†21†

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DANA P.O.V

Me despierto y sé, antes de abrir los ojos, que esto no es Hogwarts.

Toda esperanza de que fuera una pesadilla, desaparece.

La cama es bastante cómoda, pero en vez de sábanas suaves y calentitas por magia, hay mantas, también suaves.

Las aparto de mí y piso el frío suelo, haciendo que mi vello se ponga de punta. Miro a mi alrededor: una habitación blanca con muchos libros. Detrás de la puerta, dos palabras escritas: Draco Malfoy.

Tal vez sea esta su habitación.

Avanzo hasta la puerta y me sorprende que no se oponga. La puerta se abre con facilidad. Pero antes de salir, debo comprobar que voy armada, por si las moscas.

Me llevo una mano a la cintura y efectivamente, tengo mi varita. Suspiro del alivio y salgo de la habitación con la varita dorada de mi abuela en la mano.

Entonces, escucho voces que vienen del piso de abajo:

— ¿Cómo te has atrevido a agredirla? —esa voz, gélida y aterradora, me suena.

— Mi señor, lo siento... —se disculpa Bellatrix.

¡Crucio! —exclama Voldemort.

Me llevo las manos a la boca y ahogo un grito. Los chillidos y las súplicas de Bellatrix hacen que se me ponga la piel de gallina. Que te hagan un crucio debe ser... duro.

Después de unos segundos, Voldemort para.

— Mi señor —dice una voz que no sé de dónde proviene—. La humana... está despierta.

— ¡Ve a por ella! —gruñe Voldemort.

De repente, se escucha un 'crac' y ante mí aparece un elfo doméstico (el más feo que he visto nunca). Se acerca a mí y me toca el brazo.

Nos aparecemos en el comedor, que no es tan luminoso como la habitación de Draco. Al menos, ya sé dónde estoy: la Mansión de los Malfoy.

A la mesa hay sentados un montón de mortífagos, en los cuales, por mucho que me duela, también se encuentra Draco. Él y yo cruzamos una mirada, pero enseguida la aparto. Si está aquí, es porque él ha colaborado en esto.

Bellatrix se encuentra encima de la mesa, tumbada. Supongo que está inconsciente.

Y Voldemort está sentado como el cabecilla.

Lo miro a los ojos y aprieto los puños, como desafiándole. Y eso parece que no le gusta, porque se levanta de su silla y Nagini avanza con él.

— ¿Qué hago aquí, Voldemort? —gruño.

— Por tu carácter, deberían haberte metido en Gryffindor —y con una risa, obliga a sus seguidores a reírse con él. Todos lo hacen, incluso Draco—. El patético león metido en una casa de serpientes —se burla, todos ríen de nuevo. Miro a Draco, sin poder creer lo que está haciendo—. Si te metieron en Slytherin, querida nieta —voy a vomitar como diga de nuevo eso—, fue porque por tus venas, corre mi sangre.

— Pues me desangraría ahora mismo —escupo.

Él se acerca a mí, furioso.

— Repite eso y estás muerta.

No quiero morir, cierto. Me tendré que morder la lengua por culpa de este desgraciado sin nariz y, encima, calvo. Aunque con mucho gusto, ya que tengo la varita en mano, le lanzaría un Avada.

— Muy bien —dice finalmente—. Así me gusta: que obedezcas.

Aprieto la mandíbula.

— ¿Qué quieres?

— ¡Aquí soy yo quien hace las preguntas! —exclama Voldemort, fuera de sí—. De momento, quiero que te sientes con nosotros y disfrutes de una buena charla. Al lado del pequeño Malfoy hay un sitio.

Miro a Draco, pero no por mucho tiempo.

Hago lo que me pide Voldemort y me siento al lado de Draco. No escucho lo que están diciendo, porque estoy demasiado conmocionada.

Pongo una mano encima de la de Draco por debajo de la mesa, sin que nadie nos vea, pero él la aparta.

Asiento levemente, comprendiendo: no quiere que nadie nos vea mientras él muestra sentimientos.

Aprovecho a que todo el mundo está hablando para preguntarle a Draco:

— ¿Me quieres?

No le miro a la cara, sino que estoy viendo algún punto de la mesa. Ni si quiera sé qué es.

Él no contesta. No me mira. No hace nada.

— ¿Me quieres? —repito.

Las lágrimas están a punto de caer, pero no quiero llorar delante de esta panda de insensibles.

Draco coge mi mano y me mira a los ojos, para decirme algo que me hace llorar:

— Siempre.

Me he tranquilizado un poco desde que Draco me ha dicho que me quería. No hace falta que sí o que no, con siempre lo dice todo.

— Nieta —me llama, de pronto, Voldemort.

— ¿Sí? —pregunto, con un hilo de voz.

— Creo que es hora de que me honres.

Trago saliva y miro a Draco, en busca de respuestas, pero él mira fijamente a Voldemort.

— ¿Honrarte? —pregunto, tragando saliva.

Los ojos rojos de Voldemort están clavados en mí.

— Sí —asiente con la cabeza y sonríe mostrándome sus asquerosos dientes—. Honrarme. Honrar a tu amo.

— ¿Amo?

— Eres, ya, una mortífaga —me dice, sonriendo malévolamente.

Me levanto la manga del brazo izquierdo y me casi desmayo al ver la Marca Tenebrosa en mi piel.

— ¡Esto no te lo voy a perdonar jamás! —le grito a Draco, sin importarme quién me mire.

Esto ha sido suficiente.

— Para mí estás muerto —digo, con el tono más frío que puedo, mirando los ojos grises de Draco, que a su vez me miran, tristes.

ENTRE MUGGLESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora