XXXII

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Después de una cena sencilla pero llena de risas y conversaciones que fluían como si el tiempo se hubiera detenido, el ambiente en la casa de Mar se impregnó de una calma acogedora. La luz suave del salón envolvía los muebles con un cálido resplandor, mientras la brisa nocturna susurraba al otro lado de las ventanas abiertas. Tras ayudar a recoger los platos y lavar los pocos utensilios que habíamos usado, me di cuenta de que no quería irme. Había algo en la quietud de ese momento que me invitaba a quedarme un poco más.

Mar, como si leyera mis pensamientos, me ofreció quedarme a ver una película. Acepté de inmediato, sabiendo que cualquier excusa era buena para prolongar esa noche. Nos dirigimos al salón y, casi instintivamente, me tumbé en el sofá, dejando que el confort del mueble me envolviera. Mar se acomodó a mi lado, y en un gesto lleno de naturalidad, se acurrucó contra mí. Sentí su calidez atravesar la tela de nuestras ropas, su respiración acompasada y tranquila resonando en mi oído. Había algo profundamente íntimo en ese gesto, algo que no se podía expresar con palabras, pero que me hizo sentir en casa de una manera que no había experimentado en mucho tiempo.

Unos minutos más tarde, Mía apareció con su pijama, restregándose los ojos, luchando contra el sueño que ya la reclamaba. Sin decir una palabra, trepó al sofá y se acomodó al otro lado, imitando el gesto de su madre. Sus pequeñas manos buscaron las mías, aferrándose con una confianza que me llenó de ternura. Era asombroso cómo en tan poco tiempo, esta pequeña familia se había convertido en algo tan importante para mí. Mía, con su inocencia y energía desbordante, y Mar, con su mezcla de fuerza y vulnerabilidad que me hacía querer protegerla y a la vez dejarme guiar por ella.

La película comenzó, una comedia ligera que no requería demasiada atención, pero a decir verdad, apenas la estaba viendo. Mis pensamientos estaban en otro lado, divididos entre la sensación de plenitud que me invadía y la dulzura de las dos personas que ahora dormían a mi lado. Mía fue la primera en sucumbir al sueño, su pequeña cabeza descansando sobre mi pecho, con su respiración pausada y tranquila, un ritmo constante que me llenaba de paz. Observé su rostro relajado, sus labios ligeramente entreabiertos, y sentí una oleada de cariño puro, un sentimiento protector que me sorprendió por su intensidad.

Volví la mirada hacia Mar, cuya cabeza se hundía cada vez más en mi hombro, sus párpados pesados, luchando por permanecer abiertos. Sus esfuerzos por mantenerse despierta eran en vano, y pronto la vi caer en un sueño profundo, su cuerpo relajado, confiado, entregado completamente a la seguridad de ese momento. Me di cuenta de que estaba sonriendo, y esa sonrisa estaba cargada de incredulidad y gratitud. Era increíble pensar en cómo habían cambiado las cosas, cómo este pequeño milagro de conexión había sucedido sin que me diera cuenta, sin que lo planeara o lo buscara.

Nunca hubiera imaginado, ni en mis sueños más optimistas, que en tan poco tiempo tendría a estas dos personas tan profundamente arraigadas en mi vida. Mar, con su serenidad y fortaleza, había derribado mis defensas de una manera que nadie antes lo había hecho. Y Mía, con su espíritu alegre y su inocencia, había llenado los rincones vacíos de mi corazón con una luz nueva y vibrante.

Me quedé así, observándolas, sin moverme, temiendo romper el encanto del momento. Sentí una profunda gratitud por la vida, por este regalo inesperado que me había dado. En ese instante, me di cuenta de que no necesitaba nada más. Estaba exactamente donde quería estar, con las personas que quería a mi lado.

Finalmente, el cansancio también empezó a invadirme, pero me resistí a cerrar los ojos. Quería alargar ese momento, grabarlo en mi memoria para siempre. Sabía que en el futuro, cuando mirara hacia atrás, este sería uno de esos recuerdos que aparecerían con una claridad reconfortante, un ancla en tiempos difíciles. Y con esa certeza, mientras el murmullo de la televisión y las respiraciones suaves de Mar y Mía llenaban la habitación, dejé que la noche me envolviera, agradecida por la inesperada bendición de tenerlas a ambas en mi vida.

Mar

El suave resplandor de la luz matutina se filtraba por las cortinas del salón cuando empecé a despertar. Mi cuerpo se sentía relajado, envuelto en una calidez que me hizo querer permanecer en ese estado de semiconsciencia un poco más. Poco a poco, me di cuenta de que no estaba en mi cama, sino en el sofá, y una suave respiración rítmica cerca de mí me recordó que no estaba sola.

Abrí los ojos lentamente y sentí el peso reconfortante de Alexia, que yacía a mi lado, yo estaba tumbada sobre su pecho. Su cabello rubio oscuro caía en suaves ondas sobre su rostro, y la tranquilidad que emanaba su expresión me llenó de una paz indescriptible. Estaba tan cerca que podía sentir el latido constante de su corazón, un ritmo que, sin darme cuenta, se había sincronizado con el mío durante la noche. Su brazo estaba sobre mi cintura, como si incluso en sueños se aferrara a este momento, a esta sensación de estar juntas.

No pude evitar sonreír al recordar cómo nos habíamos quedado dormidas viendo una película la noche anterior. El tiempo parecía haberse detenido en ese instante, y ahora, a la luz del día, todo parecía aún más irreal, pero de la manera más hermosa. Con cuidado, para no despertarla, me deslicé lentamente, liberándome de su abrazo, pero no sin antes acariciar suavemente su cabello. Sabía que era un sábado por la mañana, sin prisas, sin trabajo ni colegio que nos apurara a empezar el día.

Me incorporé con cuidado y, al levantarme, mis ojos se posaron en una imagen que me llenó el corazón de un calor inusitado. Allí, junto a Alexia, estaba Mía, acurrucada en ella, su pequeña cabeza apoyada en el brazo de Alexia. Ambas dormían plácidamente, en una armonía tan perfecta que me quedé quieta, casi conteniendo la respiración para no alterar ese momento de paz absoluta.

La escena era tan tierna, tan llena de amor, que no pude evitar la tentación de inmortalizarla. Sin hacer ruido, fui a buscar mi móvil y regresé al salón. Me acerqué a ellas con la mayor delicadeza posible y, desde un ángulo que capturara la quietud y la calidez del instante, les hice una foto. El sonido casi imperceptible del obturador digital no perturbó su sueño, y me permití unos segundos más para observarlas.

Era increíble pensar en lo que esa imagen representaba. Mía, mi pequeña hija, tan confiada y segura, había encontrado en Alexia un refugio, un lugar donde dormir sin preocupaciones. Y Alexia, que había llegado a nuestras vidas de manera tan inesperada, ya se había convertido en alguien imprescindible para nosotras. La conexión que se había formado entre las tres en tan poco tiempo era un milagro que nunca hubiera podido prever.

Me acerqué una vez más, esta vez sin la cámara, y me incliné para besar suavemente la frente de Mía, cuidando de no despertarla. Luego, mi mano rozó la mejilla de Alexia, que, aún dormida, esbozó una pequeña sonrisa, como si en sus sueños sintiera mi presencia. Mi corazón se hinchó de gratitud y amor, y en ese instante supe que no importaba lo que el futuro nos deparara, este era un momento que siempre atesoraría.

Con una última mirada a las dos, me dirigí a la cocina para preparar el desayuno. Sabía que cuando despertaran, el día estaría lleno de risas, de juegos, de la vida cotidiana que había empezado a construir con ellas. Pero ahora, mientras el aroma del café comenzaba a llenar la casa, me permití disfrutar del silencio, del conocimiento de que estaba exactamente donde debía estar, rodeada de las personas que más amaba. Y con ese pensamiento, me sentí en paz, lista para enfrentar cualquier cosa, siempre y cuando ellas estuvieran a mi lado.
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La pequeña familia🥹

Estoy empezando a pensar en la siguiente historia, la cual será posiblemente la última que escriba, vamos viendo que sale😁

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora