LVI

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Dos días después de la operación, finalmente le dieron el alta a Mía. El médico nos había asegurado que todo había salido bien, que la recuperación de Mía había sido rápida y que, con los cuidados adecuados, podría volver a su vida normal, incluyendo regresar al colegio. Escuchar eso fue un alivio inmenso; por fin, después de tantas preocupaciones, veía la luz al final del túnel.

Esa mañana, el sol apenas empezaba a filtrarse por las cortinas cuando decidí levantarme para despertar a Mía. A mi lado, Alexia todavía dormía profundamente. Verla así, tan tranquila, me hizo sonreír. Después de todo lo que había hecho por nosotras, verla descansando por fin era un pequeño consuelo. Sabía lo mucho que se había preocupado por Mía, y también sabía que no había dormido bien en días.

Me incliné hacia ella, dejando un beso suave en su mejilla, intentando no despertarla. Aun así, Alexia murmuró algo ininteligible y se movió ligeramente, pero no abrió los ojos. Sonreí ante su reacción, sintiendo una ternura infinita por esa mujer que había llegado a significar tanto para mí en tan poco tiempo.

Caminé hasta la habitación de Mía, abriendo la puerta con cuidado. Allí estaba ella, en su pequeña cama, dormida profundamente, su carita iluminada por la suave luz matutina. Me acerqué despacio y me senté en el borde de la cama, observándola por un momento. Tenía un semblante tan pacífico, tan inocente, que me llenaba de amor y gratitud. Después de todo lo que habíamos pasado, verla así, recuperándose, era un verdadero regalo.

Me incliné sobre ella, dejando un beso en su frente. Sentí su calor y me alivió comprobar que su fiebre había desaparecido por completo. Susurré su nombre suavemente, acariciando su mejilla para despertarla sin sobresaltos.

—Mía, cariño, es hora de despertarse —le dije en voz baja.

Ella se movió ligeramente bajo las sábanas, murmurando algo antes de abrir los ojos lentamente. Cuando me vio, una sonrisa somnolienta se dibujó en su rostro.

—Mami… —dijo con una voz aún adormilada, extendiendo sus brazos hacia mí.

Mi corazón se derritió en ese instante. Me incliné para abrazarla, sintiendo cómo su pequeño cuerpo se acurrucaba contra el mío. Su olor, la calidez de su abrazo, todo en ella me llenaba de una sensación de paz y felicidad. Era increíble cómo, después de todo lo que había pasado, su espíritu seguía siendo tan dulce y lleno de vida.

—¿Cómo te sientes, mi vida? —le pregunté mientras la ayudaba a sentarse en la cama.

—Mejor, mami —contestó, frotándose los ojos con sus pequeños puños—. ¿Hoy puedo ir al cole?

Sonreí, aliviada de escuchar esa pregunta. Mía siempre había sido una niña entusiasta con su escuela y sus amigos, y saber que quería volver tan pronto era una buena señal.

—Sí, cariño, pero con calma, ¿vale? No queremos que te esfuerces demasiado el primer día —le respondí mientras le acariciaba el cabello.

Mía asintió con una sonrisa, y sus ojos brillaron con una mezcla de emoción y alivio. Mientras la ayudaba a levantarse y la guiaba hacia el baño, no podía dejar de sentirme agradecida por lo fuerte que era mi pequeña.

Después de ayudarla a lavarse la cara y a ponerse su uniforme escolar, regresamos a su habitación. Allí, la dejé sentada en la cama mientras le buscaba unas medias. De pronto, escuché un movimiento detrás de mí y vi a Alexia en la puerta, aún algo somnolienta, pero con una sonrisa en los labios.

—Buenos días —dijo Alexia con la voz ronca de recién despertada, sus ojos llenos de ternura mientras miraba a Mía—. ¿Cómo está mi campeona?

—¡Bien! —respondió Mía con entusiasmo, aunque todavía con un rastro de sueño en su voz.

Alexia se acercó a nosotras, dejando un beso en mi mejilla antes de inclinarse para hacer lo mismo con Mía. Al verla tan integrada en nuestra rutina matutina, sentí una calidez en el pecho que no había experimentado en mucho tiempo. Era como si todo estuviera en su lugar.

Cuando Mía estuvo completamente vestida, bajamos juntas a la cocina. Mientras preparaba el desayuno, no podía evitar sentir una profunda gratitud por este momento. No era solo que Mía estuviera mejor, era todo: tener a Alexia a mi lado, su apoyo constante, y la forma en que se había convertido en parte de nuestra pequeña familia.

Mientras Mía desayunaba, la miré con el corazón lleno de amor. Habíamos pasado por tanto en tan poco tiempo, pero en ese instante, con Alexia a mi lado y Mía recuperándose, todo parecía más llevadero.

Y cuando Alexia se inclinó para ayudar a Mía con su vaso de leche, vi cómo su rostro se iluminaba con una sonrisa, como si en ese gesto tan simple hubiera encontrado su propia paz. En ese momento supe que, a pesar de todo, estábamos en el camino correcto.

Justo cuando estábamos a punto de salir para llevar a Mía al colegio, ella se detuvo en la entrada, como si hubiera recordado algo importante de repente. La vi fruncir el ceño un momento, claramente pensando, antes de girarse hacia Alexia con una expresión de emoción contenida.

—¡Espera! —exclamó Mía, y sin dar más explicaciones, salió corriendo hacia su habitación.

Alexia y yo nos miramos, confundidas pero también divertidas por su repentina prisa. Pude ver la curiosidad en los ojos de Alexia, y me pregunté qué tendría Mía en mente. No tardó mucho en volver. La vimos aparecer en el pasillo, sosteniendo algo pequeño en sus manos, que mantenía oculto, con una sonrisa enorme dibujada en su rostro.

—Quería darte esto, Alexia —dijo Mía mientras se acercaba.

Alexia se inclinó, quedando a la altura de Mía, y la pequeña extendió las manos para mostrarle su regalo: una pulsera hecha por ella misma. Era muy rosa, con cuentas brillantes y un pequeño unicornio en el centro. La expresión en el rostro de Alexia fue absolutamente preciosa. Sus ojos se iluminaron con una mezcla de sorpresa y ternura, y aunque la pulsera era algo que probablemente no llevaría alguien adulto normalmente, lo que realmente importaba era el gesto detrás de ese regalo.

—¡Oh, Mía! —dijo Alexia, tomando la pulsera entre sus dedos con sumo cuidado, como si fuera un tesoro—. Es preciosa. ¿La has hecho tú?

Mía asintió con entusiasmo, sus ojos brillando de orgullo.

—Sí, la hice ayer por la tarde. Quería que tuvieras algo mío… para que me recuerdes siempre, aunque estés jugando al fútbol —explicó, su voz llena de la inocencia y sinceridad de una niña.

Sentí una oleada de amor tan intensa por mi hija en ese momento que casi me hizo llorar. Era increíble cómo, a pesar de todo lo que había pasado, seguía siendo tan dulce y considerada.

—Me encanta, Mía —dijo Alexia, mirándola directamente a los ojos—. La voy a llevar siempre, te lo prometo.

Y sin dudarlo ni un segundo, Alexia se puso la pulsera en la muñeca, sonriendo mientras la ajustaba para que quedara bien. Ver cómo Alexia aceptaba el regalo con tanta gratitud y una sonrisa genuina me llenó el corazón. Se veía tan feliz, como si ese pequeño gesto significara el mundo para ella.

—¿Te gusta de verdad? —preguntó Mía, como si necesitara asegurarse.

—Me encanta, de verdad —respondió Alexia, acariciándole suavemente el cabello—. Ahora voy a tenerte conmigo todo el tiempo, incluso en los partidos.

Mía se lanzó a sus brazos, dándole un abrazo fuerte, y Alexia la rodeó con los suyos, levantándola un poco del suelo. Verlas así, tan unidas, me llenaba de una alegría inmensa. Sabía que Alexia había logrado algo especial en la vida de Mía, y me sentí increíblemente agradecida por tener a alguien como ella a nuestro lado.

Cuando Mía se soltó, nos miró a las dos con una sonrisa que irradiaba felicidad pura.

—Podemos irnos ahora —dijo, como si entregar ese regalo fuera lo último que tenía que hacer antes de empezar su día.

Nos preparamos para salir, y justo cuando abrí la puerta para salir de casa, vi a Alexia mirarse la muñeca una vez más, sonriendo mientras acariciaba el pequeño unicornio de la pulsera. Sus ojos se encontraron con los míos, y en ese instante, supe que ella había aceptado mucho más que un simple regalo infantil. Había aceptado un lugar en nuestras vidas, y yo no podía estar más feliz por ello.
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A partir de ahora intentaré que todo sean momentos bonitos para compensar todo el sufrimiento de las otras historias😝

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora