Cumpleaños - parte 1

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SADIE

Han pasado varias semanas desde nuestra escapada a la playa. Hoy era mi cumpleaños y, como cada año, debíamos mantener la apariencia de una familia feliz. Mi padre estaba aquí y mi madre no había dudado en publicar en sus redes sociales lo mucho que me amaba y lo orgullosa que estaba de mí.

Las semanas posteriores a nuestra escapada las pasé ocupada con el inicio del semestre, pero sobre todo buscando el vestido perfecto que complaciera a mi madre, los zapatos que le gustaran y todo lo que ella quisiera. Ahora me estaban planchando el cabello según el estilo que a mi madre le gustaba, para poder tomar las fotos de la mesa con todas mis 328 tías y primos. Tenía que recibirlos uno por uno, saludarlos y tomar su regalo, que seguramente sería algún perfume barato o pijamas largas y feas.

—Pero agárrale bien el pelo, que no quede ni uno suelto —dice mi madre mientras la señora plancha mi cabello—. Deberías haberte hecho la keratina.

—Ni loca, eso ya es demencia —respondo. Ella bufa y sale de la habitación.

Una vez que mi cabello estuvo perfectamente alisado según los estándares de mamá, me miré en el espejo. No me reconocía. ¿Esa era realmente yo? Suspiré y traté de recordar que esto era solo una vez al año, que después de estas formalidades volvería a ser yo misma.

Bajé las escaleras hacia la sala donde ya se escuchaban las risas y charlas de los invitados. Mamá estaba ocupada recibiendo a todos, asegurándose de que cada detalle estuviera en su lugar para la sesión de fotos familiar.

—Sadie, ven aquí, necesito que te pongas esto —dijo mamá, extendiéndome un vestido que no había elegido. Era rosa pálido, con volantes en la falda y un lazo en la cintura.

Lo miré con desgana, pero no podía pelear en este momento. Me resigné y me puse el vestido, sintiéndome como una muñeca de porcelana en manos de mi madre.

—Eso es, así te ves perfecta —dijo mamá con satisfacción.

Sonreí falsamente y me uní a la multitud, tratando de mantener la compostura mientras saludaba a cada pariente con una sonrisa pintada en el rostro. En mi mente, anhelaba el momento en que pudiera quitarme este disfraz y ser libre nuevamente.

—¿Y el novio, sobrina? —pregunta una de las tías de mi madre.

—Es una señorita muy linda, seguro tiene algunos —sonríe falsamente la tía Rosa, a quien no veía desde Cuenca, y no era algo que me alegrara realmente.

—Solo enfocada en mis estudios, tías —mi abuela sonríe orgullosa.

—Eso es lo que me enorgullece de ti. Cuéntales que haces fotos a varias cantantes, cortometrajes, cuéntales, mijita —estaba por responder a lo de mi abuela cuando el timbre sonó.

—Vuelvo en un rato —me despido amablemente, besando la frente de mi abuela antes de ir a abrir la puerta. Sea quien sea, me había salvado.

Abro la puerta y no puedo creer lo que ven mis ojos: una linda morocha con ojos grises y un vestido negro me mira sonriendo mientras sostiene un ramo de rosas. Wow, qué mujer.

—Buenas noches, ¿Lucrecia? —saluda mi madre, haciendo pasar a la chica que acaba de robar mi aliento.

—Lucy, mamá —le corrijo mientras recibo el ramo de rosas, sonriendo. No es muy normal que yo reciba rosas, pero si cada vez que me dan uno viene con la chica del ramo, voy a estar feliz de recibirlos más seguido.

—Claro, gracias por venir —le dice mi madre amablemente, quitándome el ramo de las manos para ponerlo en la mesa del pastel. —Tómate una foto con tu amiga.

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