XII: Despertar

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- ¡No, no, no! Resiste, mírame, ¡Mírame! ¡No te duermas, por favor! -

Samira hacia un esfuerzo por sostener la mirada en aquellos ojos grises intensos que le pedían que no se rindiese. Pero estaba tan cansada... el calor y la sed la sofocaban cada vez más... Sentía el latir acelerado y fuerte de quien la sostenía en su pecho, con manos fuertes y ásperas. Un dulce sabor en su boca, un delicado tacto...

-Vamos, bebe, solo un poco, solo un poco más. Eso es, un esfuerzo más, sé que puedes escucharme aún... Un esfuerzo más y prometo llevarte a donde tu quieras...-

Aquella voz le resonaba en su cabeza, en su pecho; como susurros graves, pero con una dulzura y compasión que no había sentido en esos días. Aquellos brazos fuertes que la sostenían la hacían sentir contenida y protegida.

-Estamos cerca, no te rindas...-

Samira de pronto pudo abrir sus ojos y se encontró en la habitación que su futura suegra le había preparado con tanta devoción. Su madre, padre y hermano estaban allí.

- ¿Mamá? - apenas pudo gesticular.

- ¡Oh Samira hija! ¡Nos asustaste tanto! ¿Cómo te sientes? -

-Tengo sed...-

Mohamed le alcanzo un vaso con agua fresca.

-Debes beber todo lo que puedas para recuperarte pronto. Nos tenías preocupados- Dijo su padre.

Ella bebió todo el vaso de agua notando gran alivio en su garganta y el ardor en sus manos y pies que ahora estaban vendados. Definitivamente no había muerto. Tal vez en algún momento pensó que lo haría porque la agonía del desierto la hizo arrepentirse de aquella estúpida decisión de intentar huir tan a la ligera.

-Hasta yo me asusté. Me alegro que estés bien...- le dijo Samir.

Samira los observó sonrientes pero con un gesto de preocupación profunda en sus rostros y no pudo sentir otra cosa que una culpa horrible en su pecho. En sus ojos se agolparon lagrimas que se esforzó para no dejar caer.

-L-Lo siento, creí que, sin mí, tendrían menos problemas en que pensar...- dijo bajando su mirada con la voz algo quebrada.

-Samira, hija, que tonterías dices...- Dijo Latifa acariciando su cabello.

-Yo soy quien debe pedirte disculpas. Nunca quise hacerte sentir una carga, siempre fuiste mi bendición, hija. Pero tienes que entender que si no permanecemos juntos no habrá felicidad para mí en ningún lugar de este mundo.- dijo su padre con ojos llorosos y abrazándola como si fuera un tesoro muy preciado.

-Para ninguno. - agregó Samir. 

-Lo siento, fui muy tonta. Ni siquiera pensé los peligros de cruzar un desierto como este sin estar preparada. Yo tuve mucho miedo...-

-No llores, estas aquí con nosotros. No vamos a separarnos de tu lado. Lo del compromiso solo es una formalidad para cumplir la leyes, pero no vamos a dejarte a tu suerte, aquí siempre nos tendrás para ti. No debes temer. No debemos cometer estas imprudencias. Por suerte Zeth venía de camino y te encontró, los vientos ya eran muy fuertes y nosotros no podíamos dar contigo.- le explicó su madre. - ¿Recuerdas algo? -

Samira recordó aquellos ojos grises, aquellos brazos fuertes y esa voz que no la dejaban desvanecerse por completo. ¿Acaso aquel era Zeth? O solo parte de sus alucinaciones por la insolación.

-No recuerdo mucho la verdad mamá...- prefirió responder.

Pero pronto se sintió avergonzada. Su prometido la conoció cometiendo la peor estupidez de toda su vida, debía pensar que era una niña ignorante y tonta.

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora