XXXVIII

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El mundo a nuestro alrededor se sentía irreal, como si todo se hubiera desvanecido excepto el dolor y la incertidumbre que pesaban sobre nosotras. La puerta de la casa de su exmarido estaba abierta, y los policías se movían dentro, buscando cualquier señal de Mía. Pero yo apenas podía concentrarme en lo que hacían. Mi atención estaba completamente en Mar, que estaba a mi lado, más pálida de lo que jamás la había visto, como si el color y la vida se hubieran drenado de su rostro.

Estaba de pie, pero apenas se sostenía. La vi tambalearse un poco, y sin pensarlo, la tomé en mis brazos, tirando de ella hacia mí en un abrazo que intentaba transmitir todo el apoyo y la fuerza que ella tanto necesitaba. Mar no se resistió; en lugar de eso, se aferró a mí con una desesperación que me rompió el corazón. Sentí cómo su cuerpo temblaba contra el mío, y su respiración irregular me decía que estaba luchando por no colapsar por completo.

—No puedo perderla… —susurró contra mi hombro, su voz apenas un hilo de sonido—. No puedo, Alexia. Sin Mía… sin mi hija, no soy nada.

Esas palabras me atravesaron como un cuchillo. Apreté mis brazos alrededor de ella, queriendo protegerla de todo el dolor que estaba sintiendo, aunque sabía que era imposible. Mar sollozaba ahora, y cada vez que un nuevo suspiro sacudía su cuerpo, sentía que mi corazón se rompía un poco más.

—La vamos a encontrar, Mar —le dije, aunque por dentro estaba tan asustada como ella. No sabía qué más decirle, pero tenía que mantener la esperanza, por las dos—. No estás sola en esto, ¿vale? Estoy aquí contigo.

Mar continuó aferrándose a mí, su angustia volviéndose palpable con cada segundo que pasaba. Pude sentir su desesperación, la forma en que se aferraba a mi abrigo como si de alguna manera, abrazándome, pudiera mantener a raya el miedo que la estaba consumiendo.

—No soy nada sin ella, Alexia… —repitió, su voz quebrada—. Si algo le pasa… si no la encuentro… no puedo vivir sin ella. Mía es… es todo para mí.

Su desesperación se filtraba en cada palabra, y sentí mis propios ojos llenarse de lágrimas. No podía imaginar la magnitud del dolor que Mar estaba experimentando, esa terrible sensación de vacío que estaba tratando de poner en palabras. La idea de perder a su hija era tan devastadora que la había dejado sin fuerzas, sin esperanza. Era como si la posibilidad de que Mía no estuviera bien hubiera arrancado todo lo que mantenía a Mar en pie.

—No puedo perderla… —murmuraba una y otra vez, su voz rota y llena de angustia—. No soy nada sin ella, Alexia… no soy nada.

Me dolía escucharla así. No podía ni siquiera comenzar a imaginarme lo que sería para Mar vivir sin su hija, porque sabía que Mía lo era todo para ella. Por lo que me había explicado desde que había nacido, Mía había sido su razón de vivir, su fuerza en los momentos difíciles, su luz en los días más oscuros. Ahora, esa luz estaba en peligro de apagarse, y Mar estaba siendo arrastrada a la oscuridad.

—La encontraremos, Mar, lo prometo —le dije con suavidad, tratando de sonar segura aunque mi voz temblaba—. Vamos a salir de esta, juntas.

Mar asintió contra mi hombro, pero sus lágrimas continuaban fluyendo, mojando mi abrigo mientras sollozaba sin poder detenerse. La abracé más fuerte, deseando con todo mi ser que pudiera absorber parte de su dolor, aliviar aunque fuera un poco la agonía que estaba sintiendo.

El tiempo parecía detenerse mientras nos quedábamos allí, abrazadas, mientras los policías continuaban su trabajo. Cada minuto que pasaba sin noticias se sentía como una eternidad, y yo solo podía esperar, rezando en silencio para que todo esto terminara con Mía de vuelta en los brazos de su madre.

Mar siguió aferrándose a mí, como si yo fuera su último ancla en medio de la tormenta. Y en ese momento, mientras la sostenía, comprendí que no importaba cuánto miedo o incertidumbre sintiera, tenía que ser fuerte. Por Mar, por Mía, por nosotras. Porque sabía que, sin esa pequeña niña, Mar nunca volvería a ser la misma, y esa idea me aterrorizaba tanto como a ella. Así que permanecí allí, con ella en mis brazos, asegurándole una y otra vez que todo estaría bien, aunque el miedo seguía ardiendo en mi pecho como un fuego implacable.

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora