Salsa

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Sadie

La noche era oscura, solo rota por el suave resplandor de la lámpara de la mesita de noche. Me moví un poco, buscando una posición más cómoda, cuando el zumbido del teléfono rompió el silencio. Miré la pantalla un número desconocido. Fruncí el ceño y lo ignoré. Probablemente spam. Pero al cabo de unos segundos, el teléfono volvió a vibrar, insistente.

Suspiré y lo dejé sonar otra vez, pero cuando llegó la tercera llamada en menos de cinco minutos, algo dentro de mí se tensó. Con el corazón acelerado, deslicé el dedo por la pantalla para responder.

—¿Hola? —mi voz sonaba rasposa por el sueño.

Hubo un momento de silencio, pero entonces la reconocí. Esa respiración pesada, como si estuviera a punto de explotar. Mi madre.

—¿Por qué me haces esto, Sadie? —Su voz era un susurro envenenado de rabia, que me atravesó como un cuchillo. Mis manos empezaron a temblar al escuchar su tono—. No me hagas ir hasta allá.

No tuve tiempo de reaccionar antes de que colgara. El teléfono cayó de mis manos, y sentí una presión en el pecho que comenzó a apoderarse de mí. No podía respirar bien, todo se volvía confuso. Me faltaba el aire y la habitación se hizo más pequeña.

Lucy, dormida a mi lado, sintió mi agitación. Me envolvió en sus brazos sin preguntar nada, su abrazo firme y cálido, mientras yo luchaba por controlar la ansiedad. Cerré los ojos, concentrándome en su respiración rítmica, su olor familiar. Poco a poco, la angustia empezó a desvanecerse, aunque el nudo en mi garganta permanecía.

—Tranquila, estoy aquí... —susurró, acariciando mi cabello—. Todo va a estar bien.

Apoyé mi cabeza en su pecho y nos quedamos así, en silencio. El sonido de su corazón me calmaba. No había más palabras, no las necesitábamos. Solo quería aferrarme a ella y olvidar esa maldita llamada, al menos por unas horas más.

La siguiente mañana llegó antes de lo esperado. El sol apenas se asomaba por el horizonte cuando salimos con nuestras maletas. Vanessa, había insistido en llevarnos al aeropuerto, y aunque el ambiente en el auto era ligero, yo seguía con la sensación de la llamada de anoche rondando mi mente.

—¡Listas para Londres! —exclamó Vanessa, mirándonos a través del espejo retrovisor con una sonrisa. Su entusiasmo era contagioso, y eso me ayudó a soltar un poco la tensión que aún sentía.

Lucy, sentada a mi lado, me dio un apretón suave en la mano. Le devolví la sonrisa, aunque por dentro todavía me sentía un poco inquieta.

Cuando llegamos al aeropuerto, Vanessa bajó para ayudarnos con las maletas.

—Bueno, chicas, cuídense mucho—nos dijo, dándonos un abrazo fuerte a cada una. Agradecí que fuera un abrazo corto. Nos despedimos con sonrisas antes de que subiera de nuevo a su auto y desapareciera.

El bullicio del aeropuerto, el eco de las maletas arrastrándose por el suelo y las conversaciones entre viajeros eran casi ensordecedores. Pero en ese momento, mientras avanzábamos en la fila del check-in, sentí como si el ruido del exterior se desvaneciera, como si solo existiera el suave sonido de la respiración de Lucy a mi lado. Estábamos juntas, y eso era lo único que me mantenía en pie.

—Pasaportes, por favor —pidió la agente del mostrador, con una sonrisa educada.

Lucy me pasó mi pasaporte y yo le entregué ambos a la mujer. Mientras los escaneaba y revisaba nuestros datos, mis pensamientos divagaban. La llamada de mi madre de anoche seguía en mi mente, como una sombra que se resistía a irse, pero traté de empujarla a un rincón distante. Este viaje no se iba a ver empañado por ella ni por su rabia. Era nuestro momento.

Nuestro SecretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora