Cuando me levanté de la cama para ir a buscar un vaso de agua para Mía, el peso de la preocupación se asentó en mi pecho. El sonido de mis pies sobre el suelo parecía demasiado fuerte en la quietud de la noche, cada paso resonaba en la casa como si intentara atraer la atención de los propios muros. Sentía el impulso de apurarme, pero al mismo tiempo, una parte de mí no quería apartarme ni por un segundo. Mía estaba con fiebre, y aunque Mar estaba con ella, cuidándola, no podía sacudirme esa sensación de inquietud que me envolvía como una sombra.
Mientras llenaba el vaso en la cocina, el ruido del agua que caía era casi hipnótico, pero no lograba distraerme de la imagen de Mía, acostada en su cama, más frágil de lo que la había visto nunca. Aquel sentimiento de impotencia me calaba hasta los huesos. Quería hacer más, mucho más que solo traerle un vaso de agua. Quería hacer que todo su malestar desapareciera, que su pequeña sonrisa volviera a iluminar el rostro y que Mar pudiera relajarse, por primera vez en horas, sabiendo que su hija estaba bien.
Al volver a la habitación, empujé la puerta suavemente, intentando no hacer ruido, casi como si temiera romper el hechizo que mantenía la noche en calma. Pero lo que vi al entrar me detuvo en seco. Mar y Mía estaban profundamente dormidas, acurrucadas en la pequeña cama como si fueran una sola. El abrazo entre ellas era tan estrecho, tan cargado de amor y necesidad, que me quedé sin palabras. Mar había logrado encajar su cuerpo en ese espacio reducido, abrazando a Mía como si en ese simple gesto estuviera tratando de protegerla de cualquier mal que pudiera acecharla.
No pude evitar sentir una punzada en el corazón, una mezcla de ternura, admiración y algo que no podía describir del todo. Mar, la mujer que había pasado la noche en vela por su hija, quien había soportado más de lo que yo podía imaginar, seguía siendo capaz de encontrar paz en medio de todo, al menos en sueños. Y Mía, tan pequeña y vulnerable, parecía encontrar en los brazos de su madre todo el refugio que necesitaba. Era una escena tan íntima, tan llena de amor, que me sentí como una intrusa al ser testigo de ella, aunque sabía que ahora también pertenecía a ese pequeño universo que Mar y Mía habían creado.
Me acerqué despacio, sintiendo que el aire se volvía más denso a cada paso, como si cualquier movimiento brusco pudiera romper ese momento de calma. Coloqué el vaso de agua en la mesita de noche de Mía, sin hacer el más mínimo ruido. Quería asegurarme de que estuviera allí cuando lo necesitara, pero en ese instante lo que más importaba era no interrumpir el sueño que había logrado, por fin, abrazarlas a las dos.
Me quedé de pie junto a la cama, observándolas con una mezcla de sentimientos que apenas podía procesar. Por un lado, sentía una profunda ternura, una devoción casi abrumadora por ellas. Ver a Mar tan entregada a su hija me hacía amarla más, si es que eso era posible. Pero también había algo más, un temor silencioso que se colaba en los rincones de mi mente. Mía seguía ardiendo de fiebre, y aunque sabía que Mar haría cualquier cosa por ella, no podía evitar preocuparme por lo que podría significar.
Me incliné hacia ellas, dejando que mi corazón guiara mis movimientos. Besé la frente de Mía con suavidad, deseando que pudiera sentir mi presencia y que, de alguna manera, eso la ayudara a sanar. Luego me incliné hacia Mar, dejando un beso igual de suave en su frente. Era un gesto simple, pero para mí significaba mucho. Quería que supiera que estaba allí, que no estaba sola en esto, que siempre estaría a su lado.
Fue al besar la frente de Mía cuando noté lo caliente que estaba. La fiebre seguía allí, persistente, y una oleada de preocupación me recorrió el cuerpo. Sabía que Mar había estado haciendo todo lo posible, pero aún así, sentí el impulso de hacer algo más, de intentar, de alguna manera, aliviar esa fiebre que hacía que la pequeña cuerpo de Mía se sintiera tan frágil.
El miedo a lo que podría pasar si la fiebre no bajaba comenzó a instalarse en mi mente. Las historias que había escuchado sobre complicaciones, sobre lo impredecible que podía ser una fiebre alta en un niño, se arremolinaban en mi cabeza. Intenté calmarlas, recordándome que Mía estaba en casa, en un lugar seguro, rodeada por personas que la amaban y que harían cualquier cosa por ella. Pero aun así, la ansiedad no se disipaba del todo. El miedo era una sombra persistente que no podía sacudirme.
Mar se movió ligeramente en su sueño, ajustando su abrazo en torno a Mía, y por un momento, me detuve solo para observarlas. Había algo increíblemente poderoso en ese gesto, algo que hablaba de la fuerza de una madre, de ese amor incondicional que podía con todo, incluso con las noches más oscuras. No pude evitar sentir una oleada de admiración por Mar, por la forma en que, incluso en medio de la preocupación y el cansancio, encontraba la manera de estar allí para su hija, de ofrecerle el consuelo que solo una madre podía dar.
Finalmente, me retiré un poco, pero no lo suficiente como para dejar de sentir su presencia. Me senté en la pequeña silla junto a la cama, observándolas mientras dormían. No podía apartar la vista de ellas, no quería. Sabía que no iba a poder dormir, no mientras la fiebre de Mía persistiera, no mientras el temor seguía rondando mi mente. Pero en ese momento, estar allí, cerca de ellas, era lo único que podía hacer, y eso, de alguna manera, me daba algo de paz.
Mientras me acomodaba en la silla, mis pensamientos se desbordaron. Recordé todas las veces que había estado en situaciones difíciles, pero nunca me había sentido tan vulnerable como ahora. Porque ahora, se trataba de ellas, de la pequeña familia que había encontrado con Mar y Mía. Y la idea de perder eso, de no poder protegerlas, era algo que no podía soportar.
Así que me quedé allí, en silencio, velando su sueño, con la esperanza de que la mañana trajera consigo un nuevo comienzo, uno en el que la fiebre de Mía se disipara y pudiéramos volver a sonreír, sabiendo que habíamos pasado por esto juntas. Y mientras la noche avanzaba, me aferré a esa esperanza, prometiéndome a mí misma que, pase lo que pase, siempre estaré allí para ellas, como ellas lo estaban para mí.
____🥹🥹🥹
Como las quieres Alexia😭

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𝐔𝐍𝐓𝐈𝐋 𝐈 𝐅𝐎𝐔𝐍𝐃 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬
RastgeleAlexia y Mar se conocen de una manera repentina, una máquina expendedora estropeada hace que ambas se conozcan, las vidas de ambas aunque puedan parecer similares al estar en el ámbito futbolístico son completamente diferentes.