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Mientras me preparaba para salir de casa, mi teléfono vibró sobre la mesa de la cocina. Era un mensaje de mi hermana , que acababa de mudarse a su nuevo piso y estaba organizando una pequeña reunión familiar. El mensaje estaba lleno de entusiasmo y, aunque la mayoría de las palabras eran detalles sobre cómo había ido el día, lo que más me llamó la atención fue la invitación para que pasáramos la tarde con ella y nuestra madre.

Leí el mensaje con detenimiento. Alba mencionaba que nuestra madre, también estaría allí. Sugería que sería una buena oportunidad para que nos reuniéramos, y además, extendía la invitación a Mar y Mía, lo que me pareció un gesto maravilloso para que todas tuviéramos la oportunidad de compartir un tiempo juntas.

Miré a Mar, que estaba en la sala recogiendo algunos objetos y organizando nuestras cosas. Tenía una expresión de concentración en su rostro, y al parecer no se había dado cuenta de que yo estaba revisando mi teléfono.

—Oye, Mar —dije, acercándome con una sonrisa—, acabo de recibir un mensaje de Alba. Nos está invitando a pasar la tarde en su casa. Nuestra madre también estará allí, y creo que sería una buena oportunidad para que pasemos tiempo con ellas.

Mar levantó la vista y observó el mensaje que le mostraba en la pantalla de mi móvil. Su expresión se suavizó y una sonrisa cálida se formó en sus labios.

—Eso suena genial —dijo Mar, mientras dejaba los objetos que estaba organizando—. Me encantaría pasar un rato con tu familia. Además, creo que Mía disfrutaría mucho de estar con ellas.

Asentí con la cabeza, sintiendo un alivio al saber que Mar estaba de acuerdo. La idea de pasar tiempo con mi familia y ver a Mía interactuar con mi madre y mi hermana me parecía perfecta para cerrar la semana.

—Entonces, ¿te parece bien si vamos allí después de recoger a Mía del colegio? —le pregunté, tratando de planificar el resto del día.

—Perfecto —respondió Mar, con una sonrisa—. Así aprovechamos la tarde y Mía también tiene la oportunidad de estar con tu familia. Me alegra que podamos hacer esto.

Guardé el teléfono en mi bolso, y mientras me dirigía hacia el coche, me sentí un poco más ligera. Habíamos tenido una semana bastante agitada, y saber que íbamos a tener una tarde de tranquilidad con la familia me llenaba de entusiasmo.

Una vez que llegamos al colegio, Mía estaba esperando con su mochila, visiblemente emocionada por el cambio en la rutina. La recogimos y, al subir al coche, le contamos que íbamos a pasar la tarde en casa de mi hermana. La reacción de Mía fue instantánea; sus ojos se iluminaron y comenzó a hacer preguntas sobre qué podrían hacer juntas, pero también que le daba algo de vergüenza y nervios.

El trayecto hacia casa de Alba fue ameno. La conversación entre Mar y yo giraba en torno a los detalles de la tarde.

Al bajar del coche, Mía me miró con esos ojos grandes y brillantes, llenos de una mezcla de inocencia y picardía que siempre me desarma. Su sonrisa tímida pero decidida me hizo saber que estaba tramando algo.

—Alexia, ¿me llevas a caballito? —preguntó con esa dulzura que solo los niños tienen cuando quieren algo de verdad.

Me quedé un segundo sorprendida, no me lo esperaba, pero antes de poder decir algo, ya la tenía prácticamente pegada a las piernas, lista para subirse. No pude evitar sonreírle y asentir.

—Claro, ven aquí, pequeña koala —le dije, inclinándome para que se subiera a mi espalda.

Mía soltó una risa encantadora mientras se trepaba a mí con agilidad. Sentí sus bracitos alrededor de mi cuello y sus piernitas aferrándose a mis costados. A pesar de lo pequeña que era, su abrazo se sentía lleno de confianza, como si supiera que no la iba a soltar jamás. Yo también lo sabía.

Cuando me puse de pie con ella a la espalda, miré a Mar y vi cómo se le iluminaba el rostro con una risa silenciosa. Era el tipo de risa que me derrite, que me llena de algo cálido por dentro, como si todo en ese momento fuera perfecto.

—No te rías—le dije en broma, aunque ella ya se estaba doblando de la risa.

—Te queda genial —dijo Mar entre risas—. Siempre he pensado que podrías hacer otra carrera como canguro.

—¿A que sí? —respondí con una sonrisa, mientras balanceaba un poco a Mía, quien chillaba divertida por el movimiento.

Empezamos a caminar hacia la casa de mi hermana, y mientras sentía el peso ligero de Mía sobre mis hombros, me di cuenta de lo cómodo que era todo, lo natural que se sentía estar con ellas, como si todo encajara perfectamente. Escuchar las risas de Mar detrás de nosotras solo reforzaba ese pensamiento. Me hizo sentir que este era un momento que podría recordar siempre: simple, alegre, lleno de amor. Era una de esas pequeñas escenas cotidianas que, sin saber cómo, se convierten en recuerdos que te calientan el alma cada vez que los piensas.

—Alexia, vas muy lento —se quejó Mía en broma, dándome un toquecito en la cabeza para que me apresurara.

—¿Ah, sí? —pregunté, poniendo un tono retador—. Prepárate entonces.

Empecé a caminar más rápido, casi trotando, mientras Mía se reía sin parar. Mar nos seguía de cerca, y podía sentir su mirada cálida sobre nosotras. Sabía que, por muy serias que fueran algunas de las cosas que habíamos pasado juntas, estos pequeños momentos de felicidad pura eran lo que realmente nos mantenía fuertes.

Cuando finalmente llegamos a la puerta de la casa de mi hermana, me agaché despacio para que Mía se bajara, pero no se movía.

—¿No piensas bajar? —pregunté entre risas.

—No, quiero que me lleves todo el día así —dijo, apoyando su cabecita sobre mi hombro.

—Alexia no es tu caballito particular-Dijo si madre mirándola.

Cuando Alba nos abrió la puerta, no pudo evitar soltar una carcajada al ver la escena: Mía seguía firmemente aferrada a mi espalda, sus pequeñas manos alrededor de mi cuello y sus piernas bien sujetas a mis costados, como si fuera lo más natural del mundo. Alba, con esa sonrisa traviesa que siempre lleva puesta, me miró y no tardó en lanzarme uno de sus comentarios típicos.

—Madre mía, Alexia, te tiene en la palma de su mano —dijo entre risas, cruzándose de brazos y observándonos con la misma expresión burlona que había tenido desde que éramos pequeñas.

Mía, sintiendo que hablaban de ella, asomó la cabeza sobre mi hombro y miró a Alba con curiosidad. Alba le sonrió y luego me lanzó una mirada, como quien descubre algo muy evidente.

—¿Y tú desde cuándo haces de taxi particular? —continuó burlándose, dándome un ligero empujón en el hombro—. Esta niña ya me cae bien.

—Cállate—le respondí, pero sin poder evitar reírme. La verdad es que Mía sí tenía ese poder sobre mí, aunque nunca se lo admitiría abiertamente. No se lo diría ni a Mar ni a Alba, aunque ambas ya lo sabían sin necesidad de que lo confirmara.

Mar, que estaba justo detrás de mí, se limitó a sonreír al ver cómo Alba me tomaba el pelo. Ella también sabía lo fácil que me resultaba decirle que sí a cualquier cosa que Mía pidiera.

—Es que Alexia es la mejor taxi —intervino Mía, con su vocecita pequeña pero firme, como si estuviera defendiendo el servicio que le daba. Eso hizo que las tres nos echáramos a reír.

—¿Lo ves? Te tiene bien agarrada —dijo Alba con un guiño, haciéndome rodar los ojos, aunque con una sonrisa en los labios.

—Ya, ya... —respondí en tono de broma, mientras me agachaba un poco para que Mía se descolgara de mi espalda—. Pero no te acostumbres, ¿eh, peque?

Mía aterrizó suavemente en el suelo y, como si llevara siglos conociendo a Alba, se acercó a ella para darle un pequeño abrazo en las piernas. Alba, sorprendida pero encantada, se agachó para ponerse a su altura y le acarició el cabello con ternura.

—Eres más bonita de lo que me habían contado —le dijo Alba a Mía con una sonrisa.
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Familia feliz😝

Mía hace lo que quiere con Alexia

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora