80.- Felicidades

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—¡Kaiser! ¡Te he estado buscando por todos lados! —llamó Ness al encontrarlo de pie junto a una cabina de fotos vacía.—¿Dónde están las chicas? —Kaiser permanecía en silencio, con la vista puesta en la salida del parque— Ellos dos se fueron juntos, ¿verdad?

—Fuimos emboscados, Ness. —admitió llevándose una mano a la cabeza para acomodarse el cabello— Itoshi jugó bien sus cartas hoy, pero es sólo el comienzo. Dejemos que disfrute la victoria temporal. Es hora de irnos.

—Espera, ¿y Reyne? ¿Dejarás que vuelva sola a su casa?

—Ya no está sola. —dijo entregándole la tira de fotos que tomó de la máquina y adelantándose en el sendero a la salida.

Ness estaba confundido y perplejo, preguntándose quién estaba usando a quién realmente entre aquella red de mentiras y juegos. Sin embargo, estaba seguro de que el desenlace tendría víctimas fatales.

—¿Ya no nos siguen? —Inclinaste tu cuerpo apoyando tus manos sobre tus rodillas para recuperar la respiración después de haber corrido durante minutos hasta salir del parque de diversiones.

Sae negó después de asegurarse que las pocas personas que había cerca estaban en lo suyo y no parecían sospechosas. Después observó un puesto de helados y decidió comprar dos para refrescarse después del agitado momento.

—Toma. —Ofreció una paleta helada color azul que aceptaste después de sentarte al borde de la acera— Enfriará tu cabeza.

—Gracias. Todo esto ha sido una locura desde que llegué. —Confesaste dando pequeñas mordidas entre oraciones— No sé qué tipo de jugador es Kaiser. Confío en tí, pero dudo si estoy preparada para enfrentarlo.

Sae escuchó atentamente, pero no tenía idea de cómo consolar a alguien y sólo pudo pensar en cambiar el tema, aunque tampoco sabía de qué hablar. Observó su paleta a medio comer y pensó que era momento de hablar sobre eso.

—Rin y yo comprabamos una paleta como esta al final de nuestros partidos cuando éramos niños. —contó con seriedad— Al terminarla, había una palabra escrita que decía si ganabas o perdías. Rin siempre ganaba y yo siempre perdía.

—Y tú odias perder. —añadiste soltando una pequeña risa.

—Exacto, pero la suerte no está determinada por una suposición o una señal divina. —explicó mirándote a los ojos con aires motivacionales— Si das por hecho que existe la posibilidad de perder, vas a perder, así que no te rindas porque estes sola en España.

—¿España?

—...Quise decir Alemania. —dijo rompiendo el contacto visual repentinamente.

—Oh, claro... —murmuraste extrañada. Él siguió comiendo su paleta en silencio— Es como si sus palabras no fueran para mí. Probablemente acaba de decirme lo que le habría gustado escuchar cuando pasó por lo mismo.

Sae terminó su paleta y notó algo escrito en ella. Entonces se giró hacia tí para mostrartela.

—No sé Alemán, ¿qué dice aquí?

—Hmm... —Te acercaste para leer y tardaste un poco en responder— Es sólo la marca, mira, la mía es igual. —le mostraste el abatelenguas de madera con las mismas letras escritas.

—Ah... —dijo arrojando su basura al bote más cercano.

—Sae, no importa lo que diga una paleta... —le repetiste su propia analogía con una razón por detrás— Tampoco importa lo que diga Leonardo Luna.

—¿Uh? ¿A qué viene eso? —Sae se sorprendió de que lo mencionaras de repente.

—Porque me preguntaste qué decía la paleta aunque aseguraste que no te importaba. Entonces sí te importa. —Sae se cruzó de brazos comenzando a enfadarse, creyendo que insultarías su vida privada y su pasado— Nadie me contó nada, no sé qué te pasó en España, pero Rin dijo que cambiaste cuando volviste de ese viaje. Que era como si hubieras muerto.

—El fútbol es un campo de batalla.

—Sí, lo mismo me dijo Rin cuando lo conocí. —recordaste de inmediato al relacionar la misma expresión vacía entre ambos hermanos— Mi padre es un veterano de guerra, vió horrores que no le desea a nadie y eso lo volvió sobreprotector conmigo. No es que no crea en mí, es que teme que me hagan un daño irreparable igual que a él.

—No es lo mismo. Yo no sobreprotejo a Rin.

—Pero también eres un sobreviviente porque sufriste en otro país tú solo, cambiaste tu sueño para adaptarte al exterior y sobrevivir. Cuando regresaste, intentaste explicárselo a Rin, y como no lo comprendió, fuiste duro con él, lo abandonaste en su sueño para protegerlo de esa experiencia destinada al fracaso. En el fondo, no querías que él pasara por lo mismo que tú.

Sae no dijo nada. Observó el cielo mientras daba un largo suspiro, como si estuviese admitiendo que tenías razón.

—¿Cómo dedujiste todo eso? ¿Intuición femenina? —Preguntó haciendo que te encogieras de hombros —Es la habilidad más injusta que he conocido.

—Gracias.

—Bueno, vámonos de aquí. —Se levantó y extendió su mano para ayudarte a levantarte.

Dejaste tu basura en el mismo cubo de reciclaje, no sin antes susurrar la palabra en Alemán que ambos obtuvieron y solo tú entendías, pero no quisiste traducir para que Sae no se ilusionara en vano.

"Ganaste"

El popular centrocampista se había dado el lujo de hospedarse en un gran hotel de cinco estrellas durante dos noches, pues pretendía irse al terminar el partido.

Al subir el ascensor de vidrio junto a él, apreciaste lo hermosa y extensa que era la ciudad en medio de la oscuridad. Las grandes alturas te mareaban pero te parecía asombroso. Ni siquiera te atrevías a preguntar cuánto había gastado Sae en todo eso.

—Exageraste un poco. —dijiste arqueando una ceja mientras apoyabas las manos en el vidrio para mirar hacia abajo y sentiste sus manos envolverte por la cintura, apoyando su barbilla en tu hombro para ver lo mismo que tú.

—Pero la vista lo vale. —susurró desviando sus ojos sobre tus pechos, subiendo su manos por tu estómago hasta llegar a ellos.

—Hm... —cerraste los ojos y apretaste los labios. Sabías que eso pasaría cuando lo seguiste, pero él insistió en que debía darte algo en privado. —Rin va a molestarse de nuevo...

—Rin no está aquí. —Los labios celosos de Sae comenzaron a besar tu cuello en medio de la oscuridad. Las luces del ascensor estaban apagadas para que nadie del exterior pudiera ver tu silueta.

Un suave sonido de llegada les avisó que estaban en el último piso, lugar de las suites de lujo. Sae gruñó por la interrupción y te dejó ir para indicarte el camino.

Tu corazón se aceleraba a cada paso que dabas. Abrió la puerta de seguridad de su habitación con un código y te invitó a pasar. Era el sitio más lujoso, espacioso y moderno que habías pisado en toda tu vida.

Él estaba un poco acostumbrado y no podía opinar lo mismo, pero le agradaba ver tu expresión de niña pequeña, impresionada por tantas comodidades y un enorme ventanal por donde se apreciaba de forma panorámica el resto de la ciudad. Las calles céntricas, incluso la rueda de la fortuna del parque que abandonaron momentos atrás.

—Maravilloso... quiero vivir aquí. —dijiste refiriéndote a la habitación.

—Puedes elegirme entonces y nunca te faltará nada de esto. —Se apresuró a contestar Sae, dirigiéndose a un minibar para servir dos copas de vino al ver su reloj de muñeca marcando las 12 am.

—Ah, no, no, no. —Diste un paso atrás poniéndote nerviosa— Soy malísima bebiendo y todavía no tengo la edad para...

—Zian, ¿no sabes qué día es hoy? —dijo entregándote la copa en una mano y en la otra una pequeña caja de regalo que viste con sorpresa, habías estado con tanto estrés y ocupaciones que ni siquiera te diste cuenta de las fechas. —Felicidades. —te recordó a la vez de chocaba suavemente  su copa con la tuya para brindar— Hoy cumples 18 años.

ZIAN [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora