LXXII: Sus Lágrimas

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Pasaron largos días, el tiempo corría lento para Zeth que comenzaba a sentirse cada vez mejor y cuando nadie estaba vigilándolo, intentaba levantarse o ejercitar su brazo herido. Trataba de ser paciente, pero le inquietaba estar allí sin poder hacer nada. Aunque aún, al ponerse de pié se mareaba y se descomponía, lo intentaba hacer cada vez que quedaba solo en la habitación.

Por parte sentía que Samira se sentía más en confianza con él a solas, pero aveces su culpa y su malestar lo llevaba a portarse algo distante. No sabía en realidad cómo tratarla. Sus sentimientos con ella eran cada vez mas confusos, no quería incomodarla, pero mantenerse distante le era cada vez más difícil. Encontraba sumamente gratificante despertarse cada mañana temprano, solo para contemplarla dormir tranquila a su lado.

El doctor Burjan les contaba todas las noches sobre las noticias que oía en el mercado y en el hospital. Los carroñeros asaltaban a quienes dejaban la cuidad del este o a los habitantes de Milard que vivían cerca de las murallas casi a diario. Pues para sobrevivir en la zona más arida del planeta siendo nómades debían aprovecharse de aquellos que lograban cultivar algunos alimentos o ganarse la vida en las ciudades.

Samira por su parte aprendía muchas cosas de la señora Zeynep, se entretenía ayudándola con los quehaceres de la casa. Extrañaba las comodidades de la casona, y a sus padres, pero la vida en la casa del doctor Burjan se parecía mucho a la vida en el nuevo continente que tenía antes. Salvo claro, que no podía salir mucho a las calles.

Dos veces había acompañado a la señora Zeynep cubierta con un velo hasta la nariz al mercado y esta la presentó a quienes les preguntaban como a una sobrina que había venido de visita, ya que Zeth les había pedido ser lo mas discretas posibles y el doctor Burjan se había encargado de apaciguar a los curiosos vecinos que percibían que el viejo matrimonio tenía visitantes en su casa. Pues hasta Layl de tantos días encerrado en el establo una noche se puso a relinchar y golpear el suelo con los cascos.

Samira estaba en el patio lavando la ropa, aquella mañana se había levantado algo letárgica y ella sabía muy bien a que se debía y aunque tranquilamente podía echarle la culpa al calor sofocante que hacía aquel día, no era eso lo que la hacía sentir así. La tarde anterior se habían cumplido ya 4 semanas después de su boda con Zeth, y su período le recordaba que estaba casada y que aún no había consumado su matrimonio, lo más seguro, porque ella no provocaba nada a su marido y su marido no la amaba. Ella tampoco estaba segura de amarlo, sus sentimientos para con el eran cada vez más fuertes, pero su distancia la confundía. Sabía que sentirse contrariada era normal cuando las mujeres están en "esos días" y a pesar de que en esas cuatro semanas pasaron tantas cosas que a Samira le daba la sensación de que habían pasado años desde aquel día de la boda, y que sentía que su relación con Zeth había mejorado mucho desde que se alojaban en la casa del doctor, el sabor amargo del deseo no correspondido era algo que la deprimía bastante.

- ¿Qué tienes niña? ¿Te sientes bien? - preguntó la señora Zeynep con tono preocupado.

-Si, estoy bien...- Trató de contestar convincentemente.

-Toma, bebe más agua querida... Si continuas con malestares, deberíamos consultar con Burjan...- dijo Zeynep.

-No, no es necesario...- dijo Samira bajando la mirada a su tarea otra vez.

Zeynep la observó por un momento y enseguida adoptó un gesto de compasión.

-Querida... ¿Te ha llegado la regla? Es eso ¿no? - preguntó la mujer con tono de madre.

Samira algo dudosa, asintió con la cabeza, pensando que con su respuesta Zeynep quedaría satisfecha. Era difícil tratar de engañar a la señora Zeynep con esas cosas, parecía saberlo todo aveces. Pero lejos de apaciguarla, la mujer la tomó de los hombros y la miró con dulzura.

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora