LXVII: Cuidados

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Pasaron dos largos días en los que el trabajo fue casi constante, la fiebre iba y venía y eran muy pocas las horas en que Zeth parecía descansar. Cuando la fiebre escalaba, parecía atormentarlo con alucinaciones horribles, balbuceaba frases poco entendibles, a veces Samira identificaba el nombre de Seb, o de Amín, o de Zahid, y su cuerpo se tensaba de dolor y espasmos. Samira trataba de tranquilizarlo cada vez, pero todo era inútil, solo cuando bajaba la fiebre y el parecía dormir o desmayarse, rezaba a los dioses con fervor deseando no perder a su esposo allí.

La señora Zeynep le enseñaba con paciencia a Samira las mejores formas de cuidarlo, cambiando sus vendajes, ayudándolo a combatir la fiebre, a beber agua y té de salvia para mantenerlo hidratado. Samira se acostumbraba al contacto físico con Zeth, aunque su pudor a veces era mas fuerte que ella, no podía negar que su cuerpo aun mal herido y con cicatrices era muy atractivo a sus ojos inocentes, pero debía sobreponerse y cuidar de el como sea necesario.

- ¿Cómo va el muchacho? - preguntó el Dr. Burjan aquella tarde cuando volvía de trabajar.

-Bien, creo que superó la fiebre, hace unas 4 horas de la última vez que hizo temperatura alta. Parece dormir ahora por fin. – dijo Zeynep recibiendo un beso en su frente por parte de su esposo.

-Eso es bueno, tu te vez cansada, ¿Por qué no dejas eso y te vas a recostar? -

-Hice un caldo para todos, pude dormir una hora hace un rato. La muchacha es la que no ha pegado un ojo desde que llegaron prácticamente, temo que ella también enferme si sigue así. Hace un rato fue a ver al caballo. Ese animal aún no deja que nadie se le acerque, parece ser algo mañoso. -

-Lo alimenté de lejos ayer y hoy en la mañana, y se ve que esta comiendo. Debe estar a la espera de su jinete. -

-Puede ser... Burjan, creo que esa muchacha no nos dice la verdad, no se comporta como la esposa del guía. Sé que es joven y tal vez están casados hace poco, pero ni siquiera quiere usar la tina del cuarto donde están. Si realmente es su esposo, no debería sentir tanto pudor al tocar su cuerpo, para mi no están casados aún... ¿Y si en realidad la traían secuestrada? –

-No, mujer. Tu no oíste sus conversaciones con el otro guía más joven, estoy casi seguro de que dicen la verdad. Además, es Zeth, el hijo del gran Zihad Kelubariz, su familia no acostumbra a secuestrar mujeres como los carroñeros. Tal vez solo está muy preocupada, y aún en shock por el ataque que sufrieron. Iré a verlos, les llevaré los caldos, tu ve a descansar. Hiciste un buen trabajo estos días mi amor...-

En la habitación Samira dormitaba en una silla a un costado de la cama, y al escuchar al doctor entrar se despertó sobresaltada.

- ¡Tranquila! Soy solo yo. –

El doctor Burjan dejó la bandeja con un cuenco de sopa en una pequeña mesita de la habitación y se acercó a Zeth para examinarlo.

Primero le tocó la frente a Zeth y su cara, luego revisó los vendajes que parecían recién cambiados.

-Hace unas horas cambiamos las sábanas y los vendajes con la señora Zeynep. - Dijo Samira.

-Excelente... Prácticamente ya no sangran sus heridas. - dijo el doctor.

Luego buscó el pulso de Zeth y cuando intentó abrir uno de sus ojos, Zeth hizo un gesto de molestia con un quejido, pero no se despertó.

- ¡Qué bueno! Por fin, solo esta durmiendo. Podemos decir que la fiebre a cedido gracias a los dioses. Ahora solo resta esperar a que despierte...-

- Que alegría escuchar eso...- dijo Samira con una sonrisa de alivio mirando a Zeth con ojos llorosos. Se sentía muy agotada, pero aquel alivio era indescriptiblemente gratificante.

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora