III

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Mar

El suave clic de la puerta al cerrarse resonó en el silencio del apartamento, y dejé escapar un largo suspiro al entrar. Me quité los zapatos, sintiendo el alivio inmediato al liberar mis pies después de un día interminable. Colgué el bolso en el gancho junto a la puerta y lo dejé caer sobre la mesa con un ruido sordo. Cerré los ojos por un momento, intentando sacudirme el peso de la jornada que aún colgaba sobre mis hombros.

El pasillo hacia la sala me parecía más largo de lo habitual. Mientras caminaba, me preguntaba qué podría preparar para cenar, aunque la idea de cocinar no me resultaba nada atractiva. Quizás podría tomar un baño antes de cualquier otra cosa, dejar que el agua caliente me relajara. Lo deseaba con ansias. Sin embargo, todos esos pensamientos se desvanecieron al girar hacia la sala.

Ahí, en medio de mi sala, había alguien que no debería estar allí. El corazón me dio un vuelco y por un instante me quedé completamente inmóvil, procesando lo que veía. No me tomó mucho reconocer la figura familiar de pie junto al sofá, aunque no por eso fue menos desconcertante.

—¿Qué haces aquí, Pablo? —solté, más sorprendida de lo que pretendía.

Pablo, mi expareja, se giró hacia mí con una sonrisa de medio lado, como si aparecerse de repente en mi casa fuera la cosa más normal del mundo.

—Lo siento, Mar —dijo con un encogimiento de hombros que sólo hizo que se me crisparan los nervios—. Tengo una reunión de trabajo de última hora, y no voy a poder llevar a Mía a su entrenamiento de básquet.

Lo miré fijamente, tratando de no dejar que el enfado se apoderara de mí. Lo último que necesitaba después de un día largo era lidiar con algo así.

—Podrías haberme mandado un mensaje en vez de aparecer de la nada en mi casa —le dije, tratando de mantener mi tono neutral, aunque sabía que un ligero filo se había colado en mi voz.

—Lo sé, lo sé —respondió rápidamente, levantando las manos en un gesto de rendición—. No pensé que te molestaría. Además, es más rápido así, y ya sabes cómo se pone Mía cuando tiene que esperar.

Justo en ese momento, como si la hubiéramos invocado, escuché unos pasos pequeños acercándose desde el pasillo. Me giré y ahí estaba Mía, con su melena rubia recogida en una coleta alta, vestida de pies a cabeza con su equipación de baloncesto. Parecía tan emocionada como siempre antes de un entrenamiento.

—¡Mami! —exclamó con una sonrisa que hizo que todo lo demás desapareciera de mi mente.

Me agaché para recibirla cuando corrió hacia mí, envolviendo mis brazos alrededor de su pequeño cuerpo. La calidez de su abrazo fue como un bálsamo para mi corazón, y por un momento, el cansancio y la irritación se desvanecieron. Nada importaba más que este instante.

—Hola, mi vida —le susurré al oído, sintiendo cómo la paz comenzaba a reemplazar la tensión.

Me aparté un poco para mirarla a los ojos. Su entusiasmo era contagioso.

—¿Estás lista para jugar? —le pregunté, sonriendo al ver cómo asentía con energía.

—¡Sí! —gritó, sus ojos brillando—. ¡Hoy voy a encestar un montón!

—Lo sé, estoy segura de eso —le respondí, riendo mientras le acariciaba la mejilla—. Vamos, entonces. No queremos llegar tarde, ¿verdad?

Mientras la levantaba en brazos, pude ver a Pablo desde el rabillo del ojo. Me observaba con una mezcla de complicidad y disculpa, como si supiera que había alterado mi día, pero al mismo tiempo, contento de haber dejado a Mía en buenas manos. Dejé de lado cualquier comentario mordaz que podría haber hecho, porque, al fin y al cabo, no valía la pena. Mi prioridad ahora era mi hija y su entrenamiento.

—Nos vemos luego, Pablo —dije, despidiéndome con un tono más suave de lo que había planeado.

Él asintió, agradecido, y tras un breve adiós, salió del apartamento, dejándonos en la tranquilidad del hogar. La tarde se sentía diferente ahora, menos pesada, y mientras me preparaba para salir con Mía, su risa seguía resonando en mi mente, llenando cada rincón de mi ser con una calidez que sólo ella podía ofrecer.

El coche avanzaba por la calle iluminada por los últimos rayos del sol, mientras el suave murmullo del motor llenaba el espacio entre nosotras. Mía, sentada en su asiento trasero, balanceaba las piernas con entusiasmo, su energía inagotable después de un día lleno de actividad. Me giré ligeramente hacia ella mientras conducía, sonriendo al verla tan animada.

—Cuéntame, cariño, ¿qué has hecho hoy? —pregunté, curiosa por saber cómo había sido su día.

—Ha sido un día genial, mami—respondió de inmediato, su voz repleta de entusiasmo—. Por la mañana, Valeria me llevó al colegio. ¿Sabes que ella también jugaba a baloncesto cuando era pequeña? Me lo contó en el coche.

Sentí una leve tensión en los hombros al escuchar el nombre de Valeria. Esa mujer siempre me había incomodado. No porque fuera mala persona, al menos, no lo sabía con certeza, sino porque simplemente no me daba buenas sensaciones. Yo no era nadie para opinar sobre la vida amorosa de Pablo Después de todo, él era libre de estar con quien quisiera. Sin embargo, no podía evitar sentir un nudo en el estómago al pensar que esa mujer pasaba tanto tiempo con mi hija.

—¿Ah, sí? —respondí, tratando de mantener mi tono despreocupado mientras mi mano se apretaba un poco en el volante—. ¿Y te lo pasaste bien con ella?

—¡Sí! —exclamó Mía, sin notar la ligera rigidez en mi voz—. Me levantó temprano porque dijo que íbamos a llegar tarde si no. Al salir papá me estaba esperando en la puerta del colegio Luego fuimos a tomar helado antes de venir a casa.

Pude imaginar la escena con claridad: Mía corriendo hacia Pablo con esa sonrisa radiante que siempre le dedicaba, y luego los tres, Valeria incluida, disfrutando de un helado juntos como una familia. Era lo que me costaba aceptar: que Valeria formaba parte de esa nueva dinámica, que estaba ahí para compartir momentos que solían ser sólo míos con Mía.

Pero no era justo que Mía sintiera mi malestar. Ella parecía feliz, y eso era lo más importante. La escuché seguir hablando sobre su día en la escuela, sobre cómo había jugado en el recreo y sobre lo mucho que le gustaba la nueva profesora de arte. Su risa llenaba el coche, y poco a poco, el nudo en mi estómago comenzó a aflojarse.

—Me alegra que hayas tenido un buen día mi vida—le dije finalmente, con una sonrisa que ahora se sentía más genuina—. Me encanta escucharte tan feliz.

—¡Gracias, mami! —dijo Mía, devolviéndome una sonrisa a través del espejo retrovisor.

Mientras nos acercábamos al gimnasio, intenté enfocarme en lo que realmente importaba: Mía era feliz. Y si bien el hecho de que Valeria fuera parte de su vida no me hacía sentir cómoda, sabía que tenía que aceptarlo. Al menos, mientras mi hija siguiera riendo con esa misma felicidad que ahora llenaba el coche, podría encontrar la manera de hacer las paces con esa realidad. Al final, todo se trataba de lo que era mejor para ella, y yo estaba decidida a seguir siendo su lugar seguro, pase lo que pase.
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Pues ya sabemos un poquito más de Mar🤭

Tenemos 3 personajes nuevos así de golpe😝

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora