LXXIII

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El partido estaba avanzado, y el equipo de Mía iba ganando por varios puntos. Los niños corrían de un lado a otro con una energía imparable, y desde las gradas, Mar y yo no dejábamos de animar, aplaudiendo cada jugada y esforzándonos por contener la risa ante las torpezas adorables que cometían los pequeños jugadores. Era un espectáculo verlos disfrutar tanto.

De repente, Mía recibió el balón justo en el borde de la zona de tiro. El equipo contrario intentó detenerla, pero la pequeña, con una determinación sorprendente para su edad, dio un par de botes rápidos y lanzó el balón hacia la canasta. El sonido del aro cuando el balón atravesó la red hizo que el pabellón se llenara de aplausos y gritos de ánimo. Había encestado.

Mar y yo nos levantamos de un salto al mismo tiempo, aplaudiendo y gritando su nombre con orgullo. Pero lo que sucedió después fue lo que me llenó de una calidez indescriptible. Apenas la pelota cayó al suelo, la mirada de Mía voló directamente hacia su madre, como siempre hacía cada vez que lograba algo importante. En ese instante, los ojos de Mar brillaron, y pude ver la conexión entre madre e hija, ese lazo invisible pero inquebrantable que compartían.

Pero entonces, algo más sucedió. Después de buscar a su madre, Mía me vio a mí. Sus ojos grandes y brillantes se encontraron con los míos, y su expresión cambió de inmediato. Una sonrisa gigantesca, llena de sorpresa y entusiasmo, se apoderó de su rostro. No se lo podía creer; no esperaba verme ahí, en las gradas, justo después de mi partido, animándola como una más. Su pequeña mano me saludó desde la cancha, y mi corazón explotó de ternura.

Me reí, emocionada por esa reacción, y le devolví el saludo con un gesto exagerado de la mano, como si fuera su mayor fan. Mar me miró de reojo, con una sonrisa divertida y cómplice en su rostro.

—Parece que no soy la única a la que está intentando impresionar —me dijo Mar con un toque juguetón en su voz.

—Bueno, parece que ya me va ganando puntos con esa canasta —respondí, riendo, mientras seguíamos mirando a Mía.

La pequeña, aún radiante por haber encestado, volvió a su posición en el campo con un entusiasmo renovado. Era evidente que le había dado un subidón de energía vernos a ambas ahí, apoyándola. Y en ese momento, me di cuenta de lo mucho que significaba para ella que yo formara parte de estos momentos importantes. No solo era la novia de su madre; estaba empezando a convertirme en una figura importante para ella, y esa idea me llenaba de felicidad.

El partido continuó, pero ese pequeño intercambio de miradas y sonrisas entre nosotras quedó grabado en mi mente. Sabía que, aunque fuera un simple partido de básquet para niños, para Mía significaba mucho más. Estaba creciendo, logrando pequeñas metas, y yo tenía la suerte de estar ahí para verlo.

Y mientras Mar y yo seguíamos animando, no podía dejar de pensar en lo afortunada que me sentía de poder compartir estos momentos, siendo parte de esta familia que, día tras día, se sentía más como mi hogar.

El partido continuó con la misma energía, y Mía, claramente en su mejor momento, metió algunas canastas más. Cada vez que lo lograba, nos miraba a Mar y a mí con esa mezcla de orgullo y felicidad que solo un niño puede mostrar. Yo aplaudía emocionada, mientras Mar a mi lado no dejaba de sonreír y gritar su nombre. Parecía que cada vez que nos miraba, Mía jugaba mejor, como si nuestro apoyo le diera alas.

Finalmente, el silbato sonó, indicando el final del partido. El equipo de Mía había ganado, y el pequeño pabellón estalló en aplausos y vítores de los padres, orgullosos de sus hijos. Mar y yo nos levantamos de inmediato para aplaudirle, y aunque desde donde estábamos no podíamos acercarnos, sabíamos que Mía estaba buscando nuestra aprobación con esos ojitos brillantes desde la cancha.

Cuando el equipo se dirigió al vestuario, Mar y yo nos quedamos esperando en la entrada, charlando sobre las jugadas de Mía. Yo todavía tenía una sonrisa en el rostro por lo bien que lo había hecho, y Mar, entre risas, me decía lo orgullosa que estaba de su hija.

Poco después, la puerta del vestuario se abrió y los niños empezaron a salir uno a uno, todavía emocionados por la victoria. Y ahí estaba Mía, con su uniforme de básquet un poco arrugado, pero con una sonrisa tan grande que podría iluminar toda la ciudad. En cuanto me vio junto a Mar, salió corriendo hacia nosotras.

—¡Mami! —gritó Mía mientras corría con toda la velocidad que le daban sus piernas.

Mar la recibió con los brazos abiertos, y en cuanto Mía llegó a sus brazos, la levantó en el aire como si no pesara nada. Mía reía a carcajadas mientras su madre la giraba, y yo no pude evitar sonreír ante la escena.

—Lo has hecho increíble—le dijo Mar mientras la colocaba en su cadera y Mía dejó un beso en su mejilla.

Mía, con una sonrisa que no desaparecía de su rostro, miró en mi dirección y me señaló.

—Ahora a Alexia, mami-Dijo mirándola.

Mar, divertida, dió unos pasos hasta donde yo estaba y, con una complicidad evidente, me dejó espacio para acercarme. Sabía lo que venía, así que me agaché un poco para estar a la altura de Mía. La pequeña se inclinó desde los brazos de su madre y, con toda la dulzura del mundo, me dio un beso en la mejilla como saludo.

—Gracias, campeona—le dije, sonriendo mientras acariciaba su cabeza—. Has jugado como una profesional, Mía.

Ella me miró con los ojos brillantes, claramente feliz por mis palabras.

—¿De verdad? —preguntó con esa inocencia encantadora.

—De verdad —le aseguré, asintiendo.

Mar y yo intercambiamos una mirada cómplice, sabiendo que, para Mía, ese pequeño gesto de reconocimiento significaba mucho más de lo que podría expresar. Después de todo, para una niña, no hay nada más especial que sentirse validada por las personas que ama.

Mía volvió a reírse y, aunque todavía estaba cansada por el partido, parecía estar llena de energía solo por estar con nosotras. Mar la bajó al suelo con delicadeza, y mientras Mía empezaba a contar emocionada los detalles de cada canasta, cada pase y cada momento del partido, me di cuenta de lo feliz que me hacía estar ahí. No solo como la pareja de Mar, sino como parte de algo más grande: su familia.

Mar y yo nos quedamos ahí, escuchándola con atención, intercambiando sonrisas y miradas, mientras la tarde se desvanecía poco a poco. Y en ese momento, con Mía entre nosotras, sentí que estábamos construyendo algo hermoso. Algo que, cada día, se hacía más fuerte.
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En el siguiente se viene un momento algo incómodo y serio😬

No todo puede ser felicidad

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora