XXXXVI

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El día del partido finalmente llegó, y con él, una mezcla de emociones que hacía tiempo no sentía. El zumbido constante de la adrenalina, el pulso acelerado, la anticipación de volver al campo después de mi lesión, todo se mezclaba en mi interior, haciendo que cada segundo pareciera tanto una eternidad como un suspiro.

Al llegar al estadio, el bullicio y el eco de los pasos de mis compañeras en los pasillos estrechos amplificaban mi nerviosismo. La camiseta del equipo ajustada sobre mi piel, el olor del césped mojado que se filtraba desde el túnel hacia el vestuario, todo me recordaba lo que significaba estar de vuelta. Pero esta vez había algo más. Algo más grande que cualquier otra presión que hubiera sentido antes: Mar y Mía estaban allí, en las gradas.

Sabía que su presencia era un apoyo incondicional, pero también significaba que no quería fallar. Quería estar a la altura de sus expectativas, de la promesa que le había hecho a Mía días antes. La imagen de su sonrisa traviesa cuando me pidió que celebrara un gol con la "M" se repetía en mi mente una y otra vez. Sentía un nudo en el estómago al pensar en cómo su mirada buscaría la mía desde la multitud. Quería darle ese momento, quería hacer que ese pequeño gesto suyo, esa "M", fuera una realidad, un símbolo de lo que compartimos las tres.

Me arrodillé en el césped, estirando los músculos, intentando concentrarme en la estrategia del juego, en los movimientos que había practicado miles de veces. Pero era imposible dejar de pensar en Mar y Mía. Sabía dónde estaban sentadas, las había visto cuando entré al campo, un pequeño punto de calma y felicidad en un mar de ruido y colores. Podía imaginarme la expresión de Mía, emocionada y expectante, y cómo Mar la abrazaría si algo salía bien, o cómo la consolaría si no lo lograba.

El silbato inicial rompió mis pensamientos, y me sacudió la tensión como si fuera un reflejo. Me puse en movimiento, los primeros toques del balón bajo mis pies recordándome por qué amaba tanto este deporte. Pero incluso mientras jugaba, el peso de mi promesa no desaparecía.

El partido avanzaba con la velocidad y el vértigo propios de un juego intenso. Corría por la banda, pasaba, recibía, buscando siempre ese hueco, ese instante que pudiera transformar en la oportunidad que necesitaba. Había momentos en los que el nerviosismo se mezclaba con la frustración, en los que parecía que el gol no iba a llegar. Pero no podía dejar que esos pensamientos me vencieran. Mar y Mía estaban allí, observándome, confiando en mí, y eso me impulsaba a seguir luchando.

Y entonces, en una jugada rápida, el balón llegó a mis pies. Un pase largo, limpio, directo a mi trayectoria. La portera se adelantó, pero pude ver la esquina inferior de la red abierta, esperándome. No pensé, solo actué, lanzando el balón con la fuerza y la precisión que me había entrenado a dominar. El estadio quedó en silencio por un instante, el mundo pareció detenerse mientras el balón volaba.

El sonido del gol, el estallido de gritos y aplausos, me sacó de esa burbuja. Había marcado. Lo había hecho. Y lo primero que hice, antes de que cualquiera de mis compañeras pudiera alcanzarme para celebrar, fue levantar mis manos y formar la "M" frente a mi pecho.

Por un segundo, solo un segundo, busqué entre la multitud los rostros que más me importaban. Y allí estaban, Mar y Mía, saltando de alegría, con los ojos brillantes y las sonrisas más grandes que había visto nunca. Mía estaba señalando hacia mí, emocionada, y Mar la sostenía, compartiendo esa felicidad pura que solo una niña puede sentir. Mi corazón se hinchó de una manera que pocas veces había experimentado, y en ese momento, supe que todo el esfuerzo, toda la lucha para regresar, había valido la pena.

Mientras mis compañeras me rodeaban, celebrando el gol, no podía quitarme la sonrisa del rostro. Había cumplido mi promesa. Y más allá de la satisfacción personal, más allá del regreso al campo, estaba el hecho de que había hecho feliz a Mía, y con ella, a Mar. En el fútbol, como en la vida, esos pequeños momentos de conexión, esos gestos que parecían insignificantes, eran los que realmente importaban.

Cuando el partido terminó, con la victoria en nuestras manos, me permití un último vistazo hacia las gradas. Mar y Mía seguían allí, aún sonriendo, aún aplaudiendo. Y en ese instante, supe que no importaba qué desafíos vinieran después, siempre tendríamos esos momentos, y siempre lucharíamos para proteger lo que habíamos construido juntas.

Mientras mis compañeras celebraban y hablaban en el campo, yo tenía un solo objetivo en mente: llegar a la grada donde estaban Mar y Mía.

Mientras me acercaba a la zona de las gradas, sentí el calor del cariño de los fans que empezaron a llamarme, gritando mi nombre y extendiendo camisetas y banderas en busca de firmas y fotos. El eco de sus voces resonaba en mis oídos, pero mi mirada estaba fija en un solo punto, entre la multitud. Sabía exactamente dónde estaban Mar y Mía, y nada más importaba en ese momento.

Esquivé con una sonrisa a los fans, moviéndome, disculpándome brevemente mientras mi corazón latía más rápido con cada paso que daba hacia ellas. Finalmente, las vi, allí de pie, Mar con una sonrisa amplia y Mía con los brazos extendidos hacia mí, sus pequeños ojos brillando con una mezcla de admiración y amor que me derritió por completo.

—¡Alexia! —gritó Mía, su vocecita sobresaliendo entre el bullicio.

Ese simple tono de deseo, pronunciado con tanta inocencia y cariño, hizo que mi corazón diera un vuelco. Sonreí, sintiendo cómo todo lo demás se desvanecía, y rápidamente me extendí mis brazos.

—Ven aquí, pequeñaja —le dije, abriendo los brazos para recibirla.

Mía prácticamente saltó hacia mí, y yo la cogí con cuidado, apretándola contra mí mientras su risa llenaba el aire. El peso de su pequeño cuerpo contra el mío, su calidez, me hizo sentir que todo estaba bien en el mundo, al menos en ese instante.

—Lo has hecho—susurró Mía mientras comenzaba a cubrir mi cara con pequeños besos, uno tras otro, como si quisiera marcarme con su amor.

Su voz temblaba de emoción, y yo cerré los ojos por un momento, disfrutando de la sensación de tenerla tan cerca. Cada beso que dejaba en mi rostro era una promesa, una confirmación de lo mucho que significaba para ella. Y para mí, era todo. La rodeé con mis brazos, sintiendo cómo su risa vibraba contra mi pecho.

—Sí, lo he hecho—le respondí, mi voz suavizada por la emoción—. Lo hice por vosotras.

Mar, nos observaba desde arriba, sus ojos llenos de un amor que me hizo sentir invencible. La miré por encima de la cabeza de Mía, y en ese intercambio silencioso de miradas, supimos que todo había valido la pena. Mar no dijo nada, pero su sonrisa, mezclada con una lágrima que resbaló por su mejilla, lo dijo todo.

Todavía sosteniendo a Mía, extendí un brazo hacía mar, necesitando ese contacto tanto como necesitaba el aire en ese momento. Ella me respondió con un ligero apretón, su forma de decirme que todo estaba bien, que habíamos llegado juntas a este punto y que nada nos detendría.

Mía, todavía acurrucada contra mí, levantó la cabeza y me miró con esos ojos brillantes, su sonrisa tan radiante como el sol.

—Te quiero, Alexia —dijo con la misma sinceridad con la que me había pedido la celebración especial.

—Y yo te quiero a ti, Mía —le respondí, mi voz quebrándose un poco por la emoción mientras besaba su frente—. Te quiero muchísimo.

El ruido del estadio, las voces de los fans, todo se desvaneció a nuestro alrededor. En ese momento, en esos brazos pequeños y fuertes que me rodeaban, supe que había encontrado un hogar, un lugar donde todo el esfuerzo, todo el sacrificio, tenía un significado profundo. Y mientras Mar nos miraba, supe que no había nada más en el mundo que pudiera desear.
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Que bonitas que son🥹


𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora