IV

1.9K 147 12
                                    

El gimnasio estaba lleno de voces y risas, el eco de los balones rebotando contra el suelo mientras los niños y niñas corrían de un lado a otro de la cancha. Me senté en las gradas como lo hacía siempre, observando con una mezcla de orgullo y ternura a Mía mientras se movía con determinación entre sus compañeros. A pesar de su pequeña estatura, tenía una energía y una pasión que siempre me dejaban asombrada.

Hoy había algo diferente en el ambiente. Desde el momento en que comenzó el entrenamiento, pude notar que todos los niños estaban más animados de lo habitual. El entrenador había organizado un mini torneo entre los equipos, y la emoción de la competencia amigable había llenado la cancha de un entusiasmo contagioso. Mía se había lanzado al juego con su típica intensidad, sus ojos brillando con concentración mientras seguía el balón, persiguiéndolo con la determinación de alguien que realmente ama lo que hace.

Me encontré sonriendo, incapaz de apartar la mirada mientras la veía correr, pasar el balón y lanzar tiros con una alegría pura. Verla así, tan inmersa en algo que la hacía feliz, me llenaba de una satisfacción que no se podía expresar con palabras. Durante ese corto tiempo, me olvidé de todo lo demás, concentrándome solo en ella.

El entrenamiento terminó con un estallido de aplausos y risas, los niños celebrando sus pequeñas victorias como si fueran campeones del mundo. Mía corrió hacia mí, el rostro enrojecido por el esfuerzo, pero con una sonrisa tan grande que casi me hizo reír.

—¡Mami! ¡He metido tres canastas! —exclamó, saltando a mi lado con emoción.

—Lo he visto cariño. Lo has hecho increíblemente bien —le dije, agachándome para abrazarla—. Estoy tan orgullosa de ti.

—Gracias, mami —dijo, aferrándose a mí por un instante antes de soltarme y correr a recoger sus cosas.

Mientras nos dirigíamos al coche, Mía seguía hablando sin parar sobre lo que había pasado en la cancha. Me contaba cada detalle, desde el pase perfecto que había recibido hasta cómo su equipo había celebrado al final. La dejé hablar, disfrutando cada palabra, sabiendo que estos momentos eran tan preciosos como efímeros.

Una vez que nos sentamos en el coche y cerré la puerta, el cansancio comenzó a apoderarse de ella. Apenas había encendido el motor cuando la conversación se desvaneció, y al mirar por el retrovisor, vi que sus ojos se cerraban lentamente. En cuestión de segundos, estaba profundamente dormida, su pequeña cabeza inclinada hacia un lado, con la respiración tranquila y regular.

Un suspiro suave escapó de mis labios. La observé por un momento, sintiendo un tirón en el corazón. Había algo tan inocente y vulnerable en la forma en que dormía, que me hizo desear poder llevarla a casa conmigo, acostarla en su cama y quedarme a su lado hasta que despertara. Pero sabía que eso no era posible.

Miré la hora en el reloj del coche, recordándome que tenía que llevarla a la casa de Pablo. Era su turno de tener a Mía, y por mucho que deseara que se quedara conmigo esta noche, entendía que no podía cambiar las reglas por un simple capricho emocional.

Mientras el coche avanzaba por las calles en dirección a la casa de Pablo, sentí una mezcla de tristeza y resignación. Quería que mi hija se sintiera siempre segura y feliz, y aunque sabía que Pablo la cuidaba bien, no podía evitar ese deseo de ser yo la que estuviera allí para todo.

Cuando llegamos, aparqué en la entrada y apagué el motor, tomando un momento antes de despertarla. No quería interrumpir su sueño, pero sabía que tenía que hacerlo. Me giré suavemente hacia ella, tocando su mejilla con ternura.

—Mía, cariño, ya hemos llegado—le susurré.

Ella se movió ligeramente, entreabriendo los ojos con un murmullo somnoliento, aún perdida en los restos de su sueño. Le sonreí con suavidad, ayudándola a desabrocharse el cinturón.

—Vamos, amor. Papá te está esperando —le dije, intentando sonar más animada de lo que realmente me sentía.

Con un parpadeo lento, Mía se despertó lo suficiente como para salir del coche, agarrando su bolsa con una mano y la mía con la otra. Caminamos juntas hacia la puerta de Pablo, y mientras la despedía con un abrazo y un beso en la frente, supe que tendría que esperar hasta la próxima vez para tenerla nuevamente en mis brazos.

—Te quiero, mami —dijo, mirándome con esos ojos azules grisáceos, que tanto adoraba, eran una mezcla perfecta entre los míos y los de su padre.

—Y yo a ti, cielo —respondí, sintiendo cómo mi corazón se apretaba un poco más mientras la veía entrar en la casa.

Me quedé en la puerta un momento, viendo cómo Pablo la recibía con una sonrisa antes de cerrar la puerta tras ellos. Volví al coche sintiéndome un poco más sola, pero también agradecida por cada minuto que había pasado con ella. Al fin y al cabo, aunque no pudiera estar con Mía todo el tiempo, cada instante con ella era un tesoro que guardaba en mi corazón.

Alexia

El sol de la mañana se filtraba por las ventanas de mi apartamento, iluminando la cocina mientras preparaba un café. La idea de la cena de equipo que tendríamos esa noche estaba en mi mente desde que me desperté. Siempre esperaba con ansias estos encuentros. Eran momentos de desconexión, donde el equipo se relajaba y compartía risas lejos de la rutina de los entrenamientos. Sin embargo, esta vez había algo que hacía que la expectativa fuera diferente.

Mar.

Apenas la conocía. Nuestras interacciones se limitaban a unos cuantos encuentros breves por los pasillos de la Ciutat Esportiva. Unas sonrisas rápidas, un saludo educado, tal vez algún comentario casual sobre el clima o el horario de entrenamientos. Eran intercambios simples, pero cada uno de ellos me dejaba pensando más de lo que me gustaría admitir.

Mar tenía algo que me intrigaba. Una presencia tranquila, pero intensa. No podía decir que la conocía realmente, pero en esos pocos segundos en los que nuestras miradas se cruzaban o compartíamos unas palabras, sentía como si hubiera mucho más debajo de la superficie. Algo que me atraía, que me hacía querer saber más, pero al mismo tiempo, me hacía sentir una especie de nerviosismo que no solía experimentar.

Mientras me sentaba en la mesa con mi taza de café, me encontré pensando en cómo sería verla en un ambiente diferente, más distendido, como el de la cena de equipo. Hasta ahora, nuestras conversaciones siempre habían sido breves y formales, limitadas al contexto de la Ciutat Esportiva. Pero esta noche, habría una oportunidad de conocerla de otra manera.

No podía evitar preguntarme cómo sería Mar fuera de los pasillos del complejo deportivo. ¿Sería tan extrovertida como parecía? ¿O se reservaría un poco más en un entorno más social? Imaginaba cómo podría verla reír, charlar, tal vez mostrando un lado de ella que no había tenido la oportunidad de conocer aún.

Pero había algo en todo esto que me ponía un poco nerviosa. No estaba acostumbrada a sentirme así, especialmente por alguien con quien apenas había hablado. Sin embargo, la expectativa de la cena, y de la posibilidad de conocer más a Mar, era algo que no podía ignorar.

Mientras bebía mi café, me di cuenta de que la idea de verla esa noche me mantenía en un estado de ligera ansiedad. No era una sensación desagradable, pero sí me hacía sentir que esta cena sería diferente a las anteriores. Algo me decía que Mar no era solo una cara más en los pasillos, sino alguien con quien podría querer compartir más que unos cuantos saludos de cortesía.

Y esa idea, aunque un poco inquietante, también era emocionante.
____

Se viene cena🤭🤭

Mía es más mona😭

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora