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Llegamos a casa en silencio, el peso de la angustia todavía colgando en el aire. Alexia me ayudó a entrar, su apoyo constante pero suave, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romperme en pedazos. Cada paso hacia la habitación parecía una travesía interminable, y el cansancio se había apoderado de mí de una manera que era casi abrumadora.

Cuando llegamos a la puerta de mi habitación, Alexia me guió hacia la cama con una paciencia infinita. Sus movimientos eran cuidadosos, como si me estuviera manejando con extrema delicadeza. Yo, en cambio, actuaba en piloto automático. Mi mente estaba demasiado exhausta para procesar los detalles; solo sabía que necesitaba estar en la cama, aunque no podía permitirme imaginar qué tan vacío se sentía mi corazón.

Me cambié con movimientos automáticos, sacándome la ropa sin prestar atención a lo que hacía. Cada prenda era retirada con una facilidad que contrastaba con la tormenta en mi mente. Al terminar, me deslicé bajo las sábanas con un movimiento que era más una caída que un acto de descanso. La cama estaba fría al principio, pero pronto el calor de las sábanas me envolvió, aunque no de la manera en que deseaba.

Alexia se tumbó a mi lado, su presencia una mezcla de consuelo y tristeza. Acarició mi brazo suavemente, como si intentara transmitir algún tipo de calma a través de ese gesto sencillo. Sentía el calor de su mano, la suavidad de su toque, pero en mi estado, ni siquiera eso parecía ser suficiente para calmar la tormenta interna que me atormentaba.

Miré el techo, intentando enfocar mis pensamientos en cualquier cosa que no fuera la angustia de la desaparición de Mía. Pero cada vez que intentaba desviar mi mente, la imagen de mi hija, su sonrisa, su risa, regresaba a mi mente con una intensidad dolorosa. Los segundos se estiraban y se sentían como horas, y la idea de descansar se me hacía cada vez más inalcanzable.

—Alexia —murmuré, mi voz apenas un susurro—. No puedo, no puedo dormir. No puedo dejar de pensar en ella.

Alexia me miró, su rostro reflejaba una mezcla de tristeza y comprensión. Aunque sabía que intentaba consolarme, la realidad de la situación era que no podía descansar esa noche. Mi mente estaba en una tormenta constante, incapaz de calmarse, incapaz de encontrar un respiro en medio del dolor.

—Lo sé, Mar —dijo Alexia suavemente—. No tienes que dormir. Solo quédate aquí, conmigo. Vamos a estar juntas en esto, aunque no puedas descansar. Estoy aquí para ti.

Su voz era un bálsamo en medio del caos, pero el consuelo que ofrecía no podía apaciguar completamente la angustia que sentía. Cada vez que intentaba cerrar los ojos, los pensamientos y las imágenes de Mía volvían a invadir mi mente, y no podía escapar de ellos.

—Gracias —le dije, aunque las palabras parecían insignificantes en comparación con lo que sentía. Me giré un poco para mirarla, agradecida por su presencia, pero también sabiendo que mi mente seguiría agitada durante la noche.

La oscuridad de la habitación se sentía como un manto pesado, y el silencio estaba cargado con el dolor de la incertidumbre. No había lugar para el descanso en mi mente, solo una serie interminable de pensamientos y temores que no podía silenciar. Alexia permaneció a mi lado, su mano aún acariciando mi brazo, un pequeño ancla en medio de la tormenta emocional que no podía evitar.

Sabía que no podría descansar esa noche, que el dolor y la preocupación no me permitirían encontrar alivio en el sueño. Pero al menos, en medio de la angustia, la presencia de Alexia era un pequeño consuelo, una promesa de que no estaba sola en esta oscuridad. La noche sería larga y difícil, pero al menos, tenía a alguien que estaba dispuesta a quedarse conmigo en esta lucha interminable.

Tercera persona

En una tranquila casa de campo, la mañana transcurría como muchas otras para Mía y su padre, Pablo. La luz del sol se filtraba a través de las ventanas, proyectando suaves sombras en las paredes de la habitación mientras Mía jugaba con algunos juguetes en el suelo. A pesar de la serenidad del entorno, había un pequeño nudo de preocupación en el corazón de la niña.

Era domingo, y Mía sabía que a las seis de la tarde debía estar en casa de su madre, Mar. Era un horario que había aprendido a esperar, un ritmo familiar que marcaba la transición entre la casa de su padre y la de su madre. Pero a medida que el reloj avanzaba hacia la hora de partida, algo no encajaba en su pequeño mundo.

—Papá —dijo Mía, levantando la vista de sus juguetes con un semblante preocupado—, ¿por qué no hemos ido con mami todavía?

Pablo se inclinó hacia ella, intentando mantener una expresión tranquila mientras respondía. Su tono era suave, pero había una sombra de inquietud en sus ojos.

—Mía, cariño, te quedarás conmigo un poco más de tiempo. Hay cosas que necesito hacer, y tu mamá está ocupada. Vamos a pasar un rato más aquí, ¿de acuerdo?-Dijo sonriéndole a la pequeña.

La pequeña frunció el ceño, sintiendo que algo no estaba bien. No era como en otras ocasiones, cuando el cambio de casa había sido algo natural y sin complicaciones. Esta vez, había un sabor extraño en el aire, una sensación de que las cosas no estaban como deberían.

Mía recordó una conversación reciente con Pablo sobre Alexia, la pareja de su madre. Había hablado con entusiasmo sobre cómo se había divertido con ella, y también mencionó a Mar. Recordaba las palabras de Pablo, que habían sonado tan tranquilizadoras en ese momento, pero ahora le llegaban como un eco lejano. En su mente infantil, comenzó a conectar los puntos, y una idea inquietante empezó a formarse.

Tal vez Mar se había enterado de lo que había dicho sobre Alexia. Quizás eso había causado un problema, y ahora Mar estaba enfadada con ella. La preocupación se asentó en su pequeño pecho, creciendo con cada pensamiento. Mía no entendía completamente los motivos, pero sentía que algo estaba mal.

El pensamiento de que ni su madre ni Alexia querían verla le causaba una tristeza que era difícil de soportar. A su corta edad, no comprendía toda la complejidad de las relaciones de los adultos, pero entendía lo suficiente para sentir que había hecho algo malo. Su mente, aún inocente y vulnerable, se llenaba de una creciente sensación de culpa y miedo.

El reloj en la pared avanzaba lentamente, y el tiempo parecía estirarse interminablemente. Mía miró a Pablo, esperando que dijera algo que pudiera calmar su creciente inquietud, pero él estaba ocupado con sus propios pensamientos, quizás tratando de evitar el tema que ella temía.

El sol continuaba brillando en la casa de campo, y mientras el día avanzaba, Mía se mantenía en silencio, sus pequeños dedos jugando con la tela de su vestido mientras luchaba contra sus pensamientos. Aunque el ambiente parecía tranquilo y agradable, para Mía el día se había convertido en una mezcla de confusión y preocupación. Sin entender completamente la situación, solo podía esperar y observar, aferrándose a la esperanza de que todo se resolvería y que, al final del día, podría reunirse con su madre, sin que las nubes oscuras que habían comenzado a formarse en su mente se materializaran en una realidad más dolorosa de lo que podría soportar.
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Ya sabemos donde está Mía😬

Ahora falta que lo sepa Mar

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora