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— Nagini... —susurra Fred, y se ríe al instante—. Es divertido, pero no se lo digáis a Harry, a lo mejor se cree que es un Horrocrux —entonces todos nos reímos.

A los minutos, paramos. Me tengo que secar las lágrimas porque de verdad que el comentario de Fred me ha hecho gracia.

— Bueno, será mejor que no bromeemos con eso —digo incorporándome—. Además, tengo cosas que comprarme. Y me las voy a comprar en un supermercado muggle —a Fred y George les gusta la idea, porque eso de estar entre muggles y asustarlos con pequeñas bromas, les encanta, pero a Julia parece que le molesta mi propuesta—. Oh, ¡vamos! Vente con nosotros.

— No —dice, tajante, la rubia.

Pongo los ojos en blanco y sonrío.

— Pues tú te lo pierdes.

— ¿Cómo vamos a ir? —pregunta Fred.

—Yo tengo un trasto muggle para este tipo de ocasiones —nos sorprende Julia.

— Se dice coche —la informo—. ¿Sabéis conducir? —les pregunto a los chicos.

— Yo sí —confirma George, y eso hace que a Julia se le relaje el rostro. ¿Qué les pasa a estos dos?

Salimos al comedor y Julia se dirige a un mueble de color negro, abre un cajón y saca unas llaves. Con la varita, se las entrega y George las coge al vuelo.

Salimos y vamos al garage, donde hay un coche antiguo pero elegante de color azul claro que es muy, muy bonito. Nos despedimos de Julia y nos metemos en el coche. George arranca y dejamos atrás mi nueva casa.

Cuando volvemos a casa, estamos cargados de bolsas. Me he comprado ropa cómoda pero también elegante, pues si voy a compartir piso con Julia, no quiero estar discutiendo por culpa de la ropa. También me he comprado cepillo de dientes, maquillaje, ropa interior, zapatillas, tacones, sandalias, comida para Nagini... En fin, un montón de cosas.

— Yo... todo esto... lo veo innecesario —jadea George dejando las bolsas encima de la mesa del comedor.

— ¿Dónde está Julia? —pregunta Fred.

— ¿Y a ti qué te importa? —salta George.

Fred y yo nos quedamos con los ojos abiertos, sorprendidos ante la agresividad de George.

— Esto... bueno, es que la chica tiene intimidad, ¿no? —intenta arreglarlo George.

— Ay, Georgie, Georgie —canturrea Fred—. Que te me has enamorado...

— ¡Yo no estoy enam...! —exclama George, pero la llegada de Julia por la puerta lo interrumpe.

— ¿De qué habláis? —pregunta. Al no contestar ninguno, pone los brazos en jarras—. ¿Hablabáis de mí? Ah, claro. Me estabáis criticando. ¡Cobardes!

— No te estábamos criticando —digo con ceño.

Entonces se echa a reír.

— Ya lo sé.

Miro a los gemelos, pero éstos parecen tan sorprendidos como yo.

Ahora sí que me siento como en casa. Tengo mi túnica, mi varita y mi habitación. Una habitación a acorde con mi vida.

— ¿Preparo yo la cena? —pregunto.

Julia se encoge de hombros y me lo tomo como un sí. Entonces, abro la nevera y veo que hay bien poco. Chocolates y pizzas congeladas es lo que más abunda. Saco el pollo y, con patatas y unas cuantas especies más, lo meto en el horno.

Después de lo quee parece una eternidad, me ha dado tiempo a preparar la mesa y a hacer el postre: fresas con nata. Se ve que Julia se ha tomado al pie de la letra lo de preparar yo la cena, porque no ha movido un dedo: ahí sigue, viendo la televisión.

Saco el pollo y lo parto en dos. A sabe cómo me ha salido. Yo no soy de las que cocinan, así que por Merlín, que me haya salido bien.

Coloco los platos en la mesa y Julia sigue ahí, sin levantarse.

— ¡MUGGLES! —grito.

Entonces se gira como si se tratara de la niña del exorcista.

— ¿Dónde? —me pregunta, preocupada.

Me río.

— ¡Era una broma!

Entonces me pone cara de asesina y se sienta a la mesa. La imito y empezamos a cenar.

— Esto está seco —gruñe—. ¿Es que no había salsas o qué?

Me encojo de hombros.

— Se me habrán pasado por alto.

— Saca una pizza —me ordena.

La miro, perpleja.

— ¡Sácala tú! —replico.

Ella pone los ojos en blanco.

— De verdad, eres de lo que no hay.

ENTRE MUGGLESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora