Después de lo que parecieron ser las horas más largas de nuestras vidas, finalmente, la puerta de la sala de operaciones se abrió. Mi corazón dio un vuelco, y sentí a Mar tensarse a mi lado, su mano aferrada a la mía con fuerza. Un doctor salió primero, su rostro tranquilo, lo que ya era una señal alentadora. Nos levantamos casi al mismo tiempo, nuestras miradas fijas en él, buscando desesperadamente algún indicio de cómo había ido todo.
—La operación fue un éxito —dijo con una voz calmada, y esas palabras fueron como un bálsamo para nuestros nervios—. Mía está bien, pero estará un poco adormilada por la anestesia durante un tiempo. Es normal, no se preocupen. La llevaremos a la sala de recuperación y podrán estar con ella.
Mar exhaló un suspiro largo y profundo, sus hombros bajando como si de pronto todo el peso que había estado soportando se hubiera desvanecido. Yo también sentí un alivio inmediato, una ligera presión en el pecho que por fin comenzaba a ceder. Nos miramos, y sin necesidad de decir nada, compartimos una pequeña sonrisa de alivio, aunque todavía nerviosa.
Nos llevaron a la sala de recuperación poco después, y cuando vi a Mía, mi corazón se apretó de ternura. Estaba dormida, su carita tranquila, como si simplemente estuviera disfrutando de una larga siesta. Aún así, verla allí, con esa paz que solo tienen los niños, me hizo sentir un nudo en la garganta. Se veía tan pequeña, tan frágil, y aunque sabíamos que estaba bien, esa imagen de su cuerpecito en la camilla me llenó de emociones contradictorias.
Mar fue la primera en acercarse, inclinándose sobre Mía, sus dedos acariciando con cuidado su cabello desordenado. La vi murmurarle algo en un tono tan suave que apenas pude escucharlo, palabras de amor, de alivio, de promesas de que todo estaría bien. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero me las tragué, enfocándome en mantenerme fuerte para ambas.
Me acerqué a ellas, poniéndome al otro lado de la camilla, mis dedos tocando la pequeña mano de Mía, que descansaba sobre la sábana blanca. Estaba cálida, y a pesar de que seguía dormida, el simple contacto me llenó de una extraña paz. Mar levantó la mirada hacia mí, sus ojos aún brillando con la emoción del momento.
—Está bien —murmuró, como si necesitara repetirlo para convencerse del todo—. Está bien, Alexia.
Asentí, sin encontrar las palabras adecuadas para responder. En lugar de eso, rodeé los hombros de Mar con mi brazo, atrayéndola hacia mí. Ambas nos quedamos allí, en silencio, observando a Mía respirar profundamente, su pecho subiendo y bajando de manera rítmica, como una suave melodía que nos recordaba que, al menos por ahora, el peligro había pasado.
Después de lo que habían sido días de angustia y temor, verla así, descansando en la camilla, era un regalo inesperado. Era la señal de que, a pesar de todo, habíamos llegado al otro lado, juntas.
Finalmente, la enfermera nos indicó que podíamos quedarnos con Mía hasta que despertara del todo, y nos acomodamos en las sillas a su lado. Mar nunca soltó la mano de su hija, su pulgar acariciando suavemente los nudillos pequeños, como si necesitara recordarse a sí misma que su niña estaba allí, a salvo.
La observé por un momento, viendo cómo el cansancio y el alivio comenzaban a mezclarse en su expresión. Y aunque el hospital seguía siendo un lugar extraño y lleno de incertidumbres, en ese instante, nada importaba más que la certeza de que Mía estaba bien.
Pasó más de una hora en ese limbo tranquilo. El sonido de la respiración constante de Mía llenaba la habitación, y me di cuenta de que, a pesar de todo, había una especie de serenidad en esa espera. Nos habíamos pasado tantas horas temiendo lo peor, imaginando escenarios terribles, que ahora solo queríamos aferrarnos a este momento de calma.
Mar eventualmente se dejó caer en el asiento a mi lado, y aunque sus ojos no se apartaban de Mía, se apoyó un poco en mi hombro, permitiéndose por fin relajarse.
—No sé qué habría hecho sin ti aquí —murmuró, su voz apenas un susurro, cargada de cansancio pero también de una gratitud sincera.
—No estás sola en esto —le recordé suavemente, inclinándome para dejar un beso en la coronilla de su cabeza—. Nunca lo estarás.
Y en ese momento, supe que, pase lo que pase, siempre encontraríamos la forma de salir adelante, juntas. Porque no había nada más importante para mí que estas dos personas, y haría todo lo que estuviera en mis manos para que ambas estuvieran bien.
Mía seguía durmiendo, pero ahora, cada vez que la miraba, no podía evitar sentir una profunda sensación de alivio y gratitud. Habíamos pasado por mucho, pero lo habíamos superado. Y al verla allí, tan tranquila, supe que todo lo que habíamos hecho valía la pena.
A la mañana siguiente, el hospital estaba sumido en una calma inusual. La luz del sol se filtraba por las persianas, llenando la habitación de una suave calidez que contrastaba con el aire frío y estéril del hospital. Mar dormía profundamente, sentada en una posición incómoda en la silla junto a la cama de Mía. La pequeña seguía durmiendo, su respiración tranquila, aunque todavía estaba conectada a varios monitores que seguían su progreso.
Me había pasado la noche en vela, preocupada por ellas, pero el cansancio finalmente me alcanzó en algún momento de la madrugada. Ahora, a la luz del día, con Mía estable y Mar descansando, el cansancio volvió a golpearme. Pero a pesar de todo, sabía que tenía que irme, al menos por un rato. Mi hermana me había llamado la noche anterior, pidiéndome ayuda con algunas cosas urgentes, y aunque no quería dejar a Mar y Mía, también sabía que no podía ignorar a mi familia.
Me levanté con cuidado, tratando de no hacer ruido, para no despertar a ninguna de las dos. Las miré por un momento, mi corazón apretado por la mezcla de sentimientos. No quería irme, no cuando sabía que podría necesitarme en cualquier momento. Pero también sabía que Mar necesitaba descansar, y probablemente, ella misma me diría que me fuera si estuviera despierta.
Me acerqué primero a Mía, inclinándome sobre su pequeña figura. Aún dormía profundamente, su rostro relajado en la tranquilidad de sus sueños. La operación había sido un éxito, pero todavía estaba en recuperación, y el miedo de que algo más pudiera salir mal seguía acechándome. Me incliné un poco más, dejando un suave beso en su frente, con la esperanza de que de alguna manera sintiera mi presencia, incluso en sueños.
—Te quiero, pequeña —susurré, casi inaudible, y me alejé con cuidado para no despertarla.
Luego, me acerqué a Mar, que seguía durmiendo en una postura que parecía casi dolorosa. No pude evitar sonreír al verla tan vulnerable, con su rostro relajado por el cansancio. Sabía cuánto había luchado, cuánto había pasado por el bien de su hija, y la admiración que sentía por ella crecía con cada día que pasaba.
Me incliné hacia ella, dejando un suave beso en su cabeza, apenas un roce, lo suficientemente ligero como para no despertarla, pero lo suficientemente significativo como para recordarle, incluso en sueños, que yo estaba allí, y que siempre estaría.
—Vuelvo pronto—susurré, mis palabras apenas escapando en un suspiro.
Mar se movió un poco en su sueño, pero no se despertó. Me quedé un momento más, observándola, grabando esa imagen en mi mente antes de finalmente obligarme a dar la vuelta y salir de la habitación. Cada paso que daba hacia la puerta se sentía más difícil, como si una parte de mí estuviera luchando por quedarse, por no separarse de ellas ni un segundo.
Salí del hospital con el corazón dividido, pero sabiendo que esto no era un adiós, solo una breve pausa. Mientras caminaba hacia mi coche, sentí el frío de la mañana en mi piel, un recordatorio de que la vida continuaba, incluso en medio de la incertidumbre. A pesar de todo, había una nueva certeza en mí: volvería a ellas lo más rápido posible.
Y cuando lo hiciera, las abrazaría con más fuerza, con más amor, porque sabría que, aunque el mundo seguía girando a su alrededor, en esa pequeña habitación del hospital, había encontrado un lugar al que siempre querría regresar.
____Vamos a ver un poquito más de los vaciles de Alba😝
ESTÁS LEYENDO
𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬
RandomAlexia y Mar se conocen de una manera repentina, una máquina expendedora estropeada hace que ambas se conozcan, las vidas de ambas aunque puedan parecer similares al estar en el ámbito futbolístico son completamente diferentes.