LXVII

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Mar me ofreció ir a recoger a Mía mientras ella cuidaba del pequeño perro del cual se había encariñado bastante rápido, cuando llegué al colegio de Mía, todo parecía ir con normalidad. Los niños comenzaban a salir de sus clases, y las risas y charlas llenaban el patio. Me apoyé en la verja, buscando con la mirada a Mía entre los pequeños que salían corriendo a reunirse con sus padres. Finalmente, la vi: su cabello suelto, su sonrisa brillante, y esa energía contagiosa que siempre la acompañaba.

Cuando nos vimos, corrió hacia mí con los brazos abiertos y un brillo en los ojos que me hizo sonreír de inmediato. Le tomé la mano con suavidad, disfrutando ese pequeño gesto que ya era parte de nuestra rutina.

—Vamos, peque —le dije.

Pero justo cuando íbamos a dar nuestro primer paso hacia la salida, alguien me llamó la atención desde un costado.

—Disculpa —dijo una mujer, algo mayor, con una expresión seria—.¿Conoces a la niña?

La pregunta me sorprendió. No esperaba que alguien me cuestionara de esa forma, pero mantuve la calma, sabiendo que este tipo de situaciones podían ocurrir.

—Ah, no te preocupes —respondí con simpatía—. Puede parecer raro, pero soy la pareja de la madre de Mía.

La mujer arqueó una ceja, claramente no satisfecha con mi explicación, y cruzó los brazos con una actitud algo defensiva.

—Eso es imposible —dijo con un tono firme, casi despectivo—. La pareja de su padre es Valeria, y no sé qué intentas insinuar.

Sentí cómo Mía apretaba mi mano con un poco más de fuerza, y eso me hizo suspirar, sabiendo que esta situación podía incomodarla. Ambas nos miramos  y le di una sonrisa de tranquilidad, asegurándome de que no le afectara lo que estaba pasando.

—Entiendo que puedas confundirte —dije, intentando mantener la calma en mi voz—, pero yo soy la pareja de la madre de Mía, no de su padre-Dije recalcando bastante la palabra "madre"

La mujer me miró, entre incrédula y molesta, como si no quisiera aceptar lo que acababa de escuchar. Parecía estar lidiando con la idea de que las dinámicas familiares podían ser distintas a las que ella consideraba “normales”.

Finalmente, soltó un suspiro de frustración, pero no dijo más. Decidí no seguir con la conversación; lo importante era que Mía estuviera bien, y sentía que la tensión podía hacerle daño.

—Vamos, pequeña —le dije a Mía, dándole un apretón suave en la mano mientras nos alejábamos.

La niña, sin decir nada, me miró con sus grandes ojos, reflejando una confianza que me hizo sentir orgullosa. No importaba lo que otros dijeran o pensaran; lo que importaba era que Mía supiera que siempre estaríamos allí para ella, tanto Mar como yo.

Estábamos ya en el coche, en camino de vuelta a casa, cuando noté que Mía estaba más callada de lo habitual. No había soltado ninguna de sus típicas preguntas curiosas ni se había puesto a cantar como solía hacerlo. Sabía que algo la preocupaba.

—¿Todo bien, pequeña? —le pregunté, echando un vistazo rápido en el retrovisor mientras conducía.

Mía levantó la mirada hacia mí, sus ojitos reflejaban una tristeza que no me gustaba ver en ella. Tomó aire, como si estuviera tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que tenía en mente.

—Alexia... —dijo con su vocecita suave—. ¿Por qué hay gente que no le gusta que tú y mami estéis juntas?

Su pregunta me cayó como un golpe en el estómago. Sabía que este tipo de temas era algo que tarde o temprano saldría a la luz, pero no esperaba que sucediera tan pronto, y mucho menos que Mía se sintiera afectada. Me mordí el labio, pensando bien en lo que debía decirle. No era fácil, pero tenía que explicárselo de una manera que pudiera entender.

—Mía —comencé, con un tono calmado—, hay algunas personas que no entienden o no aceptan que las familias pueden ser diferentes. A veces, la gente se mete con los demás solo porque no piensan o viven como ellos.

Ella me miraba, con los ojos grandes y atentos, tratando de asimilar lo que le estaba diciendo. Sabía que este era un tema complicado para una niña, pero no podía mentirle ni endulzar demasiado la realidad.

—Pero… ¿por qué? —insistió, claramente confundida—. ¿Por qué les importa lo que hacemos?

Me tomé un segundo para pensar. Quería que ella supiera que no todo el mundo es así, que el amor que compartimos su madre y yo era real y válido, sin importar lo que otros pensaran.

—Hay personas que tienen miedo a lo que no conocen, y en lugar de intentar entender, prefieren criticar o rechazar. Es como si no pudieran ver más allá de lo que ellos creen que es lo "normal". Pero eso no significa que lo que tú, mami y yo tenemos no sea igual de importante, igual de bonito —le expliqué, intentando ser lo más honesta posible.

Mía se quedó en silencio por unos segundos, mirando por la ventana. Sabía que estaba procesando lo que le había dicho. Era una niña inteligente y sensible, pero también sabía que este tipo de conversaciones podían ser pesadas para alguien de su edad.

—¿Entonces hay gente que nunca nos va a querer? —preguntó, con un tono más triste.

Eso me rompió el corazón.

—Mira, peque —dije suavemente—, no todos van a entendernos, y puede que algunos nunca lo hagan. Pero eso no es lo importante. Lo que importa es que tú, mami y yo nos queremos, y que siempre vamos a estar juntas, pase lo que pase. No dejes que lo que piensen los demás te haga sentir mal, ¿vale?

Ella asintió despacio, aunque no del todo convencida. Sabía que este era un tema difícil de comprender, y que probablemente lo seguiría pensando durante un tiempo. Pero también sabía que estaba rodeada de amor, y eso, al final del día, era lo que más importaba.

Después de un rato, vi que Mía comenzaba a relajarse un poco. Volvió a su habitual serena curiosidad, aunque la tristeza todavía rondaba en sus ojitos. Decidí cambiar un poco el ambiente.

—Oye, ¿y si te digo que cuando lleguemos a casa tienes una gran sorpresa esperando? —le dije, lanzándole una sonrisa por el espejo.

Sus ojos se iluminaron ligeramente, y aunque todavía quedaban rastros de su preocupación, no podía evitar que la curiosidad le ganara.

—¿Una sorpresa? —preguntó, claramente interesada.

—Ajá. Pero tendrás que esperar para verla —respondí, contenta de que, al menos por el momento, la conversación pesada se hubiese quedado atrás.

Sabía que este tipo de charlas volverían en el futuro, pero por ahora, lo importante era que Mía se sintiera amada y protegida. Y estaba segura de que, con el tiempo, ella entendería que el amor que su madre y yo compartimos es lo único que realmente cuenta, sin importar lo que los demás piensen.
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Un poquito de tensión nunca viene mal😝

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora