CXII: Piezas en juego

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Ese día de viaje, había sido agotador. El anciano Selim estaba insoportable con sus quejas y contradicciones, Zeth lo había ignorado todo lo posible, pero su estado de animo afectaba a todo el grupo. La vocera de las sacerdotisas también mostraba síntomas de hartazgo, sin mencionar a Kadir. Los desertores en cambio se mantenían casi en silencio y obedientes. El constante viento, inusual en esa época del año y en esa zona, tenía a todos más inquietos que de costumbre.

Aquella noche, agotado después de su turno de guardia, Zeth se encaminó hacia la tienda que compartía con Seb. El aire nocturno aún traía consigo el rugido distante del viento, pero allí dentro reinaba una calma envolvente. Cruzó el umbral con pasos pesados y se detuvo un instante, sintiendo el calor residual de las mantas que pronto lo acogerían. Seb, puntual y silencioso, lo saludó con una inclinación leve de cabeza antes de tomar su puesto en la vigilancia.

Sin mediar palabra, Seb abandonó la tienda y Zeth dejó que el peso de sus preocupaciones cayera junto con su cuerpo al recostarse. Ajustó su posición, apoyando la espalda sobre el lecho improvisado mientras soltaba un suspiro profundo. Sus músculos agradecieron el descanso, pero su mente, como siempre, se negó a seguir el ejemplo. La imagen de Samira, era casi palpable al cerrar sus ojos. Acostumbrado a centrarse solo en el camino y su destino, tenerla lejos hacia esa tarea casi imposible. Era molesto para él que mantenía una autoexigencia rigurosa, pero a la vez, le agradaba sentir el amor de Samira, aunque fuera a la distancia.

Pero ahora era su turno de relajarse. Mientras con los ojos cerrados escuchaba como la lona de su tienda ondeaba ligeramente con el viento, amplificando los ruidos del exterior, deseaba convocar el consuelo de los sueños, un sueño con Samira. En su lugar, permanecía alerta, cómo si algo no estuviera del todo bien.

Un leve crujido rompió la quietud. Zeth se tensó de inmediato. Su mano buscó la daga en un movimiento fluido e inconsciente antes de procesar el peligro. Se deslizó entre las sombras como un predador, agazapado y preparado. La entrada de la tienda se levantó con sigilo, y una figura envuelta de pies a cabeza cruzó el umbral.

Con la precisión de un guerrero entrenado, Zeth se movió y en un parpadeo, inmovilizó al intruso, sujetándolo con fuerza mientras la punta de su daga se detenía contra la piel delgada de su cuello.

—No te muevas ó será lo último que hagas—gruñó, su voz un susurro cargado de amenaza.

Un leve jadeo escapó de la figura encapuchada, pero no se resistió. Cuando la voz familiar habló, Zeth sintió una punzada de sorpresa que no aflojó la presión de su mano, al contrario, esta se tensó más.

—Has perdido tus modales, Zeth Kelubariz. Has cambiado mucho. ¿Acaso ya no puedes reconocerme? —

Él apartó la capucha con un tirón seco, revelando los cabellos plateados y el rostro de Caterynah, iluminado apenas por la tenue luz del exterior. Su sonrisa era tan afilada como los cuchillos que Zeth llevaba consigo, y sus ojos, grises como la luz de las estrellas, lo estudiaban con una mezcla de burla y curiosidad.

—Caterynah —pronunció su nombre como si fuera una palabra olvidada, cubierta de polvo—. No tienes nada que buscar aquí. —

Ella ladeó la cabeza, provocadora, y su voz bajó volviéndose un susurro seductor.

—El destino nos vuelve a unir, Zeth. No deberíamos desaprovechar esta oportunidad, tal vez este es nuestro destino. —

Zeth endureció la mirada, imperturbable y apretó su mandíbula.

—Tú elegiste tu destino hace mucho tiempo. Si ahora nos encontramos de nuevo, no es más que una casualidad. — dijo él.

—Tú no solías creer en las casualidades. — dijo ella alzando una ceja, divertida.

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora