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Una fila de automoviles se extendía frente al McLaren negro y la mujer del mismo color tatareaba una canción, el chico de cabello rojo texteaba y el asiático conducía al mismo tiempo que veia a los alrededores.

— Interesante... — dijo Pettra con voz cantarina.

— ¿Qué? — preguntó el pelirrojo desviando su atención del celular a ella.

— Los chicos que torturamos, los que mataron a los niños. Ellos tenían una persona en este lado del mundo muy cercana a ellos — sonrió divertida.

— Supongo que esta entre los invitados de este evento.

— Mejor dicho, entre los anfitriones.

Dan detuvo el auto mientras veia a la limosina de enfrente detenerse igual.

— ¿Kingston? — preguntó Sirius.

— De sangre, no de apellido.

— ¡Vamos! Solo di el nombre Pettra — refunfuño Sirius.

— Tienes que adivinar, no sería divertido si lo digo a la primera.

— Hage Diederich. — contestó de tajo Dan mientras luchaba por no apretar el claxon para que la fila avanzara.

— Que aburrido Dan. — suspiro Pettra.

— ¿Y que haras? — interrogó Sirius curioso.

— Nada. No es mi problema, es interesante, pero solo eso. Investigar a fondo me dio una historia interesante acerca de él y su familia.

— Ahora que lo dices, esos chicos estaban por asesinar al peaton que cruzaba cuando estabamos por cazarlos. — Sirius saboreo la conjetura.

— Bingo rojito.

— Diederich los mando a hacerlo.

Dan apreto los dientes al ver que los autos no avanzaban. El auto de enfrente abrio una de sus puertas.

—La pregunta es ¿por qué? — cuestiono Sirius.

— Existe cierta chica perdida, que tuvo un amorío con él. Con el peatón. Si me preguntas, te dire que mis conjeturas me dicen que este lugar apesta a la segunda cosa que más odio— Pettra le dio una mueca a ambos chicos.

Carlize Wembley puso un pie y luego otro hasta que salió del auto de enfrente y detras de ella sus hermanos menores, los mas pequeños de la camada.

— Incesto. — contestó Dan con seriedad.

Pettra sonrio con acidez y un grado de ironía.

Por el otro lado, en el interior de la casa la monja luchaba por controlar su temblores y el sacerdote que la acompañaba le susurraba mientras la tomaba de las manos.

— Tienes que tranquilizarte...

— Hermano, siempre pense que estar en servicio me daría paz y me prepararía para algo como esto, pero me he equivocado — su voz era inestable asi como su cordura en ese momento.

— Dios nos concede la oportunidad de redimir los pecados querida hermana. — ambos se miraron a los ojos manteniendo un secreto, una culpa.

ENFERMO +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora