†14†

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— ¿Cómo... cómo...? —no logro acabar la frase.

— Se supone que no debo amar a nadie. ¡Maldita sea, Sheeran! —exclama mientras le pega un puñetazo a la pared, a pocos centímetros de mí.

— Me vas a... hacer daño —balbuceo.

Él sacude la cabeza.

— Jamás.

— ¿Te has enamorado de mí? —pregunto, con una sonrisa de medio lado—. Vaya, un nuevo récord —imito su voz.

— Esto es grave —dice, apartándose de mí—. Tú y yo no tendremos nada jamás. Simplemente, no se puede.

Lo miro.

— Me da igual. Tú no me importas —gruño, aunque es mentira.

Él me mira con sus ojos grises. Levanto mi varita.

¡Lumos!

Entonces veo su cara, que esconde tristeza.

— Y yo no te he hecho nada, Draco. Nada. Y ahora, déjame ir.

— No puedo —susurra—. No quiero.

Lo apunto con la varita.

— Déjame ir, maldita sea.

Coloco la varita debajo de su mandíbula, pero él la aparta con un rápido movimiento y me atrapa entre él y la pared, de nuevo.

— Draco...

— Sheeran.

Y me besa. No puedo evitar corresponder el beso. Lo disfruto más que nunca.

— ¡DRACO! —chilla Pansy desde la entrada.

Draco y yo nos separamos de repente.

— ¿Estás aquí, Draco? —pregunta Pansy.

— Sí —responde el rubio—. ¡Lumos!

Cuando Pansy nos ve a él y a mí, entrecierra los ojos.

— ¿Qué hacíais?

— Le decía a Sheeran que ha estado muy mal que haya quemado tu túnica, ahora sal, Parkinson —responde Draco—. Tengo que decirle una cosa a Dana.

— ¿Qué le vas a decir?

— ¡Solo sal, maldita estúpida!

Ella, asustada por el tono de voz de Draco, sale corriendo de la clase y cierra tras de sí.

Draco se vuelve hacia mí.

— De esto no puede enterarse nadie, ¿entendido?

— Sí —susurro.

Él hace ademán de marcharse, pero luego se da la vuelta y me besa.

— Por favor —añade.

No puedo evitar sonreír.

Vuelvo a la sala común con una sonrisa de oreja a oreja, aunque cuando Pansy me mira, me obligo a poner una fingida cara de "Draco me ha reñido y estoy indignada".

Ella sonríe triunfal, como si lo que Draco le ha dicho la enorgullecese.

Cuando me siento donde antes, donde hacía los deberes con Alex, ella me mira, ceñuda.

— ¿Y bien? —pregunta cuando ya me he sentado.

Pongo una cara de enfado. Oye, deberían darme un Goya por mi interpretación.

ENTRE MUGGLESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora