De camino a casa, el ambiente en el coche estaba lleno de una mezcla de emociones tranquilas. Mía, agotada por la emoción del día, estaba acurrucada en su asiento, con los ojos medio cerrados mientras el suave zumbido del motor la arrullaba. Mar, al volante, me lanzaba de vez en cuando una mirada tranquila y cómplice, esa que solo compartimos cuando sabemos que hemos tenido un día largo pero gratificante.
Llegamos a la casa de Mar, un lugar que se había convertido en mi refugio en las últimas semanas, desde que todo comenzó a cambiar entre nosotras. Abrí la puerta con la llave que Mar me había dado hace unos días, un gesto sencillo pero que significaba mucho más de lo que cualquiera de las dos había dicho en voz alta.
Mientras Mar se dirigía a la cocina para preparar la cena, yo me ocupé de Mía, ayudándola a cambiarse de ropa y a instalarse en el sofá frente a la televisión. Su programa favorito ya estaba encendido, y la pequeña se perdió en su mundo de dibujos animados, el cansancio dibujado en su rostro mientras se sumergía en la pantalla.
Me dirigí hacia la cocina, siguiendo el aroma de la comida que Mar estaba preparando. La encontré de espaldas a mí, concentrada en cortar algunos vegetales, con una calma y naturalidad que siempre me sorprendía. Me quedé ahí, en el umbral, observándola por un momento. Había algo en la sencillez de la escena que me hizo sentir un nudo en el estómago, una mezcla de emoción y nerviosismo que ya no podía ignorar.
Había estado pensando en esto durante días, semanas incluso. En cómo me sentía cada vez que estaba cerca de Mar, en cómo esa sensación había crecido hasta ser algo más que simple cariño. Era un sentimiento profundo, que había echado raíces en mí, y no podía seguir guardándolo en silencio.
Me acerqué lentamente, mi corazón acelerándose con cada paso. Cuando llegué detrás de ella, envolví mis brazos alrededor de su cintura, apoyando suavemente mi cabeza en su hombro. Sentí cómo se relajaba un poco al reconocerme, dejándose envolver por mi abrazo.
—¿Todo bien? —preguntó Mar con un tono cálido, sin dejar de cortar los vegetales.
—Sí, todo bien —respondí, aunque mi voz salió más suave de lo que había planeado.
Nos quedamos así por un momento, en silencio, el sonido del cuchillo contra la tabla de cortar siendo lo único que rompía la calma de la cocina. Sentí su calor, su presencia, y supe que no podía seguir esperando.
—Mar… —dije, y la forma en que su nombre salió de mis labios hizo que finalmente dejara de cortar y girara un poco la cabeza para mirarme.
—¿Qué pasa, Alexia? —Sus ojos buscaron los míos, llenos de esa calidez que siempre encontraba en ellos.
Tomé aire, intentando ordenar mis pensamientos, pero no había una forma perfecta de hacerlo. Solo sabía que tenía que ser sincera, que ya no podía seguir escondiéndome detrás de los "quizás" y "tal vez".
—He estado pensando mucho en esto —comencé, apretando un poco más mi abrazo alrededor de ella—. En nosotras. En lo que siento cuando estoy contigo, cuando estamos las tres juntas.
Mar giró un poco más, quedando casi frente a mí, aunque seguía atrapada en mi abrazo. Pude ver la sorpresa en su rostro, pero también esa chispa de algo más, algo que me animó a seguir.
—No quiero seguir guardando esto para mí. —Mis palabras salieron más rápido de lo que pensaba—. Quiero estar contigo, Mar. De verdad. Quiero que seamos más que solo lo que hemos sido hasta ahora.
El silencio que siguió fue uno de esos momentos en los que todo parecía detenerse. Podía sentir mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho, y por un segundo, temí haber dicho algo equivocado. Pero entonces vi cómo los labios de Mar se curvaban en una pequeña sonrisa, esa sonrisa que siempre me derretía.
ESTÁS LEYENDO
𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬
RandomAlexia y Mar se conocen de una manera repentina, una máquina expendedora estropeada hace que ambas se conozcan, las vidas de ambas aunque puedan parecer similares al estar en el ámbito futbolístico son completamente diferentes.