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La preocupación crecía en mi interior con cada segundo que pasaba. Sentía el calor abrasador de la fiebre de Mía en mi piel, y su respiración entrecortada me llenaba de un terror silencioso. Ya no podía permitirme esperar más, por mucho que me aterrara la idea de llevarla al hospital. Sabía que lo mejor, lo único sensato, era ir al médico cuanto antes. No había espacio para dudas o temores; mi hija estaba sufriendo, y yo tenía que hacer algo al respecto.

Con cuidado, y sin dejar de abrazar a Mía, me deslicé de la cama, tratando de no hacer ningún movimiento brusco que pudiera causarle más dolor. La mantuve cerca de mi pecho, acunándola con tanta delicadeza como podía mientras me ponía de pie. No podía creer que hubiera llegado a esta situación, pero debía mantener la calma, por Mía.

Al salir de la cama, mi mirada se dirigió instintivamente hacia Alexia, quien estaba dormida en la pequeña silla junto a nosotras. Sabía que debía despertarla, contarle lo que estaba pasando. Necesitaba su apoyo, su fuerza. Al fin y al cabo, habíamos estado juntas en todo esto, y no podía imaginarme enfrentando esta situación sin ella a mi lado.

Me acerqué a ella, con Mía aún en mis brazos, y le toqué suavemente el hombro. No quería asustarla, pero tampoco podía permitir que siguiera durmiendo mientras Mía estaba así.

—Alexia... —susurré, mi voz apenas un hilo de sonido en la oscuridad de la habitación. La vi fruncir el ceño mientras se despertaba, su rostro contrayéndose en una mueca de dolor cuando se llevó la mano al cuello. Me di cuenta entonces de lo incómoda que debía haber estado durante toda la noche en esa pequeña silla.

Alexia parpadeó varias veces, sus ojos enfocándose poco a poco en mí. Cuando vio a Mía llorando en mis brazos, toda su somnolencia desapareció de inmediato. Su expresión se transformó en una mezcla de preocupación y alerta, y su postura se tensó, como si estuviera lista para actuar en cualquier momento.

—¿Qué pasa? —preguntó, su voz ronca por el sueño interrumpido, pero llena de urgencia. Sus ojos se fijaron en Mía, analizando cada detalle con rapidez, y vi cómo el miedo y la preocupación se reflejaban en su rostro.

—Le duele mucho... —respondí, mi voz temblando ligeramente—. Tiene fiebre y dice que le duele al respirar. Tenemos que llevarla al médico ahora.

Alexia asintió de inmediato, su instinto protector activado al instante. La vi ponerse de pie rápidamente, ignorando el dolor en su cuello mientras se acercaba a nosotras. Sus ojos se encontraron con los míos, y en ese momento supe que ella estaba tan asustada como yo, pero no permitiría que ese miedo nos paralizara. Estábamos en esto juntas, y juntas haríamos lo que fuera necesario para asegurarnos de que Mía estuviera bien.

—Voy a buscar las llaves del coche —dijo, ya moviéndose hacia la puerta con determinación. No había tiempo que perder, y ambas lo sabíamos.

Mientras la veía salir de la habitación, me aferré a Mía un poco más fuerte. Sus sollozos seguían siendo suaves, pero el dolor en su rostro era evidente. La besé en la frente, esperando que mi amor y mi calor pudieran ofrecerle algún consuelo en medio de todo ese sufrimiento.

—Vamos a ir al médico, mi vida. Todo va a estar bien —le susurré, intentando sonar lo más calmada posible. Pero por dentro, mi corazón latía con fuerza, lleno de temor por lo que podría estar pasando. Sentía que cada segundo era crucial, y no podía soportar verla sufrir un momento más.

Cuando Alexia regresó con las llaves en la mano, nos miró con una mezcla de firmeza y ternura. Pese a la situación, verla así, tan dispuesta a ayudar, tan presente, me dio una pequeña chispa de esperanza.

—Ya estoy lista —anunció, acercándose para asegurarse de que ambas estábamos bien antes de salir. Le agradecí en silencio con una mirada, sabiendo que no había palabras suficientes para expresar lo que significaba tenerla a mi lado en ese momento.

𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora