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Alexia

Me acerqué un poco más a Mía, tratando de ignorar el ambiente frío y clínico del hospital. Verla tan pequeña y frágil en esa camilla me partía el alma. Mar estaba a su lado, aferrando su mano, pero podía ver el miedo en los ojos de Mía. Sabía que tenía que hacer algo para ayudarla a sentirse más tranquila, para que no se asustara más de lo que ya estaba.

Me agaché un poco, poniéndome a la altura de sus ojos, y le sonreí con toda la calidez que pude reunir. Sabía que lo que iba a decirle podría parecer trivial, pero tal vez, solo tal vez, podría calmarla un poco.

—Oye, Mía —le dije suavemente, mientras su mirada se encontraba con la mía—. ¿Sabes que cuando yo tenía tu edad también me operaron del apéndice?

Mía me miró con curiosidad, y vi cómo sus ojos brillaban un poco más, aunque la preocupación seguía allí, presente en su carita.

—¿Tú también? —preguntó con una voz suave, casi temerosa, como si estuviera tratando de entender que esto que le estaba pasando no era tan aterrador como pensaba.

Asentí, sonriendo un poco más para darle ánimos.

—Sí, exactamente igual que a ti —le respondí—. Recuerdo que me dolía mucho, justo aquí —dije, señalando mi vientre, cerca del ombligo, igual que ella lo había hecho antes—. Y me llevaron al hospital, como ahora. Me hicieron una operación, y después de unos días, ya estaba en casa, corriendo y jugando de nuevo.

Mía me miraba con ojos grandes, escuchando atentamente. Podía ver cómo la idea de que alguien más hubiera pasado por lo mismo que ella le estaba dando algo de consuelo.

—¿Te dolió? —me preguntó, su voz un poco más firme ahora, aunque aún insegura.

—Un poquito, pero solo antes de la operación —le expliqué, tratando de mantener mi tono lo más tranquilo posible—. Después, me sentí mucho mejor. Los doctores son muy buenos en esto, saben exactamente qué hacer para que todo salga bien. Y te prometo que en nada de tiempo estarás como nueva, lista para jugar, saltar, y hacer todas las cosas divertidas que te gustan.

Mía asintió lentamente, su carita relajándose un poco. Era como si el hecho de saber que yo había pasado por lo mismo y que estaba bien la estuviera ayudando a encontrar un poco de paz en medio de todo esto.

—¿De verdad? —preguntó, buscando en mi mirada una confirmación que la tranquilizara del todo.

—De verdad —le aseguré, dándole un apretón suave en su pequeña mano—. Y además, después de la operación, te vas a dar cuenta de que todo el dolor desaparece. Es como magia.

Una pequeña sonrisa apareció en los labios de Mía, y mi corazón se llenó de alivio al ver que, al menos por un momento, había conseguido que se sintiera un poco mejor.

Mar, que había estado escuchando en silencio, me lanzó una mirada agradecida, y pude ver el brillo de las lágrimas en sus ojos. Era un momento delicado, y aunque sabía que ninguna palabra podía quitar todo el miedo, al menos habíamos logrado un pequeño avance.

—¿Me vas a cuidar? —preguntó Mía, sus ojitos brillando con una mezcla de esperanza y todavía un poco de incertidumbre.

—Claro que sí, peque —respondí, sin dudarlo un segundo—. Estaré aquí contigo todo el tiempo, al igual que mami. No vamos a dejarte sola en ningún momento.

Mía asintió, y su agarre en la mano de Mar se suavizó, mostrando que, al menos por ahora, había conseguido encontrar un poco de tranquilidad. No estaba completamente tranquila, pero había un cambio en ella, una aceptación de lo que venía.

En ese instante, el médico volvió a entrar en la sala, listo para llevar a Mía a la operación. Era el momento que todas habíamos estado temiendo, pero ver la pequeña sonrisa que Mía me regaló antes de ser llevada me dio la fuerza que necesitaba para mantenerme firme.

Mientras la llevaban, vi cómo Mar intentaba contener las lágrimas, y me acerqué a ella, envolviéndola en un abrazo cálido. Ambas estábamos aterradas, pero también sabíamos que estábamos haciendo lo mejor para Mía.

La sala de espera del hospital estaba en silencio, solo se escuchaba el leve zumbido de las máquinas y el murmullo lejano de voces por los pasillos. Mar y yo estábamos sentadas, una al lado de la otra, nuestras manos entrelazadas, buscando consuelo mutuo en el contacto. Mía estaba en la sala de operaciones y, aunque sabíamos que era una intervención rutinaria, el miedo seguía presente, como un nudo en el estómago que no se deshacía.

Mar rompió el silencio primero, su voz suave pero cargada de curiosidad y algo de asombro.

—Alexia, ¿de verdad te operaron de apendicitis cuando eras pequeña? —preguntó, sus ojos oscuros posándose en los míos, buscando una confirmación.

Sonreí levemente, sintiendo un pequeño rastro de vergüenza por lo que estaba a punto de confesar. Mantuve la mirada de Mar mientras negaba con la cabeza.

—No, la verdad es que no —admití, soltando una risa suave—. Ha sido una mentira piadosa, pero parecía la mejor manera de calmar a Mía en ese momento. Y bueno, ha funcionado, ¿no?

Mar me miró por un segundo, sorprendida, antes de que una sonrisa cálida curvara sus labios. Esa sonrisa me hizo sentir que, al menos por un momento, todo el miedo y la tensión se disolvían en algo más ligero, más llevadero.

—Lo has hecho muy bien —dijo, apretando un poco más mi mano—. No puedo describir cuánto te agradezco por estar aquí, por lo que haces por Mía… y por mí.

El tono de su voz era suave, lleno de una calidez que siempre me derritía por dentro. Verla sonreír, incluso en un momento tan tenso, me hizo sentir una mezcla de alivio y ternura. No era solo la gratitud lo que veía en sus ojos, sino algo más profundo, algo que habíamos estado construyendo entre nosotras durante todo este tiempo.

—Yo también me alegro de estar aquí —respondí, mi voz sincera y un poco más suave—. Me alegra poder ser parte de tu vida y de la de Mía. Hacer lo que sea para que estéis bien es lo que me importa.

Mar me miró con una intensidad que hizo que mi corazón latiera un poco más rápido. No había necesidad de decir más, las palabras parecían superfluas en ese momento. Nos entendíamos a la perfección, sabíamos lo que significábamos la una para la otra.

Sin más, Mar se inclinó hacia mí, y nuestras bocas se encontraron en un beso suave, lento, cargado de emociones. Fue un beso que transmitió todo lo que las palabras no podían expresar. La ansiedad, el miedo, la ternura, y ese sentimiento de unión que había crecido entre nosotras con el tiempo.

Sentí cómo Mar se relajaba en el beso, como si en ese instante todo el peso del mundo se desvaneciera, al menos por un momento. Y aunque la situación seguía siendo difícil, estar juntas lo hacía todo un poco más llevadero.

Cuando nos separamos, ambas estábamos sonriendo, y pude ver el mismo alivio reflejado en sus ojos.

—Vamos a estar bien, las tres —le dije, acariciando suavemente su mejilla con mis dedos, disfrutando de la calidez de su piel bajo mi tacto.

—Sí, vamos a estar bien —respondió Mar, con una seguridad en su voz que me hizo sentir que, pase lo que pase, siempre tendríamos este momento, este pequeño refugio que habíamos encontrado en nosotras.

El tiempo pasó con mayor ligereza después de eso, el peso de la espera aliviado por la certeza de que, juntas, podríamos enfrentar cualquier cosa. La preocupación por Mía seguía allí, pero estaba acompañada por una tranquilidad que venía del amor y la confianza mutua. Y eso, al final del día, era todo lo que necesitábamos.
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Alexia tranquilizando a Mía me muero🥹

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora