuerpo con un chaleco antibalas encima.
Era lista, sabía que si la identificaban como una mujer se le irían encima y eso no le convenía. En sus manos tenía una máscara que permitía a los demás ver sus ojos, el atuendo perfecto para poder ocultarse entre las sombras y atacar cuando menos se lo esperaran.
Bajó al patio donde las camionetas estaban siendo preparadas para los soldados, nadie intercambiaba palabras a menos que fuera necesario; aunque ahora eran una especie de aliados, nadie planeaba hacer amistades con otros sabiendo que una vez se termine, todo será como antes.
- Tú, ve por Rateel Maddcro y dile que la quiero aquí – mientras preparaba su motocicleta, Alexander la empujó por detrás y no se movió ni siquiera un poco – ¿eres sordo o que mierda?
- ¿Quieres una bala en la rodilla? – se voltea para enfrentar al trío, los cuales se extrañaron al oír su voz.
- ¿Qué demonios tienes puesto? – Caleb la observaba de pies a cabeza, nadie podía reconocerla, excepto él, reconocería sus curvas y ese olor que desprende donde fuera.
- No quiero que nadie sepa que soy mujer, traería muchas consecuencias – se dio la vuelta para seguir ordenando sus cosas mientras que el líder de la Yakuza hacía acto de presencia para repasar el plan por última vez.
A kilómetros de la mansión, el grupo insurgente alistaba sus armas para el ataque inminente. El líder, Yamamoto, estaba al tanto de que serían atacados, tenía en sus manos el teléfono donde estaba siendo avisado de que la Yakuza se dirigían a ellos.
- Prepárense – sus hombres guardaron silencio ante la voz de su señor – vienen hacia acá.
Enseguida se dispersaron y se colocaron en sus puestos. Estaban avisados de que habría una mujer entre ellos y las órdenes era capturarla viva para tener ventaja contra los rusos.
Había llegado la hora. La mansión había sido rodeada. De los camiones bajaron los miembros de ambas organizaciones, de las camionetas los líderes de cada una y de los autos sus hombres más confiables. Cada uno en su punto de mando yendo directamente por ellos.
Caleb caminaba directo a la puerta trasera cuando una lluvia de balas le cayó encima, pero ninguna logró tocarlo puesto que sus hombres lo respaldaban y mataban todo lo que tuvieran en la mira. Los hombres de Yamamoto salieron con todo tipo de armas en mano, desde machetes hasta armas de fuego; Caleb tenía sus puños a carne viva de tantos hombres que dejaba mordiendo el fango.
Tomó a uno de ellos y lo empujó contra la pared para darle un tiro en la cabeza. Iba a darse la vuelta cuando entre varios lo tiraron al suelo, le daban golpes en todos lados y cuando un hombre iba a dispararle, su cabeza se despegó de su cuerpo. Detrás del cuerpo sin cabeza estaba Rateel con su traje lleno de sangre, les disparaba a aquellos que se habían atrevido a tocarlo.
Entre los dos habían acabado con todos y cuando terminaron, Caleb vio a los ojos a su linda zmeya, sus ojos verdes lo atraparon una vez más y caminó hacia ella. Los pasillos no olían nada más que a pólvora, sangre y muerte.
Antes de poder doblar en una esquina, alguien tomó por detrás a Rateel y durante el forcejeo logró quitarle la capucha, el hombre intentó gritar que la había encontrado, pero antes de que pudiera hacerlo, ella ya lo tenía contra el piso. Sus puños se destrozaban mientras lo golpeaba en el rostro, pero él no se quedaba atrás, la empujó y la golpeó de regreso.
El pobre hombre no contaba con que ella era protegida por el diablo, aquel que tenía su cuello entre sus brazos asfixiándolo y alejándolo de ella; aquel que lo soltó solo para encajar su navaja en su abdomen varias veces.
- El error que cometiste y que te llevará a la tumba, fue tocarla – paró de apuñalarlo y cortó su garganta para dejar que se ahogara con su sangre.
Cuando terminó, volteó para ofrecerle la mano llena de sangre a su zmeya, a su serpiente de ojos verdes. Cuando la tuvo de pie, frente a él, se le fue encima. La besó con tanta urgencia y dureza que la hizo retroceder a una pared para sostenerse. El beso no tenía nada de dulzura, pero sí de deseo. Le tenía ganas y vaya que sí, podía sentirlo a través de sus pantalones.
Las manos de Caleb aseguraban el rostro de Rateel, importándole muy poco que pudiera mancharla de la sangre de sus enemigos, de aquella alma en pena que se había atrevido a lastimarla; a ella no le importaba que pudiera manchar la ropa de Caleb con la sangre que ella tenía en su cuerpo, la sangre de aquellos que habían osado de amenazar con destruir a su zver'.
- Adelántate, te veré después – dijo Rateel cuando se separaron, Caleb solo logró asentir mientras la veía aún afectado por ella.
Para él, la imagen que tenía enfrente lo era todo: su cabello negro cayendo por su rostro, el cual estaba cubierto de sangre y algunos golpes. Se volvió a cubrir el rostro con su máscara, estaba hecho un asco, había caído a un charco de sangre.
El combate ya tenía ganador asignado, los hombres de Yamamoto lo sabían y por eso querían escapar, pero no podrían hacerlo, más hombres los esperaban afuera. Había varias bajas y heridos. En un cruce el trío había logrado encontrarse, se abrían paso ante cualquiera que se les metiera en el camino, todo con el fin de llegar en donde estaba el líder próximamente caído.
Por otro lado, Rateel buscaba más allá de las balas, sabía que algo estaba mal, lo podía sentir. Había estado en las cloacas asegurando que no escaparan por ahí, mientras que en el camino sacaba sus artefactos favoritos de su mochila y se preparaba. En el camino encontró a varios hombres, los cuales les arrebataba la vida y cuando uno la tiró al suelo, vio que en el techo había conductos.
Se cuestionó a donde la llevarían si entraba mientras asfixiaba al que la había tirado, decidida por averiguarlo, le disparó por un costado de la cabeza y se puso de pie. Dentro del conducto se quitó la máscara para respirar y siguió, por las rendijas observaba donde estaba, por una de ellas vio a Caleb peleando y se detuvo por lo que veía.
Se dijo a sí misma enferma cuando lo vio encajar su navaja varias veces en la garganta de un hombre y sentir un cosquilleo desde su columna hasta la punta de los pies. Caleb sintió una mirada y cuando miró hacía arriba, vio unos ojos verdes entre las sombras, le sonrió de lado y siguió caminando.
Ella continuó su camino con esa imagen en su cabeza hasta que llegó a una rendija que había atraído su atención, era un cuarto de pánico. Se rió en su interior por la tremenda estupidez de dejar una rendija en un cuarto de pánico, pero dejó sus burlas al escuchar lo que dijeron.
- ¿Ya la tienes? – hablaba Yamamoto por teléfono – debes apurarte, no me dejé desprotegido para que no pudieras atrapar a una mocosa y a la zorra de su esposa, las quiero a ambas, vivas.
Sintió su sangre irse cuando entendió todo. Era una trampa, querían a la familia de Nakamura, con ello asegurarían su victoria. Se dio la vuelta rápidamente para terminar con su trabajo y avisarle a todos los demás lo que ocurría.
Estaba a contra tiempo, si no se apuraba, todo y todos se irían al carajo.
Capítulo editado.
Besos en las nalgas, chao.
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Krovozhadnyy
ActionLo dicen los adultos y por consecuencia nosotros: la vida es una montaña rusa. Por la momento estas yendo de fiesta con tus mejores amigos, y en un dos por tres estas en medio de una balacera sin saber que el destino te iba a hacer una pésima jugada...