XVIII

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Alexia

Hoy por fin podía volver a hacer mi sesión en la Ciutat Esportiva. Después de varios días estando en casa de Mar, regresar a mi rutina habitual en las instalaciones del club se sentía extraño. El ambiente aquí era distinto, mucho más enfocado, casi impersonal en comparación con la calidez que había experimentado en los últimos días. En casa de Mar, todo había sido diferente. Las paredes estaban impregnadas de una atmósfera tranquila y acogedora, algo que contrastaba con la rigidez y la rutina que predominaban en la Ciutat Esportiva.

Estar en casa de Mar me había dado algo más que solo mantenerme en forma. Me había permitido conocerla a otro nivel, más allá del trabajo, más allá de la fisioterapia. Las conversaciones con ella fluían de una manera natural, casi como si hubiéramos sido amigas desde siempre. Hablábamos de todo, desde nuestras metas, hasta temas más personales, como nuestras familias y nuestras vidas fuera del trabajo. Había algo en la manera en que me escuchaba, en cómo me miraba, que hacía que me sintiera cómoda, como si pudiera ser yo misma sin ninguna reserva.

Cada día que pasaba, notaba cómo mis sentimientos por ella empezaban a cambiar, a profundizarse. Lo que en un principio había sido una gran admiración por su talento y su fuerza, ahora se estaba transformando en algo más complejo, más intenso. Mar me hacía sentir cosas que no había sentido en mucho tiempo. Era como si, sin darme cuenta, estuviera empezando a enamorarme de ella. Y aunque la idea me asustaba un poco, también me emocionaba. Porque había algo en Mar, algo en su manera de ser, que me atraía irresistiblemente.

Y luego estaba Mía, la pequeña Mía, que en tan poco tiempo se había convertido en una parte fundamental de mi felicidad. Esa niña tenía una energía contagiosa, una alegría que iluminaba cualquier habitación en la que entraba. Su sonrisa era capaz de borrar cualquier preocupación, y su facilidad para hablar de cualquier cosa, desde el último dibujo que había hecho hasta lo que había aprendido en la escuela, me había ganado por completo. Me sorprendía lo mucho que disfrutaba de su compañía, lo bien que me hacía sentir verla feliz, escuchando sus historias con la misma atención que ella me prestaba a mí.

Recuerdo una tarde en particular en la que Mía y yo nos sentamos en el sofá después de una larga jornada de fitoterapia. Mar estaba en la cocina, preparándonos algo de merienda, y Mía, con su naturalidad, me preguntó si me gustaba vivir sola. La pregunta me tomó por sorpresa, no porque fuera algo que no había considerado antes, sino porque nunca nadie me la había hecho de esa manera tan directa. Le respondí que a veces disfrutaba de mi espacio, pero que también había momentos en los que se sentía un poco solitario.

Ella me miró con esos ojos grandes y brillantes, como si estuviera entendiendo algo muy importante, y luego me dijo que cuando me sintiera sola podía ir a su casa a jugar con ella. Fue un momento tan dulce, tan lleno de inocencia, que me di cuenta de que Mía no solo era la hija de Mar, sino que también estaba ocupando un lugar especial en mi vida.

Así que cuando hoy volví a la Ciutat Esportiva, no pude evitar pensar en cómo habían cambiado las cosas en tan poco tiempo. Ya no era solo mi fisioterapeuta la que ocupaba mis pensamientos, sino Mar, la persona con la que había compartido momentos que, aunque simples, habían dejado una huella profunda en mí. Y también estaba Mía, cuya presencia me hacía sonreír de una manera que no había experimentado antes.

Mientras entraba, mi mente vagaba entre recuerdos de esos días pasados en casa de Mar. Me preguntaba cómo estarían hoy, qué estarían haciendo, y me di cuenta de que las extrañaba. Extrañaba la calidez del hogar de Mar, las charlas interminables en las que ambas nos olvidábamos del tiempo, y, sobre todo, extrañaba la compañía de esas dos personas que, sin darme cuenta, se estaban convirtiendo en una parte esencial de mi vida.

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora