LXXII

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El pitido final del partido resonó en el estadio, señalando nuestra victoria. El equipo estalló en celebraciones, pero mi mente ya estaba en otro lugar. Miré el reloj: 18:50. Sentí el pulso acelerarse aún más. Tenía que llegar, no me perdonaría no estar ahí para ella.

Mientras mis compañeras aún intercambiaban abrazos y sonrisas, yo me deslicé fuera del campo, dirigiéndome al vestuario como si el partido aún no hubiera terminado para mí. Todo lo que importaba en ese momento era el reloj, y en mi mente resonaba el recuerdo de la conversación con Mar esa mañana.

Ya tenía el plan trazado desde entonces, asentí, aunque no quise desvelarle que, efectivamente, pensaba estar ahí, en primera fila, para animar a nuestra pequeña. La emoción me había llenado todo el día, y ahora, tras nuestro propio triunfo en el campo, esa promesa se volvía más urgente.

Me cambié lo más rápido que pude, lanzando mi camiseta sudada al cesto y poniéndome la ropa más cómoda que había traído. Mientras me ataba las zapatillas, las chicas comenzaron a llegar al vestuario, animadas por la victoria, bromeando como siempre. Pero mi ritmo frenético no pasó desapercibido.

—¿Qué pasa, Alexia? ¿Tienes otro partido por jugar o qué? —preguntó Mapi, arqueando una ceja mientras me veía recoger mis cosas casi sin aliento.

No pude evitar sonreír. Sabía que vendrían los comentarios en cuanto dijera la razón.

—Mía tiene un partido de básquet en diez minutos, tengo que llegar —respondí, sabiendo que eso desataría una tormenta de bromas, pero aún así sin poder disimular el orgullo en mi voz.

Y claro, no tardaron. Patri fue la primera en soltar una carcajada.

—Ay, por dios, mírala, nuestra capitana, corriendo por su princesa del básquet —exclamó entre risas, y las demás se unieron de inmediato.

—Te lo tengo dicho, Ale —añadió Mapi, sacudiendo la cabeza en gesto exagerado de incredulidad—. Esa niña te tiene completamente dominada. Lo siguiente es que te veamos jugando a las muñecas.

Me reí, aunque estaba apurada. Sabía que todo lo decían con cariño, pero también sabía que, en el fondo, tenían razón. Mía había llegado a mi vida y, de alguna manera, se había hecho un lugar en mi corazón sin esfuerzo alguno.

—Lo que sea por mi princesa —respondí, dándoles una sonrisa rápida mientras seguía cerrando mi bolsa y me echaba la mochila al hombro.

—Dale ánimos de nuestra parte—gritó Patri mientras me dirigía a la puerta.

—Claro, no faltará—les aseguré, aunque mi mente ya estaba en el coche, en el camino, en Mía.

Antes de salir, escuché a Mapi gritar una última frase, con ese tono burlón que tanto le gustaba usar conmigo.

—Reina en el fútbol, pero gobernada en casa-Dijo causando mi risa.

Negué con la cabeza, sonriendo. Al final, no había nada que me molestara en ese comentario. En cierto modo, tenían razón, pero no me importaba. Mía me había atrapado con su sonrisa, con su energía y su ternura, y no me arrepentía en absoluto. Si eso significaba que me pasaba el día corriendo de un lado para otro para ella, entonces bienvenido sea.

Salí disparada hacia el coche. Aceleré lo más que pude sin romper las normas de tráfico, intentando mantener la calma mientras los minutos seguían corriendo en el reloj. La imagen de Mía, con su equipación de básquet, corriendo por la cancha, me hacía sonreír de solo pensar en ello.

Al llegar al gimnasio donde jugaba Mía, me encontré con los padres de otros niños entrando despacio, saludando con tranquilidad, mientras yo aparcaba como si estuviera en una competición de velocidad. Bajé del coche a toda prisa y me dirigí a la puerta de la cancha, sabiendo que debía haber llegado justo a tiempo.

Al llegar al pabellón, el sonido de balones botando en la cancha y las voces de los niños practicando llenaba el espacio. Mis ojos buscaron de inmediato a Mar, y ahí estaba, sentada en las gradas, con la mirada fija en el equipo de Mía mientras esperaban que comenzara el partido. Su expresión tranquila y concentrada hizo que sonriera. Decidí acercarme por detrás, con la intención de darle una pequeña sorpresa.

Avancé sigilosamente por los escalones, intentando no hacer ruido.

—¿Hay sitio para una más?-Dije en un susurro cuando estuve lo suficientemente cerca.

Mar dio un pequeño brinco, visiblemente sorprendida, antes de girarse rápidamente hacia mí. Al ver mi cara, su sorpresa se transformó en pura alegría, y una sonrisa enorme apareció en su rostro.

—¡Ale! —exclamó, sin poder contener la emoción mientras se levantaba de un salto.

Nos abrazamos con fuerza, como si no nos hubiéramos visto en días, a pesar de que no había pasado tanto tiempo. Aún así, el calor y la familiaridad de ese abrazo siempre me llenaban de calma. La sentí apretarme con fuerza, como si mi presencia en ese momento fuera algo más especial de lo habitual.

—No me lo esperaba, pensaba que volverías a casa después del partido , ¿qué haces? —preguntó Mar, separándose apenas para mirarme a los ojos, pero sin soltarme.

—Nada más terminar el partido, he salido corriendo de ahí para poder llegar al de Mía —le respondí, sonriendo. Todavía podía sentir la adrenalina de mi propio partido, pero en ese momento, lo único que me importaba era estar ahí para ver jugar a nuestra pequeña. Agarré sus manos y la miré con una expresión más seria—. Ahora solo me quiero centrar en el partido de Mía.

Mar asintió, claramente tocada por el gesto, y dejó escapar una risa suave.

—Felicidades por la victoria, pero me encanta que estés aquí para ella. Le va a hacer muy feliz verte animándola desde las gradas-Dije con una sonrisa imborrable.

Me senté a su lado, ajustando la vista hacia la cancha, donde los niños seguían calentando y practicando sus tiros. Estaba buscando a Mía entre los pequeños jugadores, con la esperanza de reconocerla rápidamente.

—¿Qué número lleva Mía? —le pregunté a Mar, todavía sin lograr localizarla.

Mar soltó una risilla y me miró con una expresión juguetona.

—El 11 —contestó, divertida—. Justo como tú.

Solté una carcajada y la miré con una mezcla de orgullo y sorpresa. ¿Mía había elegido el 11 a propósito? Claro, podía ser una coincidencia, pero algo me decía que mi princesa había querido seguir mis pasos de alguna manera.

—No me digas—exclamé, sonriendo aún más.

—Sí, parece que tienes una pequeña fan en casa —bromeó Mar, entrelazando su brazo con el mío mientras mirábamos a Mía correr de un lado a otro, con esa energía inagotable que siempre la caracterizaba.

Ahí estaba, con el número 11 en la espalda, corriendo y riendo con sus compañeros de equipo. Verla así, tan llena de vida, tan segura en su pequeño mundo de básquet, me llenaba de un orgullo indescriptible. Y el hecho de que hubiera llevase mi número me emocionaba más de lo que estaba dispuesta a admitir en ese momento.

—Bueno, vamos a animar como si fuera una final —le dije a Mar, apretando suavemente su brazo—. Nuestra jugadora estrella está a punto de empezar su partido.

Mar me miró y asintió, riendo. Sabía que las siguientes horas serían especiales para nosotras, viendo a Mía jugar y disfrutar, y yo no podía sentirme más afortunada por estar ahí, con ellas, compartiendo esos momentos que, aunque cotidianos, siempre se sentían tan únicos y llenos de amor.
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Alexia hace lo que sea por Mía

Llevan el mismo número😭

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora