Se supone que en este momento debería estar en un restaurante lleno de gente y conversando tranquilamente con un socio de True Style y constructora Sandoval, sin embargo, justo ahora, soy fiel testigo de una frase muy trillada que dice:
"La vida es muy corta y efímera. Hoy estamos aquí y mañana quien sabe".
No debí salir sola a caminar por las calles de Las Vegas, pues si no lo hubiera hecho, no me encontrara con el individuo que ahora está frente mí.
Nos encontramos en un restaurante que está vacío, es decir, no hay otras personas aquí, más que el idiota que tengo en frente, quien me mira de vez en cuando, ya que está muy ocupado dando vueltas de aquí para allá.
Haciendo nada.
No voy a negar que la decoración del lugar es preciosa, una de las mesas está perfectamente arreglada para dos personas, hay arreglos de rosas rojas que adornan la estancia en conjunto con luces pequeñas que iluminan de manera increíble este lugar.
No dejo de mirar a mi secuestrador, el cual, desde que llegamos aquí, no se ha atrevido a darme la cara.
—¿Qué es lo que quieres? — cuestioné con el ceño fruncido, al hombre vestido completamente de negro que se encuentra frente a mí—. ¿A qué me trajiste a este lugar?
Me encuentro de pie, cruzada de brazos y moviendo la pierna derecha de manera desesperada.
El muy desgraciado que lo tiene todo muy agraciado, no responde. Solo se limita a mirarme con esos benditos ojos que quisiera arrancar de una buena vez.
—Por más pasamontañas que uses, te reconocería, Marcelo Sandoval —ataqué, nuevamente.
El aludido sonrió debajo de la máscara al mismo tiempo que pellizca el puente de su nariz.
—¡No puedo creerlo! — exclamó en voz baja —. Actúe muy bien...
—¡Ah, claro! —ironicé —. Mereces un Oscar, grandísimo idiota, ¿Quién te crees que eres? ¿Christian Hogue?
No tuvo más remedio que quitarse el pasamontaña y, en el trayecto, su pelo quedó totalmente desordenado dándole una apariencia ridículamente tan varonil que me cuesta creer que sea real.
—Tú sabes cuales son las consecuencias de llamarme así, ¿Verdad? — soltó, sonriendo.
Mi corazón latió fuerte y hago caso omiso a sus indirectas.
— ¿Qué es lo que quieres de mí?
Soltó un suspiro profundo.
—Quiero que hablemos de una buena vez, Keily —informó, seriamente.
—Pues yo no quiero hablar — dije, tajante —. Además, ahora tengo una cena a la cual asistir y no es contigo.
Su mirada se endureció.
—No me hables de ese tipo, Keily Andersson.
Aun con los brazos cruzados, lo miré directamente a los ojos. Lo estoy retando.
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Mi PERDICIÓN
RomanceKeily Andersson, una joven responsable que está a punto de culminar sus estudios en el área de Diseños de Interiores en una Universidad de Mérida, en la cual obtuvo una beca por su buen desempeño. Es una chica de buenos sentimientos y entusiasta que...