Capítulo 49

620 29 15
                                    

Ha pasado casi una semana desde que Kian y yo no hablamos y ni si quiera nos miramos, mantenemos una convivencia fría y distante, cada uno va a su rollo y está con sus colegas. Mantenemos incluso las distancias, ni si quiera a veces estamos en la misma habitación. Han sido días raros, antes normalmente solíamos estar cerca, hablar bastante y tratarnos con cierto cariño: nos acercábamos al otro, tonteábamos y nos besábamos a veces. Se notaba la conexión y complicidad que teníamos y que no podíamos retener ni ocultar al estar cerca, nuestra tensión y nuestro deseo se disparaba y siempre teníamos que tocarnos o besarnos al estar cerca del otro, nos atraíamos ambos como imanes.
Pero estos días están siendo bastante distantes entre nosotros, si estamos en la misma habitación nos ignorábamos y actuamos con frialdad, como si fuéramos dos desconocidos o nos lleváramos mal, nos hemos tratado con indiferencia todo el tiempo.
La primera semana que llevábamos aquí habíamos estado genial, teníamos muy buena convivencia y habíamos estado muy cercanos y cariñosos el uno con el otro todo el tiempo. Y ahora actuar así, como si fuéramos dos completos desconocidos, realmente se me hace muy extraño y no me gusta estar así de distantes. Pero en el fondo, creo que es lo mejor para evitar situaciones confusas futuras.

Miro hacia mis pies los cuáles se hunden en la arena húmeda mientras ando y las leves olas llegan hasta ellos. Solamente se escucha el sonido del mar y mi respiración tranquila, nada más. Todo está tranquilo y despejado.
Voy dando caladas al cigarro, manteniendo la mirada en la arena y la mente en blanco, o al menos intentándolo, aunque a veces me cuesta.

He venido a dar un paseo por la playa, me apetecía salir a dar un paseo, andar y despejar la cabeza.
Observar el mar me relaja y el sonido de las olas también, así que me apetecía más dar un paseo por aquí y no en un parque o por la calle llena de ruido y de personas. Además, me apetece estar a solas.
Aquí la playa frente a casa es bastante grande, o al menos lo suficiente para estar cómodos y dar un largo paseo. No hay personas normalmente, solamente gaviotas y pájaros que a veces pasean por aquí.

Son las siete de la tarde, el atardecer aún está pintando el cielo dejando una bonita vista de tonos rosados y naranjas, fundiéndose entre sí y dejando ver un cielo realmente bonito, digno de un cuadro.
Podría estar horas observándolo hasta que esos tonos desaparecieran y el cielo se convirtiera en un cielo negro cubierto por estrellas.
Observar el cielo y el atardecer me relaja la mente y hace que no piense en nada, casi podría decirse, que es hasta terapéutico.

Doy otra calada y ahora miro hacia enfrente, cuando a lo lejos, veo a una persona sentada en la arena con las piernas encogidas y fumando.
Kian se cruza en mi mente pensando que tal vez sea él, y confirmo que es él cuando se gira hacia mi
–cómo si hubiera notado la presencia de alguien cerca suya– y entonces, veo su rostro. Su mirada sostiene la mía mientras que fuma. Tiene puesta una sudadera negra con la capucha puesta sobre su cabeza y unos pantalones cortos negros también.

Siempre pasa o ocurre algo que hace que nos encontremos en cualquier lado. Sin quererlo, sin buscarnos. Como si la vida quisiera ponernos en el mismo lugar para así encontrarnos.
Kian había salido de casa hace dos horas, pensaba que se habría ido como el otro día se fue por ahí, pero no me imaginaba que estuviera aquí en la playa frente a casa, aunque la probabilidad estaba.

Sigo andando tranquilamente mientras que fumo, hasta que mis pasos van llegando cada vez más cerca de él y finalmente, me detengo a dos metros de distancia suya cuando llego hasta donde él está.
No sé si seguir de largo e ignorarle, o hablarle.







—¿Qué haces aquí?
–pregunta sin mirarme y antes de yo hablar, cuando estoy a menos de dos metros de distancia.





—He salido a dar un paseo y a despejarme. No sabía que estabas aquí.







ONITSEDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora