XV

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Mi corazón latía con fuerza mientras permanecía de pie frente a la puerta de Mar. Algo en esta visita era distinto, como si un velo de incertidumbre cubriera cada uno de mis pensamientos. Mar me había enviado la ubicación horas antes y, aunque el camino hasta aquí había sido sencillo, cada paso que daba se sentía más pesado, como si estuviera caminando hacia algo desconocido y fuera de mi control. A pesar de que trataba de convencerme de que todo estaba bien, mis nervios me traicionaban, y sentía cómo un torrente de pensamientos y emociones me embargaban, generando una sensación que no lograba descifrar.

El timbre de la puerta estaba justo a la altura de mi mano, y sin embargo, me tomó unos momentos reunir el valor suficiente para presionarlo. ¿Por qué me sentía tan nerviosa? Era una pregunta que no podía responder con claridad, pero la incertidumbre me corroía. Finalmente, cuando mis dedos tocaron el timbre, la puerta se abrió casi de inmediato, como si Mar hubiera estado esperando justo al otro lado. Su sonrisa cálida y acogedora fue lo primero que vi, y, aunque mis hombros se relajaron ligeramente, el remolino de emociones en mi interior continuaba su curso.

—Hola, Alexia Pasa, por favor —dijo Mar, apartándose para dejarme entrar.

Le devolví la sonrisa, aunque con algo de torpeza, y asentí en silencio mientras cruzaba el umbral de su hogar. La calidez de la casa me envolvió al instante. La luz suave, los tonos acogedores de los muebles y el aroma familiar a café recién hecho creaban un contraste con el tumulto de emociones que seguía en mi pecho. Era como si el ambiente de la casa estuviera en completa armonía, mientras que dentro de mí todo era un caos. Caminé por el pasillo que llevaba al salón, sintiéndome un poco fuera de lugar, como si fuera una intrusa en medio de aquella paz.

Al entrar en el salón, mi mirada se encontró con la figura de Mía, la hija pequeña de Mar. La niña estaba recostada en el sofá, con el pie vendado y apoyado sobre un cojín colorido. Parecía concentrada en el televisor, que emitía un programa infantil que llenaba la habitación de sonidos alegres y despreocupados. Había una tranquilidad en su expresión que me llamó la atención, un contraste con la agitación que yo sentía.

Mía, al darse cuenta de mi presencia, giró la cabeza hacia mí. Su rostro, tan inocente y lleno de vida, se iluminó con una sonrisa que destilaba pura dulzura.

—¡Hola, Alexia! —saludó con una voz suave, casi como un canto, que resonó en el silencio del momento.

Fue en ese instante que sentí cómo algo dentro de mí cambiaba. Todo el nerviosismo que había estado arrastrando desde que llegué desapareció de golpe, reemplazado por una calidez que comenzó a extenderse desde lo más profundo de mi ser. No pude evitar sonreír de vuelta, sintiendo una conexión inmediata y especial con Mía. Era como si esa niña tuviera el poder de desarmar cualquier barrera que yo hubiera erigido, calmando mis inquietudes con una simple mirada.

—Hola, Mía. ¿Cómo estás? —pregunté mientras me acercaba al sofá, agachándome hasta quedar a su altura. Quería estar cerca de ella, sentir su energía positiva, esa misma que lograba disipar mis dudas.

—Un poco mejor, gracias. ¿Te quedas a ver la tele conmigo? —dijo Mía, con esos ojos grandes y brillantes que parecían implorar que me quedara. Había una pureza en su expresión, una sinceridad tan desarmante que era imposible decirle que no.

Detrás de mí, Mar había seguido mis pasos y observaba la escena con una expresión tranquila y cálida. Cuando levanté la vista hacia ella, vi algo en su mirada que me hizo sentir comprendida, como si ella supiera exactamente lo que estaba pasando por mi mente en esos momentos. Era una mirada de complicidad, de alguien que ha pasado por lo mismo y entiende lo que significa.

—Me encantaría —respondí, sintiendo cómo algo en mi interior finalmente se asentaba. Ya no había incertidumbre ni nerviosismo, solo una certeza reconfortante de que estaba exactamente donde debía estar. Me acomodé en el sofá junto a Mía, sintiendo cómo la atmósfera de la casa, la presencia tranquila de Mar y la dulzura de Mía creaban un refugio donde mis miedos se desvanecían. Aquí, en este lugar, con estas personas, todo parecía encajar perfectamente, como si el mundo exterior no importara más.

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora