Cuando llegamos a casa, abrí la puerta con cuidado, dándole a Mía el espacio necesario para descubrir la sorpresa por sí misma. Apenas la puerta se abrió por completo, el pequeño animalito marrón salió tambaleándose, sus patitas moviéndose torpemente sobre el suelo. Era adorable, con esas manchas blancas que le daban un toque único. Mía, en cuanto lo vio, se quedó completamente inmóvil, sus ojos enormes y llenos de sorpresa, incapaz de procesar lo que estaba viendo.
—¡Es… un perrito! —exclamó finalmente, su voz sonando entre emoción y asombro.
El cachorro siguió avanzando, como si supiera exactamente hacia quién debía dirigirse. Mía, todavía con la boca abierta de incredulidad, se agachó despacio, como temiendo que al moverse demasiado rápido, el pequeño perrito desapareciera como un sueño. Con una suavidad que pocas veces mostraba, extendió su mano para tocarlo.
El perrito, confiado y feliz, se dejó hacer de todo, moviendo su diminuta colita de un lado a otro con tanta emoción que casi perdía el equilibrio. Mía le acarició la cabecita con una delicadeza que me hizo sonreír. Se le iluminaba la cara con una alegría pura, de esas que solo los niños saben mostrar.
—¿Es… es para mí? —preguntó finalmente, levantando la mirada hacia mí, sus ojos brillando de emoción.
Sonreí, asintiendo lentamente, disfrutando de cada segundo de su reacción.
—Sí, Mía, es para ti. ¿Te gusta? —pregunté, aunque sabía perfectamente la respuesta.
Mía no dijo nada más, simplemente volvió a centrar toda su atención en el cachorro, riendo suavemente cuando el perrito comenzó a lamerle los dedos. El cachorro seguía moviéndose torpemente, con esas patas desproporcionadamente grandes para su pequeño cuerpo, pero no parecía importarle en absoluto. Solo quería estar cerca de Mía, y ella estaba encantada.
—Me encanta —susurró finalmente, abrazando al cachorro con cuidado, como si supiera que tenía entre sus manos algo verdaderamente especial.
El cachorro se acurrucó contra ella, y pude ver que desde ese momento ya había un vínculo entre los dos, uno que sabía que crecería con el tiempo. La emoción en el rostro de Mía, esa alegría pura e incondicional, era la mejor recompensa que podía haber imaginado.
Desde el sofá, Mar nos observaba con una sonrisa suave, disfrutando de la escena. Y yo, de pie junto a ellas, sentí que en ese pequeño momento, todo estaba bien en nuestro mundo.
El tiempo pasó sin que nos diéramos cuenta. Estábamos en el sofá, Mar y yo, abrazadas, enredadas en la calidez del momento. Afuera, el sol comenzaba a bajar, tiñendo el cielo de naranjas y rosados suaves, mientras dentro de casa todo se sentía en paz. Mía no dejaba de jugar con su nuevo amigo, el pequeño cachorro que no paraba de correr y dar vueltas alrededor de la sala, siguiendo cada movimiento de la niña con una energía inagotable.
Mar apoyaba su cabeza en mi hombro, mientras yo acariciaba distraídamente su brazo, ambas en silencio, solo disfrutando de la tranquilidad. Cada tanto, compartíamos una mirada o una sonrisa, sin necesidad de hablar para entender lo bien que estábamos. Mía, por su parte, seguía lanzándole una pequeña pelota al cachorro, que la traía de vuelta una y otra vez, sin que ninguno de los dos pareciera cansarse.
Pero finalmente, como era inevitable, Mía comenzó a mostrar señales de agotamiento. Se detuvo de repente, respirando un poco más rápido de lo normal, y miró al cachorro, que también parecía necesitar un descanso. Con su vocecita suave y llena de ternura, se acercó a nosotros, aún cargando al pequeño perrito entre sus brazos.
—Mami… ¿puedo subirlo al sofá? —preguntó, con esa dulzura característica, pero con la precaución de quien no quiere hacer algo sin permiso.
Mar levantó la cabeza de mi hombro y miró a Mía con una sonrisa, asintiendo lentamente.
—Claro, cariño, puedes subirlo —le respondió, su tono cálido y tranquilo, haciendo que la niña sonriera de oreja a oreja.
Con una mezcla de felicidad y delicadeza, Mía se las arregló para subir al cachorro al sofá. No fue fácil, pero con algo de esfuerzo lo logró, cuidando que no se cayera ni se asustara en el proceso. Una vez que el perrito estuvo arriba, se acomodó a su lado, sentándose con las piernas cruzadas y acurrucando al cachorro en su regazo. El perrito, ahora visiblemente más tranquilo, se quedó quieto, apoyando su cabecita en la pierna de Mía mientras esta lo acariciaba con cuidado.
—Míralos —murmuró Mar, apoyando de nuevo su cabeza en mi hombro y observando la escena frente a nosotras. Sus ojos brillaban con orgullo y ternura al ver lo bien que Mía y el cachorro ya se llevaban.
—Sí… —respondí, algo absorta en la imagen—. Creo que acabamos de ganar un nuevo miembro en la familia.
Mar rió suavemente y me dio un ligero apretón en el brazo, pero no dijo nada. Solo nos quedamos ahí, en silencio, mirando a Mía acariciar a su nuevo amigo, completamente feliz y en paz. Y en ese momento, supe que todo estaba bien. Habíamos creado algo hermoso juntas, y el pequeño cachorro no hacía más que reforzar esa sensación de hogar que tanto habíamos buscado.
Mientras nos quedábamos en silencio, disfrutando de la paz que reinaba en la sala, no pude evitar notar lo bien que Mía y el cachorro se entendían. El pequeño perrito estaba completamente relajado en su regazo, y Mía seguía acariciándolo con una sonrisa que no se le borraba del rostro.
—Mía… —le dije suavemente—. Ya sabes que tienes una gran responsabilidad ahora, ¿no? Le tienes que poner nombre.
Mía levantó la mirada hacia mí, pensativa por un momento, como si estuviera evaluando todas las posibilidades. Y entonces, con esa chispa de ingenio que siempre tiene, su rostro se iluminó y respondió:
—Se llama Prince, porque yo soy la princesa de la casa… —hizo una pausa, señalándome con una sonrisa traviesa— y tú eres la reina.
Mar y yo no pudimos evitarlo. Las risas estallaron en el salón ante la ocurrencia de Mía, mientras el cachorro, ajeno a todo, seguía descansando tranquilamente en el regazo de la niña. Yo me llevé una mano al pecho, fingiendo asombro y orgullo al mismo tiempo.
—Muy buena idea —dije, sonriendo ampliamente mientras Mar me miraba con una ceja levantada, tratando de mantenerse seria pero fallando miserablemente.
Mar, haciendo una teatralidad perfecta, se cruzó de brazos y fingió estar ofendida.
—¿Y entonces yo qué soy? —preguntó con fingida indignación, aunque su tono traicionaba la risa que luchaba por salir—. ¿No soy nada en esta historia?
Mía, con una risita, se mordió el labio y la miró como si estuviera tramando algo.
—Mmmm... tú eres... el dragón que protege a la princesa y la reina. ¡El dragón más fuerte de todos! —exclamó finalmente, y sus ojos brillaban con orgullo por su invento.
Mar soltó una carcajada, sin poder mantenerse seria un segundo más, y me miró, fingiendo estar profundamente afectada por el "nuevo rol" que Mía le había asignado.
—Ah, claro, el dragón —dijo entre risas—. Bueno, supongo que ser el dragón tampoco está tan mal.
Nos reímos todas juntas, compartiendo el momento, mientras el pequeño Prince, ahora oficialmente nombrado, seguía ajeno a la emoción de su nuevo hogar. Me di cuenta de lo bien que se sentía estar así, las tres, bueno, cuatro ahora, como una familia. La risa de Mía llenaba cada rincón de la casa, y el calor que sentía en mi pecho al verla feliz, al verla integrarse tan perfectamente en este pequeño mundo que estábamos construyendo juntas, era algo que no cambiaría por nada.
Mar me lanzó una mirada llena de amor, y supe que, a pesar de todas las bromas, también sentía lo mismo. Esta pequeña familia, con todo, dragones, reinas, princesas y cachorros, era perfecta.
____Me puedo llegar a morir de amor😭
ESTÁS LEYENDO
𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬
RandomAlexia y Mar se conocen de una manera repentina, una máquina expendedora estropeada hace que ambas se conozcan, las vidas de ambas aunque puedan parecer similares al estar en el ámbito futbolístico son completamente diferentes.