LXI

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Alba se rió, poniéndose en pie para saludar a Mar. Luego nos hizo un gesto para que entráramos en la casa, como si no quisiera perder ni un minuto más en la puerta.

—Bueno, pasad, no os quedéis ahí plantadas —dijo mientras nos abría paso.

Al entrar, me sentí cómoda de inmediato. La casa de Alba aún estaba a medio arreglar, con cajas por aquí y por allá, pero se notaba el toque de hogar. Mía, con su curiosidad natural, empezó a mirar todo a su alrededor, acercándose a los muebles como si cada rincón tuviera una historia que contar. Yo me acerqué a Mar, que estaba observando con una expresión de calma y familiaridad.

—La verdad es que me alegra que hayamos venido —le dije en voz baja, apoyando una mano en la suya de manera casi automática. Ella me miró de reojo y sonrió.

—A mí también —contestó con esa simpleza que tanto me gustaba de ella.

Mientras Alba preparaba algo en la cocina, nos sentamos en el salón, donde Mía no tardó en acomodarse en el sofá con un cojín que parecía demasiado grande para ella. Me hacía gracia lo fácil que Mía encajaba en cualquier lugar, como si fuera una pequeña pieza que siempre sabía encontrar su sitio. Mar y yo nos sentamos juntas, y aunque el día no tenía ninguna prisa, disfruté de esos momentos de calma en los que todo parecía encajar.

Alba salió de la cocina con una bandeja de vasos y algo de picar, siempre atenta a los detalles. Se sentó frente a nosotras y me lanzó una mirada cómplice.

Alba se cruzó de brazos, observando cómo Mía se concentraba en los dibujos, completamente absorta. Luego, giró su mirada hacia mí, con una sonrisa divertida en los labios.

—A mamá se le va a caer todo cuando vea a esa niña —dijo con una risa suave—. Ya me imagino la escena, no va a dejar de mimarla.

Yo asentí, contagiada por su diversión. Sabía perfectamente que tenía razón. Mi madre siempre había tenido ese lado cariñoso, pero con Mía sería algo especial. Ya podía imaginarme las visitas llenas de abrazos, regalos y atenciones para la pequeña.

—No te equivocas —respondí, lanzando una mirada cómplice a Mar, que sonreía en silencio—. Mía tiene ese efecto en la gente. Es como si viniera con un hechizo de encanto incluido. Nadie puede resistirse.

Mar, que hasta entonces había permanecido tranquila, dejó escapar una pequeña risa y miró a Alba, divertida por la conversación.

—Yo al principio intenté ponerme seria, marcar un poco de límites, no quería ser una madre pegajosa, pero duré... ¿qué? ¿Cinco minutos? —dijo con una sonrisa, claramente consciente de lo fácil que era caer rendida ante los encantos de su hija.

Alba rió y negó con la cabeza.

—Ya veo, ya veo... Menos mal que no soy la única —dijo, volviendo a mirarme—. Aunque, bueno, lo tuyo es todavía más grave, Alexia.

Me encogí de hombros con una sonrisa amplia, aceptando la acusación.

—Es que es imposible decirle que no —respondí—. Debería ser ilegal tener esa capacidad para derretir corazones.

Cuando mi madre llegó , la calidez de su presencia llenó la casa de inmediato. Siempre había tenido esa capacidad de hacer que todos se sintieran cómodos, como si su sola presencia fuera un refugio. Sin embargo, Mía, al verla, se puso algo tímida. La pequeña, que normalmente era un torbellino de energía, se quedó de pie junto a Mar, mirándola con curiosidad, pero sin atreverse a dar el paso de acercarse.

—¿Y esta princesa? —dijo mi madre con una sonrisa dulce, notando la timidez en Mía y tratando de hacerla sentir más a gusto.

Mía miró hacia Mar, buscando algo de seguridad. Mar le devolvió una sonrisa tranquilizadora antes de inclinarse hacia ella y decirle en un tono suave:

—Ven aquí, cariño-Le dijo Mar llamándola.

Con una suavidad propia de madre, Mar la atrajo hacia su regazo, acomodando a Mía sobre sus piernas. La niña, aún un poco tímida, se dejó llevar, apoyando la cabeza contra el pecho de su madre, mientras observaba a mi madre y Alba de reojo, con una mezcla de curiosidad y reserva.

Mi madre, con esa paciencia infinita que siempre había tenido con los niños, no presionó. Se limitó a sentarse junto a nosotras, con una sonrisa tranquila en los labios, dejando que Mía se acostumbrara a su presencia. Sabía que, con el tiempo, la niña se soltaría.

Y no pasó mucho tiempo. Poco a poco, Mía empezó a relajarse. Primero alzó la cabeza para mirar a Alba, que siempre conseguía hacerla reír con alguna tontería. Fue entonces cuando, sin que nadie lo esperara, la pequeña rompió el silencio.

—Tú eres la hermana de Alexia, ¿no? —dijo con su voz pequeña, pero clara, mirándola con interés.

Alba sonrió ampliamente, notando cómo la timidez de Mía comenzaba a desvanecerse.

—Sí, soy su hermana pequeña —respondió, siempre dispuesta a seguirle la corriente—. ¿Te ha contado alguna vez lo traviesa que era cuando era niña?

Mía negó con la cabeza, intrigada, y mi madre se rió suavemente.

—Oh, deberías escuchar esas historias —añadió mi madre con una sonrisa cómplice—. Alexia era un torbellino. Siempre estaba haciendo travesuras, pero era imposible regañarla porque siempre tenía esa sonrisa que te hacía olvidarlo todo.

Mía rió levemente, sus grandes ojos verdes brillando con curiosidad.

—¿Como yo? —preguntó, dándose cuenta de que, quizás, ella también tenía esa habilidad.

Mar acarició su cabello suavemente y le dio un pequeño beso en la cabeza.

—Sí, exactamente como tú, mi amor —respondió Mar, con una ternura infinita en la voz.

A partir de ahí, la conversación fluía con naturalidad. Mía ya no parecía tan tímida. De hecho, empezó a hablar más, contándole a Alba y a mi madre pequeñas anécdotas de su vida, intercaladas con preguntas sobre mí, como si quisiera descubrir todos los secretos de su nuevo entorno. Mi madre y Alba respondían con sonrisas, encantadas con lo adorable que era.

Mar, desde su sitio, observaba la escena con una expresión serena, visiblemente contenta al ver a su hija tan feliz y cómoda en ese ambiente. Yo, por mi parte, no podía evitar sonreír también. Aquella tarde estaba tomando un tono acogedor y familiar, y me di cuenta de lo afortunada que me sentía de poder compartir esos momentos con ellas.
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Me estoy pasando de felicidad (no pienso parar)

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora