Capítulo #37: El Rescate de Sam

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Narrador Externo

El corazón de María Elisa no dejaba de latir con fuerza. El teléfono seguía conectado, pero Samantha no respondía. Aquel silencio del otro lado de la línea era insoportable. La desesperación comenzó a subirle por el pecho. ¿Qué le había pasado? ¿Dónde estaba?

María Elisa colgó y, sin pensarlo dos veces, llamó de vuelta al número que quedó registrado. Contestó una recepcionista con una voz apagada y profesional.

Recepcionista: ¿Hotel San Rafael, en qué puedo ayudarle?

Las palabras de María Elisa salieron atropelladas, luchando por mantener la calma:

Maria Elisa: Por favor... necesito saber si una mujer llamada Samantha López está en alguna habitación. Estaba hablando con ella y de repente no responde. ¡Necesito encontrarla!

La pausa al otro lado de la línea se sintió interminable, pero finalmente, la recepcionista le indicó que no podía ofrecer información sobre los huéspedes. Le dio la información básica, lo suficiente para que ella pudiera ubicar el lugar. María Elisa no esperó ni un segundo más; salió corriendo hacia su auto, con las manos temblando mientras arrancaba el motor. Condujo a toda velocidad por las calles de la ciudad, mientras su mente estaba centrada en Samantha.

Al llegar al hotel, la ansiedad que la había estado acompañando desde la llamada, aumentó aún más. No sabía qué iba a encontrar, pero algo en su interior le decía que tenía que ser fuerte. Se acercó rápidamente a una de las empleadas que caminaba por el pasillo, apenas conteniendo las lágrimas.

Maria Elisa: Por favor, necesito ayuda. Mi amiga está aquí, está en peligro, y no sé en qué habitación. ¡Ayúdame, por favor! (imploró con desesperación en los ojos)

La empleada, sorprendida por la urgencia en su voz, accedió y la acompañó por los pasillos del hotel. Iban tocando de puerta en puerta, pero ninguna contenía lo que buscaba. Cada vez que una puerta se abría y no era Samantha, el pecho de María Elisa se apretaba un poco más. Sentía que se le acababa el tiempo.

Hasta que finalmente llegaron a la última puerta.

El aire se le fue de los pulmones cuando entró a la habitación. Allí estaba Samantha, tirada en el suelo junto a la cama. Estaba desnuda, con la ropa rota esparcida a su alrededor, y su cuerpo estaba cubierto de marcas: golpes, moretones, y la peor de todas, una profunda fragilidad. María Elisa cayó de rodillas junto a ella, sintiendo cómo el mundo se desmoronaba en torno suyo.

Maria Elisa: ¡SAM! (gritó, su voz quebrada por el pánico y el dolor)

La levantó con cuidado, como si cualquier movimiento brusco pudiera romperla aún más. La acomodó en su regazo, abrazándola, tratando de darle calor y seguridad. Samantha apenas se movía, su respiración era débil. María Elisa no podía dejar de llorar mientras la sujetaba.

Maria Elisa: (con la voz rota mientras le acariciaba el cabello) ¿Qué te hicieron, mi niña? ¿Quién te hizo esto? (preguntaba una y otra vez, sin obtener respuesta) ¿Quién fue capaz de hacerte tanto daño?

Los labios de Samantha se movieron apenas, y con un hilo de voz, susurró:

Samantha: Tú... viniste a... salvarme...

Esas palabras rompieron algo dentro de María Elisa. Apretó a Samantha contra su pecho, temblando por la mezcla de impotencia y rabia que la consumía. Pero no había tiempo para llorar; tenía que actuar. Samantha necesitaba atención médica y rápido. Su mirada recorrió la habitación buscando algo que pudiera usar para cubrirla, y entonces recordó que siempre llevaba ropa extra en el carro. Aún temblando, dejó a Samantha recostada con cuidado en la cama, corrió a su auto y volvió con la ropa.

Con manos temblorosas, le puso la ropa. Cada movimiento era un recordatorio de lo frágil que se sentía Samantha en ese momento. Mientras lo hacía, las lágrimas seguían cayendo, pero trataba de mantenerse fuerte. Una vez vestida, pidió ayuda al personal del hotel. Entre ellos, lograron cargar a Samantha hasta el carro de María Elisa. Mientras la acomodaban en el asiento trasero, María Elisa se subió rápidamente al volante.

Durante todo el camino hacia el hospital, María Elisa no dejó de mirar a Samantha a través del espejo retrovisor, su corazón estaba acelerado por la mezcla de miedo y urgencia. Sabía que su amiga estaba luchando por mantenerse consciente, pero su mente seguía nublada por el dolor.

Maria Elisa: Por favor, resiste. Ya vamos a llegar. (su voz ronca y los ojos llenos de lágrimas)

Cuando llegaron al hospital, María Elisa salió corriendo, gritando por ayuda. Los médicos y enfermeros llegaron de inmediato, llevándose a Samantha en una camilla, pero María Elisa sentía que sus pies se habían quedado pegados al suelo. Observaba con horror cómo su amiga desaparecía entre los pasillos fríos y blancos. Quería hacer más, pero no sabía cómo.

Por un instante, todo a su alrededor se congeló. La adrenalina que la había mantenido en pie, desde que recibió esa llamada desesperada, comenzó a desvanecerse, y el vacío que la llenaba era insoportable.

Se quedó parada, inmóvil, su mente tratando de asimilar lo que acababa de pasar. Se había mantenido firme, contenida, porque Samantha necesitaba a alguien que la sostuviera, alguien que no se quebrara. Pero ahora que Samantha ya no estaba frente a ella, todo su autocontrol, toda su fuerza, simplemente colapsó.

María Elisa dejó escapar un suspiro tembloroso, sintiendo cómo sus rodillas se debilitaban. Se dejó caer sobre una de las sillas de la sala de espera, sus manos comenzaron a temblar incontrolablemente. Todo su cuerpo parecía haberse desconectado de la realidad, y un nudo en su garganta amenazaba con asfixiarla. Intentó respirar, pero el dolor era tan intenso que le costaba llenar sus pulmones de aire. Y entonces, sin poder contenerlo más, las lágrimas comenzaron a brotar.

María Elisa: (en un susurro quebrado) Dios... ¿qué le hicieron? ¿Cómo llegó a ese lugar...?

El llanto fue suave al principio, un gemido silencioso. Pero poco a poco se fue desbordando. Las lágrimas, gruesas y ardientes, cayeron por su rostro, y pronto su cuerpo entero temblaba con la fuerza de los sollozos. Se abrazó a sí misma, encorvándose en la silla, tratando de contener una explosión que ya no podía ser contenida. No había nadie a quien impresionar, nadie que necesitara su fortaleza en ese momento. Por primera vez en horas, María Elisa permitió que todo el dolor y el miedo salieran.

Se inclinó hacia adelante, cubriendo su rostro con las manos. Cada sollozo que escapaba de sus labios era un grito silencioso de desesperación. Había estado siendo fuerte, tratando de mantener todo bajo control, pero ahora, en esta fría y vacía sala de hospital, se daba cuenta de lo pequeña y vulnerable que se sentía.

María Elisa: (en un murmullo entrecortado) Por favor... que esté bien. No puedo perderla...

Se quedó allí, temblando, mientras el frío de la noche comenzaba a envolverla. A pesar del ruido y el caos a su alrededor, todo se sentía demasiado quieto. Quería correr tras Samantha, pero lo único que podía hacer ahora era esperar... y rogar que aún quedara suficiente fuerza en Samantha para salir de esta.

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Nota de la autora: 

Confieso que me dolió escribir este capítulo y el anterior... me sacaron lagrimitas. 

No olviden votar y dejar su comentario!!! Gracias por leerme!!

Xoxo, D

Sin QuererDonde viven las historias. Descúbrelo ahora