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Mar

Las noches previas a los partidos de Alexia siempre eran diferentes. La tranquilidad habitual que compartíamos en la cama se transformaba en una serie de movimientos inquietos, como si, incluso en sueños, su cuerpo estuviera librando una batalla en el campo de fútbol. Podía sentirla girar una y otra vez, cambiando de posición, estirando las piernas, y a veces incluso hablando en sueños. Esos murmullos, aunque ininteligibles, eran parte de ella, de su pasión, y me hacían sonreír cuando intentaba, inútilmente, adivinar qué estrategia o jugada estaba discutiendo con su mente. Podía ser algo sobre la defensa, o tal vez sobre un pase mal dado que le quedaba pendiente. Aunque algunas noches me desvelaban esos movimientos, la verdad es que me había acostumbrado, e incluso encontraba algo tierno en esa parte de ella que jamás descansaba por completo.

Esa noche, como tantas otras, notaba sus movimientos. Alexia se movía más que de costumbre, y su respiración era más agitada. Estaba dormida, pero parecía estar en mitad de uno de sus partidos. Yo, por mi parte, trataba de mantenerme en mi lado de la cama, observando sus cambios de posición con una mezcla de ternura y resignación. Sabía que no podía hacer mucho más que esperar a que encontrara una posición cómoda y se calmara, aunque eso tardara.

De repente, mientras estaba medio despierta, sentí un golpe en la rodilla. No fue un simple roce, sino una patada firme, directa, como si estuviera despejando un balón imaginario. El dolor me hizo sobresaltarme, y tuve que ahogar un pequeño grito para no despertarla de golpe. La sorpresa me dejó paralizada por un momento, mientras procesaba lo que acababa de pasar.

Alexia, aparentemente notando mi movimiento brusco, abrió los ojos lentamente, aún envuelta en el letargo del sueño. Se incorporó levemente, mirándome con los ojos entrecerrados, pero llenos de preocupación.

—¿Qué ha pasado? —murmuró, con la voz adormilada, mientras intentaba enfocar la vista en mí.

Traté de sonreír, acariciando su brazo para que no se preocupara.

—Nada —respondí en un tono tranquilizador, a pesar de que la rodilla seguía doliendo un poco—. Solo que, en uno de tus sueños futbolísticos, me has dado una buena patada. Pero estoy bien, no te preocupes.

Su expresión cambió por completo en ese momento. Pasó del desconcierto al remordimiento en cuestión de segundos, y antes de que pudiera decir algo más, Alexia se giró hacia mí, envolviéndome en un abrazo lleno de culpa. Sentí cómo enterraba su rostro en mi cuello, como si quisiera esconderse, mientras susurraba disculpas repetidamente.

—Lo siento, Mar... lo siento mucho. No quería... —murmuraba contra mi piel, mientras sus labios dejaban pequeños besos por mi cuello y hombro, intentando enmendar el golpe que me había dado.

Me quedé quieta, disfrutando de su abrazo y del calor de su cuerpo junto al mío. Era imposible enfadarse con ella, y mucho menos por algo tan insignificante. Acaricié su cabello con suavidad, intentando transmitirle que realmente no había motivo para que se sintiera mal.

—De verdad, Ale, no pasa nada —dije suavemente, con una sonrisa que esperaba que ella sintiera, aunque no pudiera verla—. Ha sido un accidente, no te preocupes por eso.

Pero Alexia seguía abrazándome, como si no pudiera soltarme hasta estar completamente segura de que la había perdonado. A veces me sorprendía lo sensible que podía ser en estos momentos, lo mucho que le importaba cada pequeño detalle cuando se trataba de mí. Esa vulnerabilidad, esa necesidad de cercanía, era algo que siempre me conmovía.

Finalmente, se apartó lo suficiente como para mirarme a los ojos, con una expresión de culpa que me hizo sonreír aún más. Sentí su mano acariciando mi rostro con delicadeza, como si quisiera compensar el golpe con cada uno de sus toques.

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora