Capítulo 57

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Erica


Noto cómo el sueño se va en mi y cómo poco a poco voy despertándome, hasta que finalmente abro los ojos poco a poco y al hacerlo, la claridad me golpea a los ojos. Pestañeo un par de veces antes de abrirlos al completo y miro hacia mi alrededor y hacia mi cuerpo, cuando noto un peso ligero sobre mi cintura. Frunzo el ceño y miro hacia abajo; el brazo tatuado de Kian está rodeándome el cuerpo. Noto su respiración suave cerca de mi cuello y un escalofrío leve pasa por mi columna. Llevo mi mano hacia la suya, la agarro y entrelazo nuestros dedos y suspiro hondo. Me quedo sin moverme, relajada y tranquila de estar así: disfrutando de este momento en el que estamos juntos, con su cuerpo pegado al mío y con su brazo rodeándome la cintura.
Sintiéndome protegida y cómoda entre sus brazos. No me gusta el contacto físico, pero por alguna razón, sí viene de él sí.

Kian no me gusta para algo serio. Aunque es cierto que es el único chico con el que más cómoda, a gusto y cercana me he sentido. Nunca me ha pasado anteriormente con ningún chico, al revés, siempre me he sentido más bien como un trapo al que usar. Pero por alguna razón, con él no. Con Kian he experimentado cosas nuevas que jamás pensé que haría alguna vez, cómo por ejemplo: habernos acostado en más de una ocasión, sentirme cómoda y en confianza con un chico, dormir en la misma cama que él sin querer echarlo y disfrutar de tiempo juntos. Entre tantas otras cosas más que nunca antes me habían pasado con nadie nunca. Cosas que me rayan y me dejan pensando, pero que me gustan a la misma vez.

Me he dado cuenta en estos pocos días que tal vez yo pueda estar gustándole de verdad. No sé si es cosa mía o si sea cierto, pero eso me asusta. Él a mí no me gusta de esa manera y no quiero que lo que pienso sobre él, se haga realidad y sí que le guste.
No siento nada por él más allá de atracción física y sexual, y creo que él puede estar sintiendo otra cosa diferente. No quiero hacerle daño, ni que se haga ideas equivocadas.

Suspiro hondo y quito mi mano de la suya, quitando nuestras manos entrelazadas. Me giro bajo su brazo sin apartarlo y sin moverme demasiado para no despertarle. Me quedo frente a él, cara a cara. Y me quedo observándole fijamente: Tiene los ojos cerrados pero tiene el ceño fruncido, como de costumbre. Su pecho sube y baja lentamente durmiendo tranquilo, tiene los labios gruesos relajados en una línea recta y están ligeramente hinchados de tanto beso de anoche.
Me quedo mirándola fijamente y después elevo mi mano hacia su rostro, acariciando su mejilla. Observo las pequeñas y apenas notables pecas que decoran el puente de su nariz y sus mejillas, son muy leves y apenas se notan, pero si te fijas, sí.
Desvío mi mirada después hacia los dos piercing plateados que decoran cada aleta de su nariz, después sus pestañas largas y negras –ojalá yo las tuviera así–, después en sus cejas y en el los dos cortes hechos a máquina que tiene en una de ellas y miro de nuevo hacia sus labios gruesos y apetecibles.

Noto su brazo apretarse ligeramente contra mi cuerpo y sus ojos se mueven suave bajo sus párpados. Sigo acariciando su mejilla suavemente, mientras le miro fijamente. No tiene barba, pero tiene la piel suave.
Suspiro hondo y retiro la mano de su mejilla. La escondo debajo mi rostro y retiro la mirada ahora hacia la ventana, donde el cielo está claro y sin ninguna nube. Tengo la mente en blanco, sin pensar en nada.



—¿Por qué paras?





Escucho de repente su voz extremadamente ronca pero suave de recién despierto y llevo la mirada de nuevo hacia él; sus ojos están cerrados, pero su ceño está fruncido.





—No sé. Pero pensaba que estabas dormido.
–murmuro.



—Estaba.





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