Dos días después de la cena, nos encontrábamos en el vestuario, listas y ansiosas por disputar el primer partido de la Champions de este año. El ambiente estaba cargado de una mezcla de nervios y emoción; el zumbido de la adrenalina era palpable en el aire. Cada una de nosotras sabía lo que estaba en juego, y aunque la presión era alta, también estaba la firme convicción de que podíamos conseguirlo. Habíamos trabajado duro para llegar hasta aquí, y estábamos decididas a darlo todo en el campo, sin dejar ningún esfuerzo por hacer. Ganar la Champions es un sueño difícil, y mantener el título aún más. Sin embargo, todas compartíamos la misma confianza en nuestras habilidades, en nuestro equipo, y en nuestra capacidad para seguir haciendo historia.
Mientras me ataba las botas, sentí una oleada de determinación. Saldría de titular, algo que había estado esperando con ansias. Mi camino de regreso a mi mejor nivel no había sido fácil, pero poco a poco estaba encontrando mi ritmo, recuperando esa chispa que tanto me caracterizaba. Cada entrenamiento, cada partido jugado, me acercaba más a mi versión más fuerte y competitiva. Hoy, sin embargo, enfrentaba un nuevo desafío: no jugaría en mi posición habitual. El entrenador había decidido que este partido lo jugaría como la última jugadora, o como también se dice, de 'nueve'. No era un papel al que estuviera acostumbrada, pero entendía que era parte del proceso de adaptación y regreso.
Esa posición implicaba una gran responsabilidad. Ser la última jugadora significaba ser el último bastión antes del ataque, la jugadora que debía estar lista para finalizar los ataques decisivos. Mis compañeras confiaban en mí, y yo no iba a defraudarlas. Sabía que para algunos podía parecer un riesgo, pero estaba dispuesta a asumirlo. Era parte del reto, y en este punto de mi carrera, no me asustaban los desafíos, los afrontaba con la cabeza en alto.
En ese momento, el entrenador entró al vestuario y nos dio las últimas indicaciones tácticas. Escuchaba con atención, visualizando cada jugada en mi mente, pensando en cómo podría aprovechar cada oportunidad para ser decisiva en el partido. La idea de estar fuera de mi posición habitual no me intimidaba, al contrario, me motivaba a demostrar que podía adaptarme y ser versátil, que mi talento no se limitaba a un solo rol.
Mis compañeras me animaban con miradas y palabras de apoyo. Sabíamos que este partido era solo el comienzo de un largo y arduo camino hacia la gloria. Levantar el título de la Champions no sería fácil, pero esa era la razón por la que jugábamos: por la emoción, por el desafío, por la oportunidad de escribir un nuevo capítulo en la historia del club.
Cuando el momento de salir al campo finalmente llegó, sentí una calma interna que reemplazó a cualquier atisbo de nerviosismo. El ruido de la multitud nos envolvía, pero mi mente estaba centrada en un solo objetivo: ganar. Al cruzar la línea de banda y pisar el césped, sentí que todo el trabajo, todos los sacrificios, me habían preparado para este momento.
Hoy era el día para darlo todo, para demostrar que, aunque la posición pudiera ser nueva para mí, el objetivo seguía siendo el mismo: triunfar, jugar con el corazón, y continuar escribiendo nuestra historia en letras doradas.
Parecía que la posición no se me daba tan mal después de todo. A los 15 minutos de partido, logré marcar un tanto que no solo abrió el marcador, sino que también nos llenó de confianza. Fue una jugada rápida, bien coordinada. Recibí el balón en la media luna del área, giré con un toque y, con precisión, lo coloqué en la esquina inferior del arco. El estadio estalló en un rugido ensordecedor, y mientras mis compañeras corrían hacia mí para celebrar, sentí una oleada de satisfacción. Era como si todos los sacrificios, todas las horas de recuperación y trabajo extra, hubieran sido recompensados en ese instante.
El partido continuó con la misma intensidad. Nosotras dominábamos el juego, pero el rival no se quedaba atrás. Cada balón disputado era una batalla, cada pase, una oportunidad para adelantarnos. La energía en el campo era electrizante, y sentía que estaba en mi elemento, completamente enfocada y comprometida. Casi al borde del descanso, una vez más, me encontré en una posición favorable. La defensa rival había dejado un espacio y no dudé en aprovecharlo. Recibí un pase filtrado que me dejó sola frente a la portera. Con calma, la eludí y empujé el balón al fondo de la red. Mi segundo gol del partido. No podía pedir más. Sin embargo, en ese preciso momento, sentí un golpe en la rodilla.
Al principio, no le di mucha importancia. Fue un choque bastante común en un partido tan físico como este. Me sacudí el dolor y me uní a la celebración con mis compañeras, pero había una pequeña punzada en mi rodilla que no desaparecía. Mientras nos dirigíamos al centro del campo para reanudar el juego, noté que el dolor comenzaba a intensificarse, de forma sutil pero constante. Intenté ignorarlo, convenciéndome de que no era nada grave, de que solo era el resultado del contacto y el esfuerzo acumulado. Había estado fuera tanto tiempo que no quería ni imaginar la posibilidad de volver a lesionarme. Esta era mi gran oportunidad para demostrar que estaba de regreso, más fuerte que nunca.
Conforme pasaban los minutos, el dolor en mi rodilla empezó a ser más persistente, un recordatorio incómodo de algo que quería olvidar. Era la misma rodilla que me había hecho perder la Eurocopa y toda la temporada pasada, la misma que me había sometido a horas interminables de rehabilitación, la misma que había sido una fuente de frustración y tristeza. Ahora, esa vieja enemiga parecía regresar. Pero no quería aceptarlo. No ahora, no en este partido, no cuando estaba finalmente retomando mi nivel y disfrutando del juego como antes.
Al principio, me obligué a seguir jugando. Intenté concentrarme en el partido, en cada pase, en cada movimiento, y en cumplir mi rol en el equipo. Sabía que mis compañeras contaban conmigo, y no quería defraudarlas. Además, la adrenalina ayudaba a mitigar el dolor, permitiéndome seguir adelante. Pero con cada paso, cada sprint, el dolor se hacía más agudo, como si algo en mi rodilla se resistiera a seguir funcionando. Empecé a notar que mis movimientos no eran tan fluidos, que algo no iba bien. Aun así, intenté convencerme de que podía soportarlo, que podía aguantar hasta el descanso, donde tal vez podría recibir algo de tratamiento rápido y volver al campo en la segunda mitad.
Sin embargo, hubo un momento, un instante en el que todo cambió. Fue en una jugada defensiva, cuando intenté recuperar un balón cerca de nuestra área. Al apoyar la pierna con fuerza para girar, sentí un dolor punzante, como si un cuchillo se clavara en mi rodilla. Fue un dolor tan intenso y repentino que por un segundo casi me derrumbo. En ese momento, supe que no podía seguir. No podía ignorar lo que mi cuerpo me estaba diciendo. Estaba al borde de las lágrimas, pero sabía que no podía seguir arriesgando. Era mejor aceptar la realidad que empeorar una situación que ya parecía crítica.
Con una mezcla de frustración y resignación, levanté la mano hacia el banquillo. Di la señal de que no estaba bien, que necesitaba un cambio. Fue uno de los gestos más difíciles que he hecho en mi carrera. No quería salir, no quería aceptar que podía estar lesionada de nuevo, justo cuando había empezado a sentirme como yo misma otra vez. Pero sabía que no tenía opción.
Los fisios llegaron rápidamente, y mientras me ayudaban a salir del campo, el dolor en mi rodilla parecía extenderse, invadiendo no solo mi cuerpo, sino también mi mente. Sabía lo que significaba esa sensación, ya la había experimentado antes, y el miedo comenzó a apoderarse de mí. No quería volver a pasar por todo eso, por el calvario de una nueva lesión, la incertidumbre, la recuperación, el estar lejos de los terrenos de juego mientras el equipo seguía adelante sin mí.
Cuando me senté en el banquillo, con los fisios revisándome la rodilla, sentí como si el mundo se desmoronara a mi alrededor. Intentaba mantener la calma, pero mi mente estaba en otra parte, preocupada por lo que esto podría significar para mí. Escuchaba el murmullo de la multitud, el sonido del partido que seguía adelante, pero me sentía desconectada, como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.
El cambio se ejecutó y mi compañera me sustituyó en el campo. Observé el juego desde el banquillo, incapaz de concentrarme en nada más que en la sensación en mi rodilla y en la creciente preocupación que se apoderaba de mí. No podía creer que esto estuviera sucediendo de nuevo, justo cuando sentía que estaba volviendo a mi mejor nivel.
Mientras el partido continuaba, yo solo podía pensar en una cosa: ¿Otra vez? ¿Otra vez iba a enfrentarme a una lesión que podría alejarme de lo que más amo? El dolor físico era soportable en comparación con la angustia emocional que me inundaba. No sabía qué vendría después, pero una cosa era segura: estaba aterrada de lo que el futuro podía depararme.
____Siento haberos hecho revivir este momento😔
¿Que le deparará el futuro con esta lesión?😬
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𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬
RandomAlexia y Mar se conocen de una manera repentina, una máquina expendedora estropeada hace que ambas se conozcan, las vidas de ambas aunque puedan parecer similares al estar en el ámbito futbolístico son completamente diferentes.