LXXIV

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Mar

Las cenas en casa siempre han sido momentos tranquilos, una especie de refugio para las tres después de los días largos. Mía, con su energía infinita, se dedicaba a contarnos cada detalle de su día, desde el partido hasta los dibujos que había visto antes de comer. Esa noche no era diferente... hasta que, de repente, Mía lanzó una pregunta que me dejó completamente descolocada.

—Mami, ¿volveré a ver a papá? —dijo de repente, mientras jugaba con el tenedor en su plato.

Mi mente se quedó en blanco por unos segundos. A mi lado, sentí a Alexia tensarse también. Hacía apenas unos días, estuve con el abogado, resolviendo los últimos trámites de la custodia completa de Mía. Sabía que ese momento llegaría, que en algún momento tendría que darle una explicación, pero no esperaba que fuera tan pronto ni en mitad de una cena familiar.

Respiré profundo, intentando mantener la calma mientras mis pensamientos volaban buscando la mejor forma de responder. Alexia, aunque callada, me lanzó una mirada de apoyo, como si quisiera recordarme que no estaba sola en esto.

—Cariño... —empecé con voz suave, inclinándome un poco hacia Mía—. No vas a ver mucho más a papá. Pero... —me apresuré a añadir, viendo su pequeña cara ponerse seria—, si algún día quieres, podemos ir a visitarlo un rato. Yo no me opondría a eso.

Mía asintió, aunque la expresión en su rostro me decía que todavía tenía algo en mente. Le di un momento, sin presionarla, dejándola procesar lo que acababa de decirle.

Fue entonces cuando lo soltó, sin más, con la honestidad de un niño que todavía no conoce las complicaciones de la vida adulta.

—Bueno... al menos tenemos a Alexia, ¿verdad? —dijo, mirándome con ojos grandes y sinceros—. No te enfades, mami, pero... Alexia está empezando a ser como otra mamá para mí.

Por un momento, el mundo pareció detenerse. Me quedé paralizada, intentando procesar lo que acababa de decir. Miré a Mía, que me observaba con una mezcla de esperanza y miedo a que mi respuesta fuera algo negativo. Entonces, lentamente, giré la cabeza para ver a Alexia.

Ella estaba inmóvil, con los ojos completamente llenos de lágrimas de emoción. Parecía que quería decir algo, pero no podía encontrar las palabras. Sus labios temblaban ligeramente, y con una mano se llevó una servilleta a la cara para secarse las lágrimas antes de que comenzaran a caer.

No podía evitar sonreír ante la escena. La confesión de Mía no solo había tocado a Alexia profundamente, sino que me hizo darme cuenta de lo lejos que habíamos llegado. Mi hija, mi pequeña Mía, veía en Alexia a una figura que iba más allá de la pareja de su madre. Para ella, Alexia no solo era una compañera de vida, sino alguien en quien podía confiar, a quien podía acudir y a quien amaba de una manera que ya casi rozaba lo maternal.

—No me enfado, mi vida —le respondí con una sonrisa, intentando calmarla—. Estoy muy feliz de que sientas eso por Alexia. Sabes que ella también te quiere mucho.

Mía sonrió, satisfecha con mi respuesta, y siguió comiendo como si hubiera sacado un peso de encima. Pero yo, yo me quedé mirando a Alexia un poco más, observando cómo sus ojos todavía brillaban de felicidad y emoción. Sabía lo que eso significaba para ella, lo que implicaba que Mía la viera de esa manera, que la aceptara tan plenamente.

Finalmente, Alexia dejó escapar una pequeña risa, una mezcla de nervios y alegría, y con su voz un poco entrecortada por la emoción, me miró a mí.

—Gracias... —dijo, casi en un susurro, dirigiéndose tanto a Mía como a mí.

Y en ese momento, supe que, aunque el camino no había sido fácil, todo lo que habíamos pasado valía la pena. Porque ahora, en nuestra pequeña mesa, éramos una familia. Una familia imperfecta, pero completa.

Mientras todavía estábamos inmersas en ese momento de emociones, Mía, con su aguda percepción de niña, se dio cuenta de que Alexia estaba llorando. Dejó su tenedor con cuidado y frunció el ceño, preocupada. La vi bajar lentamente de su silla, como si estuviera dándole espacio a Alexia para procesar sus sentimientos, pero con la clara intención de consolarla.

Caminó hacia Alexia, y al llegar junto a ella, levantó sus brazos en silencio, una señal inconfundible para que la levantara. Alexia, aún con lágrimas en los ojos, no tardó en entender lo que Mía quería. Sonrió débilmente, conmovida por la ternura de la niña, y la levantó en sus brazos sin pensarlo dos veces. Mía le rodeó el cuello con sus pequeños brazos, apretándola contra ella en un abrazo lleno de cariño y calidez. Alexia cerró los ojos, como si quisiera detener ese momento para siempre, mientras apoyaba su cabeza suavemente sobre el cabello de Mía.

Yo las observaba desde mi asiento, y algo dentro de mí comenzó a agitarse. Esa imagen, la de Alexia sosteniendo a Mía con tanto amor, me golpeó con una fuerza que no esperaba. Sabía que Alexia era importante para mi hija, pero ver esa conexión entre ambas, ese entendimiento mutuo que a veces ni siquiera necesitaba palabras, era algo que no podía describir con palabras.

Y fue entonces cuando lo sentí: las lágrimas empezaron a acumularse en mis ojos. Quería mantener la compostura, pero no pude evitar que mi pecho se apretara, llenándose de una emoción tan profunda que me costaba respirar. Me mordí el labio, intentando detener las lágrimas que amenazaban con brotar. No quería que Mía me viera llorar, no quería alterar ese momento tan perfecto y lleno de amor.

Alexia, por su parte, seguía abrazando a Mía con la misma intensidad, como si quisiera protegerla de todo mal en el mundo. Las pequeñas manos de mi hija acariciaban su cabello, intentando consolarla de una manera que me dejó sin palabras. Mía, aunque tan joven, parecía entender la magnitud de lo que Alexia estaba sintiendo, y su forma de demostrarlo era con un simple y puro abrazo.

—No llores, Alexia —susurró Mía con su pequeña voz, apoyando su cabeza en el hombro de Alexia—. Yo te quiero mucho.

Eso fue lo que terminó de romper la represa en mí. Mis lágrimas, que hasta entonces habían estado retenidas, comenzaron a deslizarse silenciosamente por mis mejillas. No quería interrumpir el momento, pero tampoco podía contener lo que sentía. Me limpié rápidamente los ojos con el dorso de la mano, respirando profundamente para no hacer ruido.

Alexia, conmovida por las palabras de Mía, la apretó aún más fuerte, dejando caer algunas lágrimas más mientras las dos seguían abrazadas. Fue un abrazo que pareció durar una eternidad, y a la vez, sentí que se iba en un abrir y cerrar de ojos.

Finalmente, Alexia se inclinó un poco hacia atrás para mirar a Mía a los ojos, secándose las lágrimas con la mano mientras sonreía.

—Yo también te quiero muchísimo, pequeña —respondió Alexia, su voz cargada de emoción—. Eres de lo mejor que tengo en mi vida.

Mía sonrió, con esa dulzura innata que siempre tenía, y plantó un beso rápido en la mejilla de Alexia antes de volver a apoyarse en su pecho. Observando la escena, sentí que mi corazón se llenaba aún más de amor, si es que eso era posible. Porque, a pesar de todas las dificultades, a pesar de los miedos y las dudas que alguna vez tuvimos, nos habíamos encontrado, las tres, y ahora éramos una verdadera familia.

Y en ese momento, aunque las lágrimas seguían amenazando con salir, no pude evitar sonreír. Todo, absolutamente todo, había valido la pena para llegar hasta aquí.
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Estoy llorando mucho😭

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora