Capítulo #72: Serenata fallida

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Después de la discusión, Maria Elisa se fue a un hotel y Roberto le pidió a Dante que lo acompañara a un bar porque necesitaba desahogarse.

El bar estaba casi lleno, con un murmullo constante de conversaciones y risas. Roberto y Dante se sentaron en una mesa al fondo, alejados del bullicio principal. Roberto, con el ceño fruncido y el gesto tenso, sostenía la primera cerveza de la noche, pero ya parecía que había bebido demasiado, no de alcohol, sino de angustia y arrepentimiento.

Roberto: Necesitaba esto (dijo después de un trago largo). No sé qué hacer con toda esta mierda que siento. Es como si no pudiera sacármela de encima.

Dante lo observó con preocupación.

Dante: ¿Qué te sucede? (dando un sorbo a su cerveza).

Roberto suspiró y se pasó una mano por el cabello, como si buscara encontrar las palabras adecuadas.

Roberto: Perdí a Maria Elisa...

Dante: No entiendo nada, ustedes terminaron hace mucho tiempo, o ¿no?

Roberto: Sí, pero luego supe que estaba esperando un hijo mío, y ...

Dante: (escupió el trago de cerveza que tenía en la boca y lo interrumpió) ¿Qué? ¿Embarazaste a Maria Elisa?

Roberto: Sí, lamento no habértelo dicho, pero Maria no quería que lo supieran hasta que el embarazo estuviera más avanzado. En fin, el punto es que quedamos en ser amigos en lo que volvía a recuperar la confianza. Ella intentó acercarse más, pero por mi estúpido orgullo la rechacé muchas veces. Y ahora...

Dante: Déjame adivinar, ¿te mandó al carajo?

Roberto: Sí, no quiere saber nada de mí (acabó todo el contenido del vaso de un solo trago). La dejé ir, Dante.

Dante lo miró con seriedad, y sus palabras fueron directas.

Dante: ¿Y qué esperabas? ¿Qué te esperara toda la vida? Hermano, abre los ojos.

Roberto: Ya sé, ya sé...

Dante: Eres un pendejo, lo siento, pero es lo único que puedo decirte. Una mujer como Maria Elisa no se puede dejar ir así tan fácil. ¿Sabes cuántos hombres desearían estar con ella?

Roberto: No me estás ayudando Dante, solo logras hacerme sentir peor.

Dante: Mi deber como amigo es abrirte los ojos. Si no sales en este mismo instante a tratar de recuperarla, sigues siendo un pendejo.

Roberto asintió, pero una parte de él seguía sintiéndose atrapada en su orgullo herido. La duda lo corroía, y ese sentimiento de haber fracasado en la relación con María Elisa lo hacía buscar refugio en el fondo de una botella. Decidió llamarla, sacando el teléfono con manos temblorosas. Marcó su número, pero después de varios timbrazos, la llamada se fue al buzón de voz. La decepción se le notó en el rostro, y el dolor que había intentado anestesiar con el alcohol resurgió con más fuerza.

Roberto: No responde (dijo con una risa amarga).

Dante: Estás jodido, hermano.

Dante lo observaba con preocupación. No le gustaba el rumbo que estaba tomando la noche. Pero antes de que pudiera intervenir, Roberto pidió otra ronda de cervezas. Y luego otra y otra.

Roberto: Tengo que ir a verla (balbuceó con la mirada vidriosa). Llévame al hotel. Necesito hablar con ella, decirle... algo. No puedo dejar que esto termine así.

Dante: Estás ebrio.

Dante dudó por un momento, pero viendo el estado en que estaba su amigo, decidió llevarlo. Era mejor que intentara resolver las cosas que seguir ahogándose en alcohol.

Llegaron al hotel donde se estaba hospedando María Elisa. Roberto bajó del auto con la voz entrecortada, tarareando una melodía desafinada. Se plantó frente a la puerta del cuarto de María Elisa y comenzó a cantar en voz alta, tambaleándose mientras lo hacía. Su tono era torpe y sus palabras, desordenadas, pero el sentimiento detrás de cada nota era genuino. Era su forma desesperada de pedir perdón, de buscar una redención que temía ya no merecer.

Roberto: MARIA ELISA CAMARGO ARDILA (gritó tambaleándose)

Dante: Roberto, van a llamar a la policía.

Roberto: ¡QUÉ SE JODA! No me importa.

Dante: (se llevó las manos al rostro por la vergüenza) Dios, no quiero ir a la cárcel.

Roberto: (cantando) Algo me dice que ya no volverás, estoy seguro que esta vez no habrá marcha atrás (tambaleándose) .... Y ahora es que me doy cuenta que sin ti no soy nada.... (gritando más fuerte) VUELVE, QUE SIN TI LA VIDA SE ME VA....

María Elisa abrió la puerta y lo miró con una mezcla de sorpresa y enojo. Estaba molesta al ver en qué estado venía.

Maria Elisa: ¿Qué demonios estás haciendo, Roberto? (dijo con un tono frío).

Roberto se detuvo de cantar, su expresión cambió a una mezcla de dolor y vulnerabilidad. Dio un paso hacia ella, pero María Elisa se apartó, manteniendo la distancia.

Roberto: Te amo, Maria...

Maria Elisa: Estás ebrio, no puedo creer que te hayas atrevido a venir en ese estado.

Roberto: Vine... vine a decirte que lo siento (balbuceó). Que no debí dejarte ir. Que estoy perdido sin ti.

María Elisa lo miró con los brazos cruzados, conteniendo las lágrimas. Había esperado tanto tiempo escuchar esas palabras, pero ahora que las tenía frente a ella, acompañadas del aliento agrio del alcohol, no se sentían reales.

Roberto: (se arrodilló a sus pies) Perdóname mi amor.

Maria Elisa: Roberto, levántate del suelo. Estás haciendo el ridículo

Dante: Yo se lo dije (se encogió de hombros).

Maria Elisa: ¿Y tú? ¿Cómo te prestas para esto? (dijo con seriedad)

Dante: A mi no me metan en sus problemas maritales, por favor.

Maria Elisa: ¿Necesitas estar alcoholizado para tener el valor de luchar por lo nuestro? Me decepcionas, Roberto.

Roberto: María, por favor, perdóname. Yo te amo, quiero que seamos una familia.

Maria Elisa: No puedes venir aquí así y a estas horas, esperando que una serenata lo arregle todo.

Roberto dejó caer los hombros, como si la poca fuerza que tenía se desvaneciera de golpe.

Roberto: Es que no sé cómo arreglarlo, María (dijo con desesperación). No sé cómo hacerte ver que te necesito. Que todavía te amo.

María Elisa lo observó en silencio, sintiendo cómo su corazón se desgarraba. Parte de ella quería creerle, pero no estaba dispuesta a permitir que el ciclo de idas y venidas continuara.

Maria Elisa: Vete a casa, Roberto. Cuando estés sobrio, si todavía piensas que vale la pena luchar por esto... entonces hablamos.

Con esas palabras, cerró la puerta con delicadeza, dejando a Roberto del otro lado, solo con el eco de su arrepentimiento y la serenata incompleta.

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Nota de la autora: 

Roberto necesitaba un ultimátum!! 

No olvides votar y dejar tu comentario!! Gracias por leerme!! 

Xoxo, D

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