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-¡Mierda, mierda, mierda, mierda!- repetía Martina pasándose una mano por el pelo con frustración.

Era muy temprano a la mañana y ella se despertó en la cama de Lourdes, algo que últimamente era común para ella, ya que casi siempre dormían juntas.

La empresaria salió de la cama sin despertar a su novia y se asomó a la habitación de Mia, viéndola dormir tranquilamente. Tratando de no hacer ruido, se dirigió a la cocina para prepararse un café. Cuando tuvo la taza en sus manos, se dirigió al sofá dispuesta a disfrutar de un momento de tranquilidad pero todo se torció en ese instante.

Estaba llevándose la taza a los labios cuando vio algo que casi la hace escupir el café. Con urgencia, se levantó del sofá dejando la taza en la mesa frente al sofá con un golpe seco.

-No me hagas esto- susurró acercándose más -No, no, no-

-Mierda, mierda, mierda, mierda-

Y ahí estaba Martina, a las siete de la mañana, repitiendo maldiciones una y otra vez mientras miraba la pecera como si estuviera poseída por un demonio. En el agua, varios peces nadaban como de costumbre, pero en la superficie uno de ellos flotaba.

Se frotó la cara con frustración y volvió a mirar el reloj -¿Qué hago ahora?- dijo hablando para sí misma -Piensa, piensa-

La mujer se dirigió a la cocina a toda velocidad y buscó en los cajones hasta que encontró una espumadera.  Después tomó un montón de servilletas y regresó a la pecera.

-Qué asco- dijo sacando al pobre pez que había muerto por alguna razón esa noche.

La ojimarron lo dejó sobre las servilletas con cara de total desagrado y regresó a la cocina. Abrió la basura y dejó caer los papeles arrugados. Después miró la espumadera en su otra mano y la tiro también, ya le diría a Lourdes que debía comprar otra

Martina se frotó la frente con frustración y regresó a la pecera -Vamos a ver- susurró mientras contaba los peces -Papa Noel... ahí está Coco...-

-Patata- dijo finalmente -Murió Patata- repitió -Y estoy hablando sola-

Sacudió la cabeza y se levantó. Sabía que Mia se daría cuenta enseguida, lo primero que hacía la niña al despertar era correr hacia la maldita pecera en la esquina del salón para darles de comer y hablar con los peces.

Martína se alejó de la pecera y caminó hacia la puerta mirándose la ropa, estaba el pijama y solo se puso unas zapatillas de Lourdes que estaban en la entrada y una campera que colgaba en el perchero. Se miró en el espejo que había al lado de la puerta y se dio cuenta de que parecía loca, pero decidió ignorarlo y salió del apartamento tomando las llaves de Lourdes y también las de su auto antes de salir.

Su celular seguía en el bolsillo de su pantalón y empezó a teclear mientras bajaba en el ascensor. Pensó que era Nueva York y que tenía que haber algún lugar abierto donde comprar un pez a esas horas.

Las puertas se abrieron y salió mirando su celular. El portero la miraba con curiosidad, estaba acostumbrado a verla con sus imponentes trajes de ejecutiva y ahora mismo parecía una vagabunda

-Carlos- dijo Martina caminando hacia el hombre -¿Usted sabes dónde puedo comprar un pez?-

-Hay una pescadería y mariscos al final de la calle- respondió

-No, no, no pescado... peces... vivos... de colores- explicó y aquel hombre la miró como si hubiese escapado de un manicomio -No importa, gracias- camino hacia la puerta y volvió a mirar su celular

Llegó a su auto y busco la única tienda de animales que aparecía como abierta. Estaba bastante lejos, así que suspiró y empezó a conducir.

Casi una hora despues llegó a aquel lugar y bajó del auto, entrando por la puerta de la tienda y yendo directo al mostrador -Buenos días, ¿tienen peces?- dijo casi desesperada

Love - MartuliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora