Capítulo 3.2 Estúpido corazón

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Las profecías, al final, se cumplen. Cuando aquella profecía que dio inicio a la guerra entre el mundo mágico y el mundo humano terminó, todo lo que quedó fue muerte y destrucción. Por ello, tuvimos que comenzar la reconstrucción de parte de nuestro territorio que había sucumbido ante la devastación.

Habían pasado cinco años sin saber de Alana, y no pude evitar revisar sus redes sociales. Su familia también había estado involucrada en todo este enredo, pero nunca habíamos coincidido en el mismo lugar.

Reí con ironía y amargura al ver una foto de ella con su estúpido marido, tomando una absurda taza de café en Alaska. El mundo caía en una guerra y ella estaba feliz con el inepto que había elegido.

Esa noche volví a mi manada y no pude evitar emborracharme hasta el cansancio y perder la razón. Quería dejar de sentir y, aunque lo había conseguido en gran parte, mi estúpido corazón todavía la anhelaba. A ella, mi compañera, la que me había abandonado.

Cuando desperté, mi cabeza me martilleaba y un dolor punzante se extendía por mi cráneo. La luz me molestaba a la vista, pero aun así me levanté en busca de mi ropa, hasta que sentí un cuerpo moviéndose en la cama.

—Mierda —me quejé con molestia mientras empezaba a vestirme.

Divisé el cuerpo en la cama y me encontré con una mujer de unos 20 años. Su cabello era rubio, pero no rubio natural; se notaba el inicio de su cuero cabelludo de un sutil color chocolate que pasaba desapercibido, pero que para mí no lo era.

—Buenos días —me saludó con una sonrisa y se cubrió tímidamente con la sábana.

—Buenos días —le respondí mientras tomaba mis cosas.

—Verusha. Me llamo Verusha. Te lo dije anoche varias veces —me comentó dulcemente mientras se envolvía en la sábana y se ponía de pie.

—Nick —le dije, tomando mi celular.

—Eres mi alfa —me dijo tímidamente, acercándose a mí.

—¿Perteneces a mi manada? —le pregunté con seriedad, pues no la había visto desde que llegué aquí.

—Sí, soy de la manada Implacable, la tuya —me respondió con suavidad.

—Bien —le dije, dirigiéndome hacia la puerta.

—¿Te vas? —me preguntó con nostalgia al ver que no me quedaba.

Quise ser cruel y decirle que no le importaba, pero me miraba con esperanza y ternura. Así que solo respiré levemente antes de responderle.

—Tengo trabajo que hacer —le dije, tomando el pomo de la puerta.

—¿Nos volveremos a ver? —me preguntó esperanzada.

—No lo creo —le dije, saliendo de la cabaña.

La luz del sol terminó por intensificar mi dolor de cabeza. Pero avancé hacia la mansión, dejando atrás la cabaña de Verusha. Acostarme con ella había sido un error, aunque, por lo menos, no había sido desagradable.

El siguiente mes me concentré en realizar algunas modificaciones en la manada y recuperar ciertas partes del territorio que habían sido alcanzadas por la bomba. Por suerte, los integrantes de mi manada que habían caído en la guerra fueron muy pocos. Si me organizaba, mi territorio volvería a ser tan próspero como lo había sido hace dos años, antes de la guerra.

Me acomodé en mi escritorio, esperando la audiencia que había solicitado uno de mis omegas. Era importante escucharlos para saber qué querían y en qué podía ayudarles. Cuando la puerta se abrió, una tímida Verusha ingresó, mirándome con ilusión.

6.El Alfa ImplacableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora