CAPÍTULO 81. DESTRUCCIÓN p.1

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Narrador omnisciente

La destrucción por New York era masiva, los helicópteros de las cadenas televisivas reportaban desde los cielos todo lo que ocurría en tierra provocando que las personas dentro de sus hogares sintieran terror por lo que podría ocurrir.

Los ataques eran de tan alta magnitud que cadenas nacionales transmitían todo lo ocurrido, los altos mandatarios del gobierno de los Estados Unidos estaban al tanto de todo lo que estaba sucediendo dentro de la Sala Oval mientras los teléfonos no dejaban de sonar en llamados de la población exigiendo que hicieran algo.

Pero no podían hacerlo, estaban atados de manos. O más bien, el presidente lo estaba.

Meterse en una guerra entre mafias no era buena idea, por el contrario, sabía que las repercusiones podrían ser mil veces más catastróficas de meter las manos en batallas que no eran suyas; su acción, fue pedir que desconectaran los teléfonos y no se contactaran con ninguna persona del exterior, ya después verían cómo arreglar lo ocurrido y cómo explicar su falta de acción.

Las imágenes de la televisión cambiaron cuando anunciaron que uno de los helicópteros estaba transmitiendo en vivo la persecución de un auto por las calles del centro de New York y por la radio, narraban todo como si se tratase de una carrera de la F1.

Los autos se impactaban con otros autos aparcados en las calles, varias explosiones, balaceras por doquier y una gran cantidad de heridos. Todo el mundo estaba atento, especialmente Caleb, quien apretaba el volante hasta que sus nudillos quedaran blancos.

Su vista se encontraba fija en la calle, pero toda su atención estaba en lo que decían por la radio y lo que sus hombres le notificaban. Sus nervios se crisparon y la sensación de querer dar la vuelta llegó como una gran ola al escuchar que habían logrado emboscar el auto principal, pero eligió seguir adelante y pisó el acelerador con fuerza, debía confiar en que ella podría salir de esta.

- 5 minutos, prepárense – comunicó Caleb por la radio cuando cambió de emisora al no querer seguir escuchando más.

- Entendido, ¿seremos solo nosotros en la fiesta? – Elías respondió a tres autos detrás del ruso.

- Por ahora, debemos aguantar hasta que el resto se digne a aparecer.

- Si es que llegan – cortó comunicaciones dejando a Caleb molesto, sabía que a ese bastardo le encantaba hacerlo enojar.

Cuando dieron vuelta en la calle donde estaba la mansión de Marcus, había esclavos parados en medio listos para dispararles. El auto era blindado, por lo que muy apenas lograron hacerle rasguños a la pintura del auto.

Pisó el acelerador y pasó por encima de quienes intentaban detenerlo. Los esclavos salían volando por los aires aterrizando en posiciones extrañas y los autos que iban detrás los aplastaban como si no fueran nada.

Al llegar a la mansión, se encontraron con las rejas cerradas y los esclavos dispersos a lo largo del perímetro apuntándolos con armas. Apenas estacionaron los autos, los disparos no se hicieron esperar. Los hombres bajaron y la batalla inició.

Debían resistir todo lo que pudieran hasta que llegara el resto, pero Caleb estaba tan ocupado intentando que ninguna bala lo perforara como para tomar el teléfono y averiguar donde demonios estaban todos.

- ¡Somos pocos! – le gritó Elías a Caleb mientras recargaba su arma, vio a algunos de sus hombres caer y otros más heridos – ¡si seguimos así estaremos muertos para cuando lleguen!

- ¡Podemos hacerlo nosotros mismos! – gritó de regreso – no permitiré que novatos como estos me maten, es estúpido pensarlo siquiera.

Pero Elías tenía razón, eran pocos a comparación de la cantidad de esclavos que buscaban matarlos o capturarlos. Los esclavos lo notaron y comenzaron a avanzar hacia la reja.

KrovozhadnyyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora