XIII

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Salí del polideportivo con Mía en brazos, el nudo en mi estómago no se aflojó hasta que llegamos al hospital. La preocupación por el tobillo de mi hija me acompañó en cada paso. La clínica estaba a solo unos minutos en coche, pero el trayecto me pareció interminable. Mía, en su pequeño asiento de seguridad, mantenía su mano firmemente sujeta a la mía, buscando consuelo en cada momento.

Al llegar al hospital, aparqué rápidamente y llevé a Mía al área de emergencias. Aunque la sala de espera estaba llena de gente, el personal médico nos atendió con rapidez, y pronto estábamos en una sala de examen. Durante todo el proceso, Mía nunca soltó mi mano, y su pequeño agarre era un recordatorio constante de cuánto necesitaba mi apoyo en ese momento.

La espera para ser atendidos por el médico fue breve en comparación con la ansiedad que sentíamos. Mía estaba asustada, y yo trataba de mantener la calma para tranquilizarla. Mientras esperábamos, intenté mantener una conversación ligera para distraerla, pero sus respuestas eran cortas y llenas de dolor.

Finalmente, un médico llegó y comenzó a examinar a Mía. La exploración inicial fue cuidadosa, y ella se aferraba a mi mano con más fuerza mientras el médico palpaba su tobillo. La radiografía era el siguiente paso para descartar lesiones más graves. Aunque Mía se mostró nerviosa durante el procedimiento, yo la mantuve cerca, asegurándole que todo saldría bien.

Cuando el médico regresó con los resultados, mi corazón estaba en un puño. Sin embargo, al escucharlo decir que se trataba solo de un esguince leve, una ola de alivio me invadió. La buena noticia era que no había fracturas ni lesiones graves, solo un tobillo torcido que necesitaría tiempo para sanar.

—El esguince no es severo —explicó el médico con una sonrisa tranquilizadora—. Vamos a colocarle una férula y recomendarle reposo para asegurar una recuperación completa.

Mía escuchó atentamente, y aunque todavía estaba algo asustada, el alivio en mi rostro pareció calmarla un poco. Mientras el médico preparaba la férula, Mía seguía sujetando mi mano, su agarre no se aflojaba en ningún momento. Me sentí agradecida por su confianza en mí y por la oportunidad de estar allí para ella en cada paso del camino.

Con la férula en su lugar y las recomendaciones del médico, nos preparábamos para salir del hospital. Mía estaba exhausta, y yo también, pero el alivio de saber que no había nada más grave hizo que el cansancio fuera más llevadero. La ayudé a subir al coche y la coloqué en su asiento con cuidado.

Durante el trayecto de regreso a casa, Mía se recostó en su asiento, todavía sosteniendo mi mano. Su rostro mostraba una mezcla de cansancio y alivio. Me dirigí a ella con una sonrisa reconfortante.

—Todo estará bien, cariño —dije mientras la conducía a casa—. Solo necesitamos seguir las indicaciones del médico y descansar un poco.

Mía asintió débilmente, y mientras conducía por la noche tranquila, me sentí aliviada de que la situación no fuera tan grave como temía. A pesar del cansancio, el hecho de que Mía se estaba recuperando y que nuestra noche no había sido tan aterradora como podría haber sido, me llenaba de gratitud.

Finalmente llegamos a casa, y aunque la tarde no había sido fácil, el consuelo de tener a Mía en casa y en vías de recuperación me dio una sensación de paz. Sabía que sería un proceso de recuperación, pero ver la fortaleza de mi hija y la forma en que se aferraba a mí me recordó la importancia de estar allí para ella, pase lo que pase.

Alexia

Al volver del hospital, me sentí ligeramente aliviada, aunque la preocupación por mi rodilla seguía presente. Saber que al menos era solo un esguince y no algo más grave me dio un respiro. Me acosté en mi cama con la esperanza de que, al menos, ya teníamos una idea clara de lo que estaba pasando y el camino a seguir.

El día siguiente, me costó mucho levantarme de la cama. El cansancio de la noche anterior y la preocupación constante habían hecho mella en mi ánimo. Sin embargo, el pensamiento de volver a la ciutat esportiva y ver a Mar me dio un impulso de energía. Había algo en las charlas que tenía con ella que me ayudaba a sentirme más animada y positiva, a pesar de la incertidumbre sobre mi recuperación.

Llegué a la ciutat esportiva con la esperanza de ver a Mar, pero al entrar en la sala de fisioterapia, me sorprendió encontrar a otro fisioterapeuta, un chico que no había visto antes. Me acerqué a él con un nudo en el estómago.

—¿Dónde está Mar? —pregunté rápidamente, mi voz cargada de preocupación y confusión.

El chico levantó la vista de sus papeles y me miró con una expresión de comprensión.

—Mar está de baja por unos días para cuidar a su hija —explicó—. La niña se hizo daño en su entrenamiento y Mar ha tenido que quedarse en casa con ella.

El impacto de la noticia me dejó momentáneamente en shock, y despertó una preocupación adicional en mí. No podía evitar sentirme inquieta por el bienestar de Mía.

—¿La niña está bien? —pregunté, a pesar de que la preocupación por mi propia rodilla seguía presente.

El chico asintió, aunque su expresión no ofrecía muchos detalles adicionales.

—Sí, parece que no es una lesión grave. Pero Mar obviamente ha priorizado el bienestar de su hija y se ha quedado en casa-Contestó el amablemente.

Sentí una mezcla de alivio y preocupación. La idea de que Mía estuviera en casa recuperándose y que Mar tuviera que hacer frente a esta situación complicaba aún más las cosas para mí.

La sesión de fisioterapia que tuve con el chico fue bastante diferente a las anteriores con Mar. Aunque hizo su trabajo con profesionalidad, no pude evitar comparar su enfoque con el de Mar, cuya habilidad para tranquilizarme y hacerme sentir cómoda había sido inigualable.

Al terminar la sesión, me sentía inquieta y ansiosa. La falta de Mar, quien siempre había sido una fuente de calma y confianza, me dejó con una sensación de incomodidad que no pude sacudirme. La preocupación por la salud de Mía y el impacto que su ausencia podría tener en el trabajo de Mar me hicieron cuestionar si había alguna forma de estar más conectada con la situación.

Decidí que debía pedir el número de Mar, a pesar de que sabía que no era un procedimiento estándar. Me acerqué al chico con una mezcla de ansiedad y esperanza.

—¿Podrías darme el número de Mar? —le pedí—. Estoy preocupada por ella y su hija. Solo quiero saber cómo están.

El chico me miró con una mezcla de comprensión y duda. Se notaba que la solicitud era inusual y fuera del protocolo habitual, pero también se podía ver que mi preocupación era genuina. Después de un momento de vacilación, suspiró y pareció tomar una decisión.

—Mira —dijo en voz baja, inclinándose un poco hacia adelante—, no suelo hacer esto, pero veo que estás realmente preocupada. Voy a darte el número de Mar, pero por favor, usa esta información con discreción.

El sacó su teléfono móvil y me muestró un número anotado en la pantalla. Lo copié rápidamente, agradeciendo su comprensión y amabilidad.

—Gracias, realmente aprecio esto —le dije con sinceridad.

—No hay problema —respondió con una sonrisa comprensiva—. Mar estará de vuelta tan pronto como pueda, y espero que todo se solucione pronto.

Con el número en mi poder, me sentí aliviada y más conectada con la situación. Aunque aún tenía que lidiar con la incertidumbre de mi propia lesión, saber que podía contactar a Mar directamente me brindó un poco de consuelo. Me despedí del chico y salí de la sala de fisioterapia con la intención de llamar a Mar más tarde para obtener noticias sobre su hija y asegurarme de que todo estuviera bien.

Al salir, la sensación de haber hecho un pequeño avance en medio de la preocupación me dio una pizca de tranquilidad. La espera y la incertidumbre seguían presentes, pero al menos tenía un pequeño rayo de esperanza en el horizonte.
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Uyuy que tiene su número🤭🤭

¿Que pasará?😝

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora