XXVII

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Mar

La sesión de fisioterapia había terminado, y el momento que compartía con Alexia me había dejado una sensación de profunda conexión y promesas para el futuro. Sin embargo, justo cuando comenzaba a relajarme, el sonido del teléfono interrumpió nuestro instante íntimo. Al mirar la pantalla, vi que era Pablo quien estaba llamando. Una sensación de alarma se encendió en mi pecho. Respondí con un leve temblor en la voz, sin saber qué esperar.

—Hola —dije, tratando de mantener un tono tranquilizador.

La voz de Mía llegó a través del altavoz, cargada de sollozos que me hicieron fruncir el ceño. La preocupación se intensificó al escuchar su tono angustiado.

—Mami... —Mía dijo entre lágrimas—. Papá y Valeria están enfadados conmigo.

—¿Qué ha pasado, Mía? —pregunté, mi voz intentando ser calmada a pesar del nudo en mi estómago—. ¿Por qué están enfadados contigo?

Mía sollozó un poco más antes de hablar, su voz apenas audible entre los sollozos.

—Papá y Valeria están molestos porque me he estado preparando para volver a entrenar —explicó, su tono quebrado—. Me dicen que no estoy lista aún, que tengo que esperar más tiempo. Pero yo me siento bien. He seguido todas las recomendaciones y ya sabes lo que me dijo el médico, podía comenzar a entrenar poco a poco. Pero ellos no quieren escucharme. Ya he intentado hablar con ellos varias veces, y como no me hacen caso, Papá me dio su teléfono y me dijo que me entretuviese con eso. Lo primero que pensé fue en llamarte.

El corazón me dio un vuelco al escuchar la frustración en su voz. Como fisioterapeuta, sabía que Mía estaba en una fase en la que, si se sentía bien y cumplía con los requisitos, podría ser razonable comenzar a retomar el entrenamiento. La resistencia de Pablo y Valeria me parecía extraña, pero entendía que su preocupación por la salud de Mía era genuina.

—Mía, mi vida —le dije con un tono tranquilizador—. Voy a hablar con Papá y Valeria para ver qué podemos hacer. No quiero que te sientas desestimada o ignorada. Dime, ¿cómo te sientes el pie?

—Me siento bien, realmente bien —dijo Mía, y pude notar un leve destello de esperanza en su voz—. Solo quiero volver a entrenar y demostrarles que estoy lista.

Miré a Alexia, que estaba observando con una expresión de empatía y preocupación. Sabía que debía manejar esta situación con cuidado, no solo para ayudar a Mía, sino también para asegurarme de que todos los implicados estuvieran en la misma página. Mi preocupación por la situación era palpable, y me sentía impulsada a actuar de inmediato.

—Mía, voy a hablar con Papá y Valeria ahora mismo y ver si podemos encontrar una solución —le prometí—. No quiero que sientas que nadie está escuchando tus necesidades. Voy a hacer lo que esté en mis manos para resolver esto.

Cuando colgué el teléfono, el peso de la preocupación me abrumó. El llanto de Mía había sido una alarma que encendió una chispa de furia en mí. No solo era el dolor de escuchar a mi hija angustiada, sino también la frustración por la resistencia de Pablo y Valeria a permitirle volver al entrenamiento, a pesar de que ella se sentía lista y había seguido todas las recomendaciones. La injusticia de la situación y la impotencia por no poder hacer más en ese momento me hicieron sentir una rabia contenida.

Me giré hacia Alexia, que había estado observando con una expresión de preocupación. La rabia era palpable en mi rostro, pero intenté mantener la compostura mientras me acercaba a ella, buscando un ancla en su presencia tranquila.

—No puedo creerlo —murmuré, mi voz cargada de enojo—. Mía está mal porque Pablo y Valeria se niegan a escucharla. No entiendo por qué están tan cerrados. Ella ha hecho todo lo que se le pidió, y ahora está llorando porque no la dejan avanzar.

Alexia se acercó con cuidado, su mirada compasiva y atenta a mi estado emocional. Noté que intentaba evaluar la situación sin presionarme, lo cual me dio una ligera sensación de alivio en medio de mi rabia.

—Mar, ¿qué está pasando exactamente? —preguntó Alexia con voz suave, tratando de entender la raíz de mi frustración.

Me detuve un momento para respirar profundamente, intentando calmar la tormenta de emociones que me inundaba. Miré a Alexia, intentando encontrar las palabras adecuadas para describir la situación.

—Mía ha estado trabajando duro para recuperarse y estaba preparada para volver a entrenar —dije, mi voz temblando ligeramente—. Según lo que me dijo, ella se siente bien y ha seguido todos los pasos que le indicaron. Sin embargo, Pablo y Valeria no están dispuestos a dejarla empezar a entrenar. Ella ya les ha pedido varias veces que la dejen volver, y parece que no quieren escucharlo.

La rabia en mi voz era evidente, y sentí una oleada de impotencia al pensar en la angustia de mi hija. Alexia me miraba con una mezcla de comprensión y preocupación, y eso me hizo sentir un poco más contenida.

—¿Y por qué crees que están siendo tan inflexibles? —preguntó Alexia, su tono intentando buscar una solución o al menos entender la situación con claridad.

—No estoy segura —respondí, sacudiendo la cabeza—. Podría ser que realmente tengan dudas sobre su recuperación, o tal vez están sobreprotegiendo a Mía, pero eso no justifica que no la escuchen. Ella ha hecho todo lo que se le ha pedido, y ahora está sufriendo porque no le permiten avanzar. Siento que están siendo injustos, y eso me enfurece.

Mientras hablaba, me di cuenta de que mi rabia estaba siendo parcialmente mitigada por la presencia calmada de Alexia. Sus ojos mostraban una empatía sincera, y eso me ayudaba a enfocar mis pensamientos y emociones.

—Lo siento por desahogarme así —dije, sintiéndome un poco avergonzada por la intensidad de mi reacción—. Es solo que quiero lo mejor para Mía, y verla en ese estado me hace sentir impotente.

Alexia se acercó un poco más, extendiendo una mano en un gesto de consuelo.

—No tienes que disculparte —dijo con calma—. Es natural que te sientas así cuando alguien a quien amas está mal. Vamos a solucionar esto. Si quieres puedo acompañarte a que hables con ellos.

Me sentí un poco más aliviada al escuchar su propuesta. La idea de abordar el problema con Alexia a mi lado me dio una sensación de esperanza. Me tomé un momento para respirar profundamente, intentando canalizar mi rabia hacia una acción constructiva.

—Sí, eso sería una buena idea —asentí.
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Un poquito de drama nunca viene mal😬

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora