LXXXVI: Historias

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— ¡Oh mi querida! Te vez sorprendente. Eres una dama muy sofisticada. ¡Ven toma asiento! – Exclamó Lidah

—Digna portadora de la delicada belleza de las mujeres Eldir. Una verdadera ninfa. — Exclamó Deliah.

Samira se sonrojó por completo.

—No me esperaba menos de Zeth. Jejeje estoy muy feliz por ustedes...— Le dijo Lidah.

—Ver feliz a Zeth, nos hace feliz a todos aquí... pues este pueblo lo acompañó en su más oscuro pesar. Guardamos el cuerpo de su padre, para que pueda devolvérselo a su madre...— Dijo Deliah.

—Y evitaste que su vida se escabulla de las manos de Amín y Rohand cuando lo trajeron con esa herida en su cara. Fue horrible. Casi perdemos las esperanzas con él. – Le contó Lidah.

—Yo solo pude salvar su cuerpo en ese entonces. Gran parte de él murió en esas batallas. Antes, su espíritu era un verdadero huracán de fuerza y energía, nada ni nadie podía hacerle frente. Dicen que aún herido, venció no solo al asesino de su padre, si no a varios contrincantes más. Amín y Rohand decían que era un diablo cubierto de sangre y furia, Rohand y Amín tuvieron que detenerlo entre otros diez hombres más. Todos festejaban aquello y lo contaban emocionados, pero yo lo entendí, él entregó parte de su espíritu por nuestra paz. Sacrificó más de lo que podía, por venganza y paz...— Deliah contó con la mirada perdida como recordando con pesar. —Pero esta vez, lo vi llegar... Gracias a ti, eh visto algo que hace mucho no veía en sus ojos... No se puede subestimar el poder de las mujeres sobre los hombres. Estoy segura que tú le has devuelto calor a su sangre fría...— comentó Deliah mirando a Samira a los ojos.

Samira se sonrojó aún más y un escalofrío recorrió su columna haciendo estremecerla. No sabía decir si la anciana estaba en lo cierto. Pero la enorgullecía aquellas palabras. Su marido era venerado por esta gente y muy querido y ella solo sentía que su pecho latía con más fuerza cuando recordaba que ella era su esposa. Pero también pensó que Deliah podría saber más sobre aquella tristeza que de vez en cuando Zeth dejaba ver en su mirada.

—Mi madre tiene el don de sentir y estudiar el espíritu de las personas. – explicó Lidah.

—Las mujeres tenemos dones de intuición y algunas nacemos con la habilidad de profundizar en ciertos aspectos. La sangre de mi familia también es muy antigua, casi tan antigua como la de los Kelubariz. Lamentablemente las sacerdotisas se encargan de que esos poderes se extingan poco a poco, por codicia claro. – dijo la anciana.

—Mi madre no simpatiza con las sacerdotisas, cómo ya notarás. – Se sonrió Lidah al aclarar esto.

—Al parecer no muchos simpatizan con ellas. – comentó Samira recordando los comentarios del Dr. Burjan y Zeynep o lo extraña que se sintió en el templo aquella noche.

— Pues los motivos sobran. Espero que no hayan tenido que parar en su templo cuando atravesaban el trayecto de Este a Sur...— dijo la anciana.

—Bueno...— comenzó a decir Samira.

— ¡Oh! Ahora entiendo el ataque de sobreprotección de mi amigo. Zeth odia ese templo con todo su ser. Debe haber estado demasiado preocupado por tu bienestar para acceder a parar allí. — Dijo Lidah sirviendo y repartiendo tazas de té de hiervas. – Es capaz de no beber durante días con tal de no detenerse en ese templo. —

— Solo nos quedamos una noche, es más, creo que solo fueron unas horas. No había terminado de salir el sol cuando Zeth ya estaba esperándome para partir. – Dijo Samira.

—Astuto de su parte. Cuanto más se pueda evitar ese templo, es mejor. — dijo la anciana.

—Muchas mujeres valiosas y con dones extraordinarios fueron reclutadas con la excusa de sacrificio a los dioses para evitar la guerra. Fue algo que las Sacerdotisas difundieron con fervor en esos años. Con el sacrificio de esas mujeres, se perdió muchos linajes y sangre con dones de los dioses. Nos hicieron creer que cuanto más extraordinaria sea la sangre de la mujer que se ofrecía como tributo, los dioses más nos escucharían en nuestras plegarias. Pero las guerras estaban decididas por los humanos, no por los dioses, y todos aquellos sacrificios al final no sirvieron de nada. – contó Lidah a Samira.

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora