VII

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Después del partido, estaba en el vestuario con la cabeza gacha, mirando el suelo sin realmente verlo. Los médicos fueron claros: necesitaba reposo inmediato. Sentí un nudo en el estómago cuando dijeron que al día siguiente por la mañana debía estar en la Ciutat Esportiva para que los fisios me revisaran bien la rodilla. Apenas podía asimilar lo que estaba pasando. ¿Otra vez esto? ¿Otra vez la maldita rodilla?

La frustración me invadió por completo. Había trabajado tan duro para volver a mi mejor nivel, para recuperar esa confianza en mí misma, y ahora todo parecía derrumbarse de nuevo. No podía creer que estuviera aquí, otra vez, enfrentando la posibilidad de una nueva lesión. Era como si estuviera atrapada en un ciclo sin fin, de lesiones, de rehabilitaciones, de intentos fallidos por regresar.

El viaje de regreso a casa fue una tortura. El autobús avanzaba lentamente, y yo apenas podía escuchar las palabras de ánimo de mis compañeras. Solo asentía, sin realmente procesar lo que decían. Mi mente estaba en otra parte, atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros y miedos que no podía controlar.

Cuando finalmente llegué a casa, el lugar que normalmente es mi refugio, se sentía extraño, frío. Me dejé caer en el sofá, con la rodilla envuelta en hielo, y apoyé la cabeza en las manos, intentando contener las lágrimas. Había hecho todo lo que estaba en mis manos para recuperarme, para volver más fuerte, y ahora sentía que mi cuerpo me había traicionado.

El tiempo pasaba y la frustración solo aumentaba. Traté de distraerme, puse la televisión, cogí un libro, pero nada funcionaba. Mi mente volvía una y otra vez a la misma pregunta: ¿Qué haré si la lesión es grave? La idea de enfrentar otra larga recuperación me aterraba. No podía soportar la posibilidad de perder otra temporada, de estar lejos del campo, de ver al equipo seguir adelante sin mí.

La noche avanzaba y yo seguía sin poder dormir. Me revolvía en la cama, incapaz de encontrar una posición que no me recordara la molestia en la rodilla. Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes de la lesión anterior volvían a mi mente. Recordaba los meses de rehabilitación, el esfuerzo para volver, y todo eso hacía que la posibilidad de repetirlo todo me pareciera insoportable.

Al final, me di por vencida. Me levanté y fui a la ventana, mirando la ciudad en la oscuridad. Me sentía impotente. Siempre he sido una luchadora, alguien que no se rinde, pero en ese momento, la carga era demasiado grande. Parecía que el destino me estaba poniendo a prueba una y otra vez, y no podía evitar preguntarme cuánto más podría soportar.

Las horas pasaban y la madrugada llegó. Seguía despierta, agotada tanto física como mentalmente, pero incapaz de conciliar el sueño. Sabía que necesitaba descansar, que el día siguiente sería duro, pero la incertidumbre me consumía. ¿Qué pasaría si la lesión era seria? ¿Volvería alguna vez a jugar sin este miedo constante?

Finalmente, me senté en el sofá, abrazando una almohada y dejando que las lágrimas fluyeran. Necesitaba desahogarme, liberar toda esa tristeza, la ira, la desesperación que llevaba dentro. Sabía que tenía que ser fuerte, que no podía rendirme, pero en la soledad de la noche, sentía que me estaba quebrando.

Cuando la primera luz del amanecer comenzó a filtrarse por la ventana, me levanté para prepararme y dirigirme a la Ciutat Esportiva. Apenas había dormido y estaba agotada, pero sabía que tenía que enfrentar lo que viniera. Mientras cerraba la puerta de mi apartamento, respiré hondo, tratando de reunir la poca fuerza que me quedaba. El día que me esperaba podría cambiarlo todo, y aunque estaba aterrada, aún quedaba una pequeña esperanza en mí de que, tal vez, todo saldría bien.

Llegué a la Ciutat Esportiva con el corazón en un puño. La noche en vela había dejado huellas en mi rostro, y mi mente seguía atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros. Cada paso hacia la sala de fisioterapia se sentía pesado, como si cada movimiento me acercara más a una posible sentencia que no quería escuchar. No sabía qué esperar, pero el miedo a lo desconocido me estaba consumiendo.

Cuando empujé la puerta y entré, me encontré con una sorpresa. En lugar de ver al fisio habitual, allí estaba Mar. Levantó la vista de la camilla donde estaba preparando el equipo y me dedicó una sonrisa cálida, tan natural que por un momento me hizo olvidar por qué estaba allí.

—¿Mar? —pregunté, visiblemente confundida—. ¿Qué haces tú aquí? Pensaba que trabajabas con los chicos del filial.

Mar dejó escapar una pequeña risa mientras se acercaba a mí con una expresión amigable que contrastaba con el nerviosismo que sentía.

—Eso es lo que hago, sí —dijo, manteniendo su tono ligero—. Pero parece que el fisio que te habían asignado tuvo que ausentarse de última hora. Así que aquí estoy yo, la única disponible en toda la Ciutat Esportiva. Me mandaron de refuerzo.

Hizo una pausa y me miró a los ojos, percibiendo la tensión en mi rostro.

—Pero si te molesta que te atienda yo, puedes esperar un poco más. Seguro que en un rato habrá otro fisio disponible, aunque dudo que sea tan encantador como yo —añadió, con una sonrisa pícara.

No pude evitar soltar una carcajada, la primera desde la noche anterior. La facilidad con la que Mar había desdramatizado la situación me sorprendió. Por un instante, el peso en mi pecho pareció aflojarse, y me di cuenta de que, sin saberlo, me había sacado de ese estado de alma en pena que me había estado consumiendo.

—No, no te preocupes —dije entre risas—. Tú eres perfecta. Además, no quiero esperar más. Cuanto antes sepamos qué pasa, mejor.

Mar asintió, satisfecha con mi respuesta, y me hizo un gesto para que me acercara a la camilla. Mientras me ayudaba a acomodarme, continuó hablando con un tono amable que hacía que todo se sintiera más llevadero.

—Sabes, no suelo tratar con las estrellas del primer equipo, pero he oído que eres una paciente difícil. Habrá que ver si soy lo suficientemente buena para ti-Dijo con una risa amigable.

Sonreí de nuevo, agradecida por su intento de mantener el ambiente ligero. Mientras ella comenzaba a examinar mi rodilla, me sorprendí al darme cuenta de lo rápido que había logrado hacerme sentir más tranquila. A pesar del miedo que seguía presente en el fondo de mi mente, la presencia de Mar, su humor, y su manera tan natural de tratarme, lograron lo que parecía imposible: me hicieron olvidar, aunque fuera por un momento, la gravedad de la situación.

Era como si, de repente, pudiera respirar un poco más fácilmente, y esa era una sensación que no había tenido en mucho tiempo. La facilidad con la que Mar me sacó de mi estado de preocupación constante me sorprendió. No era solo una fisio eficiente, sino también alguien que, con su calidez y sentido del humor, podía convertir un momento aterrador en algo mucho más llevadero.

Mientras continuaba su evaluación, me dejé llevar por esa pequeña burbuja de tranquilidad que había creado, agradecida de no estar enfrentando esto sola, y más aún, de que la persona a mi lado supiera exactamente cómo hacerme sentir mejor.
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Mar es encantadora😍

En esta sala de fisioterapia pasarán muchas cosas🤭

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora