LXXVI

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Mía se había quedado completamente dormida, su respiración tranquila y acompasada indicaba que estaba en lo más profundo de su sueño. Prince, acurrucado junto a ella, apenas se movía. Con cuidado, me levanté del sofá y tomé a mi hija en brazos, tratando de no despertarla. Su cuerpecito, aún cálido y relajado, se acurrucó instintivamente contra mi pecho mientras la llevaba a su habitación.

La arropé con cuidado, asegurándome de que su manta la cubriera bien y le diera esa sensación de seguridad que siempre le gustaba al dormir. Le dejé un beso en la frente, con un susurro de buenas noches, antes de salir de la habitación, dejando la puerta entreabierta, como a ella le gustaba.

Al volver al salón, sin pensarlo dos veces, me dejé caer suavemente sobre Alexia, acurrucándome sobre ella como si fuera mi refugio. Su cuerpo cálido me recibió al instante, sus brazos envolviéndome con una ternura que siempre lograba reconfortarme. Mis párpados empezaron a caer, pero no podía ignorar el leve malestar que sentía.

Alexia, siempre atenta, comenzó a acariciar mi cabello con delicadeza, sus dedos entrelazándose con los mechones, un gesto que tenía el poder de relajarme por completo.

—¿Estás bien? —me preguntó en un susurro, su voz llena de preocupación, mientras sus caricias continuaban, haciéndome sentir más cómoda.

—Solo me duelen los ovarios —respondí con un leve suspiro. No quería preocuparla, pero era un dolor familiar que a veces venía sin avisar. Me acurruqué más cerca, buscando su calor y su calma.

Alexia, comprendiendo al instante la situación, me apretó un poco más contra ella y, con esa dulzura que siempre tenía, me preguntó con una sonrisa suave:

—¿Te apetece algo?-Preguntó preocupada.

Yo cerré los ojos un momento, disfrutando de la cercanía antes de responder.

—Solo quiero estar contigo —dije, sinceramente. En ese momento, no necesitaba nada más que su presencia—. Aunque... tampoco me vendría mal algo de chocolate —añadí con una pequeña risa, buscando aligerar el ambiente.

Alexia se rió suavemente y besó mi frente, su aliento cálido rozando mi piel.

—Puedes estar conmigo todo el tiempo que quieras —dijo en un tono cariñoso, mientras sus dedos continuaban recorriendo mi cabello—. Pero, ahora mismo, no puedo sacar chocolate de ningún lado, mi amor.

Mi corazón dio un pequeño salto cuando la escuché decir esas dos palabras. Mi amor. La miré, sorprendida pero al mismo tiempo sintiendo una cálida sensación extendiéndose por mi pecho. Era la primera vez que me llamaba así, y sonaba tan natural, tan lleno de cariño.

No pude evitar sonreír ante su expresión despreocupada y divertida. Me acerqué, levantando ligeramente mi rostro, y dejé un suave beso en sus labios, lento, cargado de todo el amor que sentía por ella.

—No te preocupes, mi amor —dije, recalcando las mismas palabras que ella había usado, disfrutando del dulce peso de esas palabras en mi boca.

Vi cómo sus ojos se iluminaban, cómo su sonrisa se ampliaba ligeramente ante mi respuesta. Era un momento pequeño, pero significativo. Las palabras, aunque sencillas, llevaban un peso emocional que ambas entendíamos. Nos habíamos dicho tantas cosas con gestos y miradas, pero ahora, decirlo en voz alta le daba una profundidad aún mayor.

Nos quedamos en silencio, disfrutando de la cercanía y de esa conexión que solo se daba en los momentos más tranquilos. Mis dolores aún estaban presentes, pero con Alexia a mi lado, todo parecía mucho más llevadero.

Sin darme cuenta, me quedé dormida. Supongo que entre el cansancio y el dolor de ovarios, mi cuerpo simplemente cedió. Cuando abrí los ojos, el espacio junto a mí en la cama estaba vacío. Me froté los ojos, aún medio adormilada, buscando a Alexia a mi lado, pero solo sentí el frío de las sábanas.

Miré el teléfono. Eran las 12 del mediodía, y me sorprendió lo tarde que era. La luz del domingo se colaba suavemente por las rendijas de las persianas, iluminando el cuarto con una calidez tranquila. Me levanté despacio, aún sintiendo un pequeño pinchazo de dolor en los ovarios, aunque mucho más llevadero que la noche anterior.

Con pasos lentos, y aún medio dormida, me dirigí al salón. Allí encontré una escena que me hizo sonreír de inmediato: Alexia y Mía estaban juntas en el sofá, debatiendo con energía sobre un partido de básquet que estaban viendo en la tele. Mía, con sus gestos exagerados y divertidos, intentaba hacerle entender a Alexia algo que había pasado en la jugada, mientras Alexia, con esa sonrisa cómplice que siempre tenía con ella, fingía estar en desacuerdo, pero la miraba con un brillo en los ojos que lo decía todo.

Cuando Alexia me vio, soltó una risa cálida, esa que siempre lograba hacerme sentir en casa.

—Mira quién ha decidido unirse al mundo de los vivos —dijo en tono juguetón, mientras su mirada recorría mi rostro adormilado—. Tienes una sorpresa esperándote en la cocina.

Aún medio perdida entre el sueño y el dolor, no necesité más indicaciones. Me dirigí directamente a la cocina, intrigada por lo que Alexia me había preparado. Al llegar, el olor familiar y dulce me dio la primera pista. Allí, sobre la encimera, había varios paquetes de Kinder Bueno, perfectamente alineados. Mi chocolatina favorita.

Una mezcla de sorpresa y curiosidad me invadió. ¿Cómo sabía que me gustaban tanto? Mientras me acercaba a los paquetes, tratando de asimilar el detalle, me vino a la mente un recuerdo que me hizo sonreír con nostalgia.

La primera vez que vi a Alexia fue en la máquina expendedora de la Ciutat Esportiva, cuando aún era un lugar neutral para nosotras, sin todo el cariño y la historia que ahora compartíamos. Estaba ahí, peleándose con la máquina, después de haber sido algo borde me miró con esa sonrisa suave, agradecida por la ayuda. Ese momento fugaz parecía haberse quedado en su memoria, y el hecho de que se acordara me removió algo en el pecho. No solo se trataba de un chocolate, era el detalle, la atención a algo tan pequeño que ni yo misma recordaba haber mencionado.

Una risa suave me escapó de los labios. Sabía que Alexia podía ser detallista, pero esto me hizo verla de una manera aún más especial. Sostuve uno de los paquetes en mis manos, disfrutando del peso de ese pequeño gesto.

Me volví hacia el salón, chocolate en mano, y cuando Alexia escuchó mis pasos, giró su cabeza hacia mí con una sonrisa de complicidad.

—¿Te gusta la sorpresa? —preguntó con una voz juguetona, aunque sabía perfectamente la respuesta.

—Me encanta —respondí, y la forma en que lo dije no solo iba por las chocolatinas, sino por ella, por esa capacidad que tenía de hacerme sentir especial con cada pequeño gesto.

—Sabía que ibas a decir eso —añadió entre risas.

Caminé hacia ellas, mordiéndome el labio para no mostrar demasiado mi emoción, aunque estaba claro que Alexia me conocía lo suficiente para notar lo que sentía. Mía, aún inmersa en el partido, no parecía prestar atención a lo que sucedía, pero la escena, con Alexia allí, sus ojos en mí y esa simple pero dulce sorpresa, hizo que mi mañana, que había empezado con dolor, se transformara en algo cálido y reconfortante.

Me senté junto a Alexia, el Kinder Bueno en una mano, y me dejé caer ligeramente sobre su hombro. Ella, como siempre, me recibió con una suave caricia en la pierna.

—Me acuerdo de todo —dijo con una sonrisa.
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Alexia te resuelve Mar

En unos capítulos se viene saltito en el tiempo😜

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora